El cambio de hora y el tiempo digital
A finales de agosto el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, sorprendió a la ciudadanía anunciando que los cambios de hora que, en la actualidad, se realizan dos veces al año con el objetivo de conseguir ciertos niveles de ahorro energético, quedarían suprimidos. A continuación, planteó la apertura de un debate ciudadano sobre cuál de los dos horarios, el de invierno o el de verano, ha de implantarse en cada país.
La regulación y el concepto del tiempo por un lado afectan a nuestro estado anímico y por otro son elementos fundamentales para la organización socioeconómica por lo que la elección del horario no es cuestión baladí.
La interpretación del concepto tiempo no ha sido uniforme a lo largo de la historia. El profesor de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, Pedro García Martín, ha elaborado un curso online masivo y abierto que lleva por título La España del Quijote en el que dedica un espacio a exponer cómo ha sido la evolución del concepto tiempo desde el siglo XV hasta la industrialización. Así, nos relata que durante los siglos XV y XVI la mayoría de la población se regía por el ciclo de las estaciones y por los movimientos del sol. La Iglesia marcaba la división diurna del tiempo fraccionándolo en actos litúrgicos: ángelus, tercias, nona y vísperas que a su vez se organizaban en determinados tipos de oraciones. En estas fechas, la noche todavía no se había descubierto y la cronología tenía un carácter predominantemente pagano.
Con la aparición del reloj el tiempo comienza a regularse por sectores minoritarios de la población. El reloj interesa a comerciantes banqueros y militares, fundamentalmente. Pero va a ser con la llegada de la revolución industrial cuando este instrumento adquiera su verdadero potencial emergiendo un nuevo concepto del tiempo: el tiempo industrial. Este ya no lo va a marcar la campana de la Iglesia. La nueva organización del tiempo va a estar supeditada a la sirena de la fábrica. El tiempo personal va a ser secuestrado por el tiempo laboral. Un secuestro del que únicamente nos liberaremos en el momento de la jubilación, lo que se culmina, con frecuencia, con el obsequio de un reloj al jubilado, lo que simboliza, que, al fin, se recupera la capacidad de decisión sobre el propio tiempo en su amplio sentido.
Asimismo, la industrialización trae consigo el descubrimiento de la noche mediante la iluminación artificial lo que permite incrementar de manera notable el tiempo dedicado al trabajo dando lugar a los turnos de trabajo y al esparcimiento nocturno en lo que al ocio se refiere. El tiempo ya no es elástico sino que es unidireccional, únicamente tiene como objetivo el futuro.
Con la llegada de la era digital afrontamos a una nueva contextualización del tiempo. El tiempo del reloj y la fábrica, da síntomas de agotamiento. Entre los miembros de la generación Y (los nacidos entre 1980 y 1994) es difícil encontrar a alguno que porte en su muñeca este utensilio (es un instrumento unifuncional). Para ellos el tiempo está en todas partes. Con la llegada del mundo digital y el desarrollo de las nuevas tecnologías todo es inmediato y de breve recorrido. Según Bitly (2011) una entrada en Facebook tiene una duración de 2,8 horas; en Twitter de 3,8; en YouTube de 7,8, por citar unos ejemplos. Las transacciones de capital se realizan en fracciones de segundo. Nuestro reloj biológico ya no está asociado a la naturaleza. Con las nuevas tecnologías ya no hay tiempo laboral, lo importante es estar vinculado cuando sea necesario. Se ha instalado el tiempo de la flexibilidad laboral que requiere nuevos tipos de contratación: los fijos discontinuos (según estaciones del año); las jornadas a tiempo parcial; las jornadas de horario flexible; el teletrabajo sin horario determinado; las horas extras, etc. Proliferan empresas de doble cara, que enlazan mediante una plataforma tecnológica, oferta y demanda y reclutan a su personal con el falso reclamo de que trabajando para ellos eres dueño de tu tiempo. La separación entre hogar y centro de trabajo cada día está más desfigurado, solo lo distingue una fina línea.
En este momento, nuestra estructura productiva tiene un alto componente industrial y, en consecuencia, la regulación horaria mantiene elementos del tiempo industrial. Tampoco debemos olvidar que en España tiene un peso muy considerable la economía de los servicios y del ocio, muy relacionados ambos con el descubrimiento de la noche. Pero no pasará mucho tiempo sin que nuestras relaciones socioeconómicas tengan que evolucionar a una economía basada en las tecnologías de la computación lo que requerirá que nuestra regulación temporal se adapte al tiempo digital.
Con esta panorámica hemos de afrontar la decisión de elegir el horario de verano o el de invierno, o que en un mundo como el digital en el que no existen los husos horarios nos empujen a decidir si continuamos con el huso horario de Europa Central o por el que nos corresponde geográficamente, el alineado con el meridiano de Greenwich.
La discusión técnica promete ser interesante, pero más sugestivo será observar cuánto nos aproximamos o nos alejamos de un concepto de tiempo digital o, lo que es lo mismo, qué visión de futuro tiene cada generación y el conjunto de la población de nuestro país. El tiempo nos lo dirá.