El día después de Trump
Hoy sabemos que el 'trumpismo' es una amenaza para la democracia.
Por Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares Trigo. Médicos:
“Si Trump sigue en el poder, la democracia desaparecerá”
Paul Auster
Ya sabemos cómo ha afectado la pandemia a las elecciones americanas. Bueno, no exactamente. Sabemos que, al menos, las pandemias, también la del racismo y la desigualdad obscena (o el contraefecto Trump) han elevado el voto anticipado a más de 85 millones (más de la mitad de los que votaron hace cuatro años).
Si analizamos la política americana de estos últimos cuatro años, este mandato presidencial no ha sido un mandato cualquiera. Es verdad que tampoco los de Obama, entre la esperanza y la desilusión en su final. Por un lado, se ha producido un gran desmantelamiento de lo público, algo que conocemos muy bien en nuestro país por los gobiernos del Partido Popular, en particular en Madrid; por otro lado, su mandato ha sido protagonizado por furibundos ataques a los migrantes mexicanos y se ha caracterizado por un profundo desprecio por los aliados y por su abandono de los acuerdos internacionales (Palestina, clima, OMS, proyecto COVAX para una distribución equitativa de las vacunas, etcétera), y a la vez por su admiración por los dictadores y los líderes autoritarios de todo tipo, con Vladimir Putin y Bolsonaro a la cabeza.
En relación con la Unión Europea, ha pasado de aliada a ser tratada como enemiga, por ejemplo en relación con el Brexit. En los últimos compases se ha puesto en evidencia el racismo estructural de la sociedad americana y el autoritarismo de la respuesta militar de Trump mediante el recurso de la Guardia Nacional contra los manifestantes y los gobernadores demócratas y el apoyo explícito a las milicias armadas del supremacismo blanco.
Por si esto fuese poco, no podemos olvidar que se trata de un país en el que todavía existe la limitación del derecho a voto, y que el partido republicano se encarga de hacerla efectiva en los estados de mayoría demócrata y lo hará a nivel general hasta el último voto del recuento y hasta el último recurso en los tribunales.
Como está previsto por las encuestas, Trump habría perdido en votos populares, igual que en 2016. En aquel momento, su rival fue Hillary Clinton, surgida de la marginación de Bernie Sanders y mucho menos popular que Biden/Harris. Pero esta vez es más probable que también pierda en compromisarios. De los 270 electores necesarios para a ser presidente, Ohio (16), Pensilvania (20), Wisconsin (10), Georgia (16), Texas (38), Florida (29) o Míchigan (16), con los que no contó Hillary, pueden caer del lado demócrata. Hoy sabemos que Trump, un tirano xenófobo y mentiroso, y el ‘trumpismo’ propagandista de la supremacía blanca y la extrema derecha armada, aupados al poder con la inestimable ayuda de los servicios rusos de desinformación, son una amenaza para la democracia. De modo que podremos respirar más tranquilos. Quizá lo único bueno que entre tanta tragedia que aún sufriremos, en palabras del vilipendiado doctor Anthony Fauci, pueda traer el coronavirus.
También sabemos que hay una cuestión que va a cambiar poco: el pulso por la supremacía comercial y tecnológica que USA está librando con China. Sin embargo, el final de Trump va a significar el fin del nacionalismo radical y de la denuncia unilateral de los acuerdos de limitación de la carrera de armamentos en el camino hacia una nueva guerra fría que ha caracterizado su presidencia (aunque persistirá, a buen seguro un cierto proteccionismo). Biden no es Al Gore, pero se espera de él que avance en una globalización más respetuosa con la vida, la paz y el medio ambiente. Con Biden, Estados Unidos probablemente volverá al Acuerdo de París del clima y a la OMS, y quién sabe si a los acuerdos sobre misiles para al menos poner freno a la hoy desbocada carrera nuclear.
Por otro lado, es pronto para saber cómo va a afectar esta derrota al ‘trumpismo’. Este ha sido inspirador de dirigentes populistas en diferentes países: Bolsonaro, Orban, Johnson, y nuestra coalición de Abascal y Ayuso, la nueva secesionista, esa encarnación de Puigdemont en versión pseudodiva (nacionalista) madrileña. Son líderes racistas que se caracterizan, según dijo Mari Kaldor, por un fundamentalismo religioso y un capitalismo clientelista: los oligarcas financian sus campañas y estos les otorgan los contratos. A lo largo de los próximos meses sabremos si empezaremos también a librarnos de ellos.
El caso de Rusia es otro cantar y merece un párrafo aparte. Tanto Rusia como China se encontraron cómodas con el ‘trumpismo’, pero mientras con China la política ha sido la carrera comercial y tecnológica, con Rusia el tono ha sido del todo incoherente, entre la afinidad política y el pulso militar y regional. La caída de la Unión Soviética con la deriva autoritaria de la era Putin dejó además en Europa un legado de desconfianzas que son una fuente de conflictos y de debilidad, que perjudican la necesaria independencia de la política exterior europea y el papel autónomo de la Unión Europea en un futuro multipolar. El último afecta a nuestro país, con tintes de opereta, y en él, según una orden judicial, la Rusia de Putin habría participado en el proceso independentista catalán con técnicas informáticas de desinformación conspirativa, e incluso habría propuesto contribuir con diez mil soldados. Un esperpento. Los mismos
métodos, o parecidos, que utilizaron en las elecciones americanas de 2016 entre Hillary y Trump.
Occidente se encuentra ahora ante sus propios desafíos. Tanto Europa como EEUU van por detrás de los países asiáticos en el control del coronavirus. Europa, por su parte, y por supuesto España, están muy lejos de la batalla China/EEUU en innovación tecnológica. Con Trump habría continuado su América first, pero está claro que con Biden tampoco podemos dormirnos: la ciudadanía europea tendrá que ser capaz de equilibrar su probable dinámica intervencionista en nombre de una nueva versión de globalismo democrático con un nuevo contrato social y ambiental. Ahora bien, por encima de todo, para el futuro próximo, una cosa destaca sobre todas las demás: si en el voto por correo se mantiene la tendencia actual, nos habremos librado de la catástrofe inmediata. La otra, la del cambio climático, requerirá entonces del esfuerzo de todos.
Ahora vendrán unos agitados meses del traspaso de poderes, entre tribunales, provocaciones y escaramuzas diarias, incluso armadas, y sin lugar a dudas la búsqueda de algún conflicto internacional que justifique la lógica del estado de excepción. No será algo nuevo en la política norteamericana. Atentos a América Latina.