El arte, primero
Una exposición que demuestra la trascendencia del arte para el ser humano.
La exposición Arte primero. Artistas de la prehistoria (Museu d’Arqueologia de Catalunya, comisariada por Inés Domingo y Antoni Palomo, y prorrogada hasta el 22 de noviembre) ha sido distinguida con un honor singular: la nominación como finalista a los Global Fine Awards 2020. Desde el nacimiento del comportamiento simbólico a las representaciones paleolíticas y posglaciales –todas ellas de una asombrosa capacidad técnica y expresiva, queda patente la exquisitez de tantas obras de la muestra, totalmente alejada del prejuicio empeñado en asociar la torpeza a la prehistoria–, pasando por las formas con que los estudiosos han registrado las producciones artísticas de nuestros ancestros y la relevancia patrimonial del arte rupestre, Arte primero da muchas pistas sobre el pasado, pero también muchas sobre el presente.
Alguien no familiarizado con la nomenclatura relacionada con la periodización, los materiales, e incluso las osamentas humanas y animales –el estadio cultural “magdaleniense”, el negro de “manganeso” o el hueso “estilohioideo”, por ejemplo–, podría temer no entender nada en esta exposición; ya Gustave Flaubert ironizaba respecto a los tecnicismos en Madame Bovary (1856): «nombres todos ellos cuya etimología ignoraba y que eran para él como puertas de acceso a santuarios sumidos en una augusta tiniebla» (según traducción de Carmen Martín Gaite para Tusquets Editores, 1993). No es este el caso, porque el equipo del MAC, encabezado por Jusèp Boya, se ha ocupado de aunar el rigor científico con la cercanía divulgativa: de ahí las explicaciones para todos los públicos o la claridad de las animaciones, los audiovisuales y la disposición de las piezas. Eso sí, sin rebajar el tono, ni caer en didactismos paternalistas, dos de los males de algunas políticas de nuestro tiempo, empeñadas en confundir la cultura con el espectáculo. Como en todo buen discurso –las exposiciones siempre son discursos–, Arte primero tiene algo para cada mirada.
No es extraña tal capacidad para conectar con los públicos más diversos, ya que esta es una muestra de nuestro tiempo. Su objeto de estudio nos transporta muy atrás –hasta antes y después de la edad de hielo, ahí es nada–, pero en tanto que constructo expositivo, es plenamente contemporáneo. Aquí, por “contemporáneo” entendemos alineado con los valores y retos de nuestra época, y no meramente coetáneo. Por eso, aunque sin entrar en disquisiciones que se escaparían de su línea argumental, la mujer aparece representada como agente activo en ámbitos variados, entre los cuales destaca ese que hoy llamamos “artístico”. También por eso se sugiere atender a la posibilidad que el arte no fuera patrimonio exclusivo de los humanos anatómicamente modernos –nosotros–, sino también de los neandertales –los otros–. Y es que lo que resultaría anacrónico sería que bien entrado el siglo XXI aún mantuviéramos las posturas patriarcales y etnocentristas que, nos guste o no, determinaron buena parte del estudio de la prehistoria en décadas y siglos precedentes. No nos referimos, por supuesto, a manipular los hechos, que siempre son los que son, sino a cómo contarlos: los historiadores del arte sabemos de qué hablamos, y por eso tenemos mucho trabajo pendiente para restituir en los lugares que les corresponde a tantas mujeres artistas olvidadas o para devolver la voz a tantos pueblos no europeos.
Desde luego, los y las visitantes del MAC aprenderán mucho sobre el arte levantino de hace miles de años, pero además y, sobre todo, podrán constatar la centralidad del arte en lo que se refiere a la idea de “humanidad”. De lo que ya no queda duda es que donde hay arte, hay seres humanos; y viceversa, porque van inextricablemente unidos. El arte, primero. Me permito el juego de palabras a partir del título de la exposición, y la reivindicación. Sea en nuestros albores, en la prehistoria que describe la exposición con tanto acierto, sea en los descensos a los infiernos en las guerras y en los campos de concentración, siempre hemos producido arte. Será, pues, que no se trata de ningún lujo, ni ninguna sofisticación superflua, como nos han hecho creer tan a menudo.
Y, si el arte es tan necesario para el Homo sapiens, ¿cómo es que le destinamos tan pocos recursos? Quizá por otra asombrosa característica humana: nuestra tendencia a perpetuar el error. Arte primero, como señalábamos al inicio, opta a uno de los galardones más prestigiosos del panorama internacional, compitiendo en la categoría de Antigüedad con mamuts museísticos de la talla del British Museum en Londres o The Metropolitan Museum of Art en Nueva York. Es decir, con instituciones cuyos medios no son ni de lejos comparables a los del MAC; desde luego, no en términos directos –para sostener sin demagogias una comparación directa, la magnitud de cada museo debería estar en escalas similares, y las lógicas sociales y los sistemas económicos que los rigen, deberían ser iguales o, como mínimo, equivalentes–, pero tampoco en términos relativos: ¿hace falta recordar con qué presupuestos para los equipamientos museísticos trabajamos en nuestro país y el porcentaje del PIB que representan? He ahí el drama. Arte primero. Artistas de la prehistoria demuestra la trascendencia del arte para el ser humano, pero también lo mucho que pueden conseguir los museos más cercanos con muy poco –muy poco en el plano material, porque de conocimiento, talento y creatividad están más que dotados–. Reclamar más recursos para nuestros museos –especialmente en medio de crisis como la actual– es defenderlos y haciéndolo ayudarnos a nosotros mismos: porque sin arte (primero), no hay sociedad, ni cohesión de ningún tipo. Quizá, nuestros tatarabuelos más lejanos no hubieran titubeado al respecto.