El Colegio Electoral: Una reliquia del pasado que obstaculiza el cambio
El resultado es una distribución del poder político que favorece a los republicanos y que no representa la realidad del país.
En las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020 se han dado circunstancias nunca antes vistas. En primer lugar, son las más concurridas que se recuerda, a pesar de que se celebraron en el medio de una devastadora pandemia. En segundo lugar, el candidato que parece estar a punto de ganar las elecciones, Joe Biden, es el que más apoyo ha recibido en toda la historia de Estados Unidos. Ya tiene setenta millones de votos y se cree que puede llegar a tener ochenta. En tercer lugar, el candidato en el poder, Donald Trump, ha exhibido una falta total de respeto hacia el proceso democrático, algo que nunca había pasado antes. Con crisis de todo tipo, como la guerra civil o la gran depresión, en este país siempre ha habido una transición pacífica tras las elecciones. Esta vez, el candidato en el poder se resiste a abandonarlo y quiere frenar el recuento de los votos. Si desea hacer esto, es porque ve el apoyo que tiene su oponente entre los ciudadanos y sospecha que va a perder las elecciones, a pesar de que las reglas del arcaico sistema electoral americano favorecen mucho a los republicanos, a los que en años recientes han dado dos victorias sin que tuviesen la mayoría de los votos.
Las elecciones presidenciales no se deciden de acuerdo con el voto popular o voto directo, es decir, no se basan en un voto por ciudadano, sino en un mecanismo muy complicado, el Colegio Electoral, que data de los comienzos de la democracia americana, la más antigua del mundo, en funcionamiento ininterrumpido desde 1787, fecha en la que se aprobó la constitución. En aquella época, los estados actuaban más como países independientes que como regiones de un mismo país. El Colegio Electoral servía para presentar al Congreso los deseos de los ciudadanos de cada estado a través de unos delegados, los electores o compromisarios, que eran los que emitían los votos. Este sistema nunca se ha cambiado. Para hacerlo habría que enmendar la Constitución, lo que requiere el apoyo de dos tercios de los votos, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, más la ratificación por parte de las legislaturas de tres cuartos de los estados. Los republicanos, que hace tiempo que ganan elecciones gracias al Colegio Electoral y no a su popularidad, no apoyarían nunca una enmienda a la Constitución.
En este sistema tan peculiar, hay 538 electores y para ganar la presidencia se necesitan 270 votos electorales. Cada estado tiene sus propias reglas para contar los votos. En Maine y Nebraska, los votos electorales se reparten por distritos. Dos votos electorales van al ganador del voto popular en el estado y el resto de los votos electorales se adjudica a los que hayan ganado el voto popular en cada distrito. En el resto de los estados y en el distrito de Columbia, donde se encuentra Washington, los votos electorales de cada estado van íntegros al partido que haya ganado el voto popular en ese estado. Esto quiere decir que los votos electorales no se corresponden con el voto popular y es posible ganar éste y perder las elecciones. Esto ha sucedido ya dos veces en lo que va de siglo.
En 2000, George W. Bush ganó las elecciones por un voto de 271-266 en el Colegio Electoral, pero recibió 543.895 votos menos que Al Gore en el voto popular. En 2016, Donald Trump resultó vencedor en los comicios por 304-227 en el Colegio Electoral, aunque tuvo 2.868.686 votos menos que Hillary Clinton en el voto popular. No es casualidad que el partido ganador en ambos casos fuese el republicano. La estructura del Colegio Electoral favorece a este partido debido a la fórmula que utiliza para asignar electores a cada estado, que está basada en la suma del número de senadores y de congresistas de éste. Como cada estado tiene dos senadores, sea cual sea el tamaño de su población, esta fórmula favorece a los estados poco poblados, que tienen más electores por habitante. Por ejemplo, Wyoming, con 578.759 habitantes, un congresista y dos senadores, tiene tres votos electorales, mientras que California con 39.512.223 habitantes, dos senadores y cincuenta y tres congresistas, tiene cincuenta y cinco votos electorales. Esto quiere decir que los electores de Wyoming representan a 192.919 votantes cada uno, mientras que los de California representan a 718.404 votantes cada uno. Así que el voto de los ciudadanos de Wyoming tiene mucho impacto que el de los de California.
Muchos de los estados menos poblados son estados agrarios de corte conservador, mientras que los estados de corte liberal son, en muchos casos, estados industriales con mayor volumen demográfico. El resultado es una distribución del poder político que no representa la realidad del país. Lo que tenemos es una mayoría liberal gobernada por una minoría conservadora, la cual, según va perdiendo popularidad entre los ciudadanos, se va haciendo más extremista y retrógrada. No es de extrañar que haya tantas tensiones en el país. Trump no ganó el voto popular en 2016 ni tampoco parece que lo vaya a ganar ahora. De acuerdo con las reglas de las democracias europeas, incluida la española, Trump nunca habría alcanzado la presidencia. Cuando los españoles se preguntan cómo puede haber llegado al poder un hombre como Trump, la respuesta es que no llegó por su aceptación entre los ciudadanos, sino porque las reglas permiten que gobierne el partido minoritario. Ahora Trump quiere perpetuar la tiranía de la minoría y hacerse fuerte en la Casa Blanca.