¿Dónde está Marta del Castillo?
Hace once años de un crimen que estremeció a España y lo sigue haciendo: porque no hay tumba en la que poner flores, porque hay siete versiones del asesino, porque la herida sigue abierta.
El caso Marta del Castillo es una herida abierta. Justo el 24 de enero, se cumplieron 11 años de su desaparición y asesinato en Sevilla, pero su cuerpo no aparece y su familia aún no puede ni llorarla en paz. La sociedad española sigue teniéndola presente, a la espera de justicia, de un capítulo final. Una década de dolor (privado y televisado) de sus padres, Antonio y Eva, de búsquedas sin resultado, de al menos siete versiones contrapuestas, de juicios que no responden a todas las preguntas.
Lo que vas a leer a continuación es una suma de lo que pasó, lo que los protagonistas dicen que pasó, lo que los jueces han considerado probado que pasó... y lo que no sabemos si pasó.
Marta del Castillo Casanueva tiene 17 años. En la lluviosa tarde del sábado 24 de enero de 2009 tiene previsto ir al barrio de Triana a visitar un taller de artesanía cofrade, ver unos mantos bordados, comprar incienso. Así se lo cuenta a sus amigos. Pero antes de eso recibe una llamada por el telefonillo de su piso, en el Núcleo Residencial Tartessos. “Es Miguel”, le dice a su madre. Miguel Carcaño, de 19 años, había sido su novio durante un tiempo, pero ya no lo era. Se habían conocido porque el chico llevaba a sus sobrinas al colegio donde estudiaba Marta y pronto acabó llevando a su pandilla a un barrio que no era el suyo. La madre de Marta le pregunta que qué tiene que hacer ya con él. La respuesta: deben arreglar “algunas cosas”. Por ejemplo, quiere que él le devuelva unos CD de música a los que tiene aprecio.
Marta baja al portal, en el momento en el que su padre llega cargado de bolsas de la compra. Ella le abre la puerta. Le dice que se va con Miguel. Los dos varones se han visto ya. El chico ha prometido llevar a la adolescente pronto a casa. Al padre no le gusta que vayan en moto. “Ten cuidado”. A Marta ya no la volvieron a ver en su hogar, ni viva ni muerta.
Marta -que no es la mejor estudiante, pero sí una cría buena, que no ha dado problemas nunca, obediente- no aparece a la hora convenida. Salta la alarma. Sus padres y amigos la llaman y no dan con ella. Así que llaman a Miguel, con el que tienen la seguridad de que ha estado. El joven responde que habían ido efectivamente de paseo por Triana pero que a poco más las nueve de la noche la había dejado en su casa. Luego, durante horas, ni atiende el teléfono.
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Antonio del Castillo, el padre, se lanza a la calle, mientras en su casa se van concentrando amigos de la niña. Primero piensa en un accidente y recorre los hospitales. No hay rastro. Así que decide ir al piso de Miguel. Aunque el noviazgo fue breve, todos sabían (y se compadecían) del chico que vivía en la calle León XIII, con su hermanastro, lo que le quedaba tras la muerte de su madre, una mujer discapacitada. Se presenta allí pero se topa con una vivienda silenciosa y a oscuras, con las persianas abajo. Nadie responde a sus aporreos -el piso es un bajo-. Una patrulla de policías pasa por la zona, les cuenta lo que pasa y le dicen que denuncie, que no pueden hacer más.
En realidad, Carcaño ya no residía en ese apartamento. Se había trasladado a la vecina localidad de Camas para vivir con su nueva novia, Rocío, menor de edad, y la familia de ésta. Eso se sabrá con las horas, tensas y angustiosas, en las que los teléfonos no responden y no hay pistas. Se suceden las llamadas entre los amigos de Marta, los intentos por saber más, y otra vez los hospitales, y otra vez a la casa de León XIII. En una de esas visitas, abre la puerta al fin el hermanastro de Miguel, Francisco Javier Delgado. Que no sabe de qué le hablan, dice, que no conoce a ninguna Marta, que no son horas para llegar a gritos.
A las seis de la mañana, el padre de la niña pone finalmente una denuncia por su desaparición. El caso, lamentablemente, no activa ningún protocolo especial para menores (de hecho, se cambió gracias a este crimen). Tampoco se va a por Carcaño, pensando en un caso de violencia machista. No se vio como una desaparición de alto riesgo. 2009 es ayer pero en determinadas cuestiones queda muy lejos, como en lo relativo a la protección policial y judicial a estas víctimas.
Descartada la emergencia sanitaria, se pensaba en una chiquillada. En una noche de sábado prolongada. En una pelea de enamorados. Los padres no tenían dudas de que no era así pero, contagiados de ese discurso, hasta lo repetirán en sus primeras intervenciones públicas, cuando la búsqueda salta a los carteles de las calles, a los medios de comunicación, a la red social Tuenti que Marta usaba. Aunque, como repetían familia y amigos, eso no tenía nada que ver con el carácter de la chica, dulce, simpaticona y responsable. ¿Marcha voluntaria, marcha involuntaria?
Empiezan a encadenarse pistas falsas en las que se van muchas horas y muchos esfuerzos, pero que había que comprobar. Una vecina afirma, rotunda, que ha visto a Marta en el portal de su casa hacia las nueve y media de la noche del sábado.¿De veras la llevó Miguel de vuelta? La familia habla luego de un router encendido. ¿Subió a casa? ¿Usó internet y se fue? Había que verificar todo. Aunque llevara, al fin, a un callejón sin salida.
Tiempo invertido en otras cosas que permitió que quien finalmente está en prisión por el crimen, Miguel Carcaño, pudiera deshacerse del cadáver, limpiar pistas y preparar una coartada. La Policía, claro, acudió al piso señalado por el madre de Marta como residencia de Miguel, pero no encontró inicialmente nada extraño. O quizá sí: un "intenso olor a limpio", como recogen los atestados del momento. En la mañana del domingo, un vecino del bloque le dijo a un atribulado tío de Marta que había visto a Miguel en mirad del pasillo, de madrugada, llevando una silla de ruedas. Raro.
Eliminadas estas pistas falsas, el novio siempre fue el principal sospechoso. De fondo, se comprobaban llamadas que decían que Marta había sido vista en distintos puntos de Andalucía y Extremadura. Sin resultado, nuevamente. La familia tenía mala espina con Carcaño, los investigadores también. Por sus silencios, sus evasivas, su falta de preocupación por lo sucedido a su ex, cuando era el último que a había visto con vida supuestamente. Seguía trabajando como empleado de la limpieza en un bingo del barrio de Los Remedios de Sevilla, como si nada.
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Tres semanas después de la desaparición de la chiquilla, se le detuvo como sospechoso. Una primera pista: su hermano le advirtió por teléfono, en una conversación pinchada: "No le digas nada a la Policía, no tienen nada". Y una prueba demoledora final, desencadenante de todo lo por venir: una mancha de sangre en el interior de la chaqueta que llevaba el 24 de enero y que, tras ser analizada por los científicos, se supo que era de Marta.
Gracias a las dilaciones del caso, a la cadena de retrasos en la alerta y la búsqueda, Miguel había logrado borrar muchas pruebas. Llevó a la casa de Camas en la que estaba viviendo la ropa que llevaba en la noche de autos y la abuela de su pareja la lavó, sin saber nada. Pero quedaba la cazadora, el abrigo que no se mete en la lavadora con la regularidad de un chándal, que pensó que estaba limpio, pero no. El ADN no mentía.
En cuanto se sabe el resultado de la sangre, el 13 de febrero, Miguel es arrestado. Se viene abajo. Cuenta que ha matado a Marta y se ha deshecho del cuerpo, nada que ver con su versión de que la había dejado a salvo en su portal. Dijo que había tenido una discusión con su exnovia en la casa de su hermanastro y que, en un momento dado, cogió un pesado cenicero y le dio en la sien. Un golpe mortal. El arma homicida se la guardó en la chaqueta y había dejado marca. El objeto concordaba con la mancha.
Carcaño desveló que no había actuado solo: había llamado dos amigos suyos y de Marta, Samuel Benitez y Javier, alias El Cuco, este último de apenas 15 años. A la menor la mató él pero sus colegas le ayudaron a enrollar el cuerpo en una manta, ponerlo en una vieja silla de ruedas de su madre y llevarlo al coche del menor (se lo había cogido a su madre, aunque no tenía edad de conducir legalmente).
Carcaño cogió su moto y abrió camino, seguido del turismo, hasta un viejo puente que une Sevilla y Camas, un tramo sobre el río Guadalquivir que atravesaba cada día para ir a su nueva casa. Allí se paran y tiran a Marta al agua, en mitad de una horrible tormenta. También se deshacen del cenicero. Casi un millón de euros se ha gastado el Estado desde entonces en buscar infructuosamente el cuerpo de la adolescente.
Con el relato de Carcaño, son detenidos El Cuco y Samuel, que llevaban semanas participando en las vigilias por Marta. El segundo, hasta estuvo en la casa de la chica en la noche de su desaparición, acompañando a su madre, Eva Casanueva. En mangas cortas. En pleno enero. Los tres contaron por separado la misma versión, la del traslado y el río. Empiezan dos procedimientos judiciales paralelos, el de los adultos y el del menor, lo que desde el inicio complicaría también las investigaciones y las acusaciones.
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Llegan las añadiduras a la versión inicial. El Cuco reconoce ante los investigadores que estuvo en el piso de León XIII, una presencia que delata el ADN suyo mezclado con el de Marta que se encuentra en el cuarto de Miguel en dicha vivienda. Dice que acudió sin saber qué había pasado y que el hermanastro de Miguel estaba allí también y le obligó a ayudar bajo amenazas. Cuando se fueron a tirar el cadáver, dijo, Javier se quedó limpiando. El hermano, vigilante de seguridad y socio en un bar de copas, insiste en que esa noche había estado cenando con su exmujer y su hija. Al final también fue detenido.
Samuel se desdice. Se proclama inocente. Sostiene que declaró inicialmente, incriminándose, porque fue obligado por la policía, algo que El Cuco dirá también más adelante. Afirma que estuvo en su barrio, Montequinto, con sus amigos, hasta que fue a casa de Marta a apoyar a la familia y ayudar. Contra él no había pruebas biológicas.
Con Miguel en prisión sospechoso de asesinato y los otros tres (Samuel, Cuco y Javier) igualmente detenidos por encubrimiento, el mayor giro lo da el propio Carcaño. Un mes después de su primera confesión pide declarar voluntariamente tras un supuesto bajón, en mitad de una reconstrucción, y relata que El Cuco violó a Marta y la estranguló. Luego la tiró a un contenedor de basura de su calle. Que no pudo evitarlo, dice.
Esa versión le duró unas horas, porque nada más regresar a la cárcel pide hablar de nuevo y afirma entonces que él también violó a Marta y que, junto al Cuco, la estranguló con un cable alargador, que nunca ha sido encontrado. Siempre se ha entendido que este cambio repentino fue pura estrategia: si se incluye un delito sexual en la causa, ya no puede ser enjuiciada por un jurado popular, que suele ser más duro que los propios jueces, según se dice en los patios de las prisiones. Alguien dio el consejo a Carcaño. Y fue bueno.
Mientras, María García, la novia del hermanastro de Miguel, tiene que declarar también por el caso. Sostiene que estuvo en el piso-escena del crimen estudiando para unas oposiciones, a partir de la medianoche; dio un rato y luego se acostó. De lo que pasara antes no sabía. Testifica a favor de Javier, quien antes de cumplir cuatro meses entre rejas, sale libre a la espera de juicio.
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Los especialistas sostienen que en esta tercera versión hay detalles muy exactos, incluso desde el punto de vista forense. También se encontró la navaja con la que supuestamente habían amedrentado a la chica, en una alcantarilla cercana al piso, pero en ella no había restos de ningún tipo.
Lo cierto es que la hipótesis del contenedor de basura activa otro proceso de búsqueda: tras peinar 80 kilómetros de Guadalquivir con los mejores especialistas, tras medir mareas y revisar colectores, revisar cada matojo, cada cañal, se decide ir al vertedero de Alcalá de Guadaíra donde acaban los restos de Sevilla capital. Tras un mes y medio de trabajo, se cierra la vía. No hay rastro del cuerpo.
En noviembre de 2009, Marta es buscada en Camas. La novia de Carcaño dice que él le ha confesado que la tiró en una zanja cerca de su casa, en ese pueblo. Nuevos expertos y movimientos de tierra. Nuevo desánimo. A finales de año se habían rastreado más de cien lugares en las provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva. Samuel, en la misma fecha, sale libre. La familia sigue esperando y sin consuelo.
La primera sentencia que se dictó sobre el caso Marta del Castillo fue la del menor, Javier El Cuco. El juzgado de menores le condenó a dos años y 11 meses de internamiento en 2011. De aquella primera versión que decía que había visto el cuerpo ensangrentado, que había ayudado a trasladar el cuerpo, no quedó nada en la vista. Lo había contado ante los policías pero no quiso repetirlo ante el juez, por lo que no valía. Ya en la sala, insistió en que la policía le había presionado para contar lo mismo que Carcaño. No explicó por qué no dio señales de vida en la noche en que Marta había desaparecido, como hacían otro amigos.
Hay testigos que dicen que vieron a dos personas encapuchadas portando una silla de ruedas. ¿Era él uno? Los teléfonos no lo sitúan en su casa, pese a que así lo afirman los padres. No hay restos del menor en la navaja ni en la silla de ruedas, tampoco en un tensiómetro con el que se supone que verificaron que Marta estaba muerta.
La fiscalía pedía que fuera condenado por asesinato, pero sólo lo fue por encubrimiento, porque por mucho que se negara a reconocer su presencia, su ADN estaba en la casa, en un pelo, debajo de la mesa del ordenador de Miguel, y mezclado con ADN de la joven. Había estado en en lugar de los hechos. No hubo manera de probar más, tampoco la violación. "Yo no sé dónde está Marta y yo también sufro, era mi amiga", dijo en la última sesión.
En marzo de 2013 salió del centro de menores y pasó otros 13 meses en libertad vigilada.
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El 17 octubre de 2011 se celebró el juicio contra Carcaño, Benítez, Cuco, Delgado y García. Al único procesado por la muerte se le pedía una pena de 52 años por asesinato, agresión sexual y un delito contra la integridad moral, por el daño que estaba causando a la familia con sus contradicciones y mentiras. A los demás se les juzgada por encubrimiento y delito contra la integridad moral, entre cinco y ocho años.
Empezaba la vista con una cuarta versión de Miguel: mató a la niña, pero no la violó, y fue Samuel quien se deshizo de su cuerpo. Otra vuelta de tuerca más. En su declaración formal en la vista dijo que se había "acalorado" discutiendo con Marta, que había un cenicero sobre la mesa del ordenador, lo cogió y le golpeó. Que no sabía dónde estaba el cuerpo porque se lo llevaron su dos amigos. Que la agresión sexual se la inventó más tarde en un acto de venganza contra El Cuco, cuando se enteró de que había testificado contra su hermano Javier, a quien exculpó por complejo, como a su novia. En su última intervención, pidió perdón a la familia "por el daño causado", "sin intención".
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Samuel, para quien el fiscal pedía cinco años de pena, tampoco sabía. Ni dónde estaba el cuerpo ni qué pasó. Declaró que la policía le explicó lo que tenía que decir. Sus amigos estuvieron con él hasta las dos de la mañana en su barrio, pero hay una franja hacia las 9 de la noche en la que no se sabe dónde está. Los teléfonos dicen que en Montequinto, o sea, a 14 kilómetros de la escena.
Javier, el hermanastro, se enfrentaba a una pena mayor, ocho años, porque sumaba las supuestas amenazas a El Cuco. Su versión: no conocía a Marta, no la vio esa tarde, cenó con su ex y su niña y luego se fue a trabajar. Su teléfono avala esos movimientos, aunque entre las 12 y las tres aparece apagado. María, su novia, procesada por cinco años como Samuel, insiste en que ni vio ni conoció a Marta, que llegó al piso a estudiar, estuvo un rato y luego se durmió, hasta que la despertaron los familiares de la chiquilla, buscándola.
El 13 de enero de 2012 se lee la sentencia: sólo hay un culpable, Carcaño; los demás, absueltos. La pena de Miguel es de 20 años de prisión por un delito de asesinato. En el apartado de hechos probados, la sentencia recoge la primera versión, la del golpe con el cenicero. No se puede, no obstante, asegurar que contase con la ayuda de los demás. No hay pruebas concluyentes ni restos biológicos, hay coartadas relativamente sólidas, que mantienen viva la presunción de inocencia. No hay cuerpo sobre el que investigar. De hecho, es la primera sentencia en España que se dicta sin tener el cadáver de la víctima.
La Audiencia de Sevilla indica que a Marta la mató Miguel y que fueron él, El Cuco y una tercera persona no identificada quienes se deshicieron del cuerpo. Esta es una de las grandes lagunas del proceso. Como repite el padre de Marta, "solos no podían".
Esa sentencia fue ratificada por el Tribunal Supremo, hasta donde llegaron los recursos. El Alto Tribunal aumentó la pena de Carcaño un año y tres meses, al considerarle también autor de un delito contra la integridad moral. También fue condenado al pago de las costas derivadas de la búsqueda del cuerpo de la joven, que a esas alturas superaban los 600.000 euros.
El Supremo también anuló la parte de la sentencia que hacía referencia a la absolución de Samuel Benítez, ya que el tribunal creía que no había sido suficientemente motivada. La audiencia volvió a absolverle y el Supremo, también, después de que la familia de Marta recurriese esta absolución. Ese flanco del caso está cerrado. El TS se quejó de cómo se ha llevado la investigación, de las contradicciones en las franjas horarias fijadas como las de la muerte... Más dolor para la familia.
Y mientras Carcaño se ha comido ya la mitad de su condena, su hermano y su novia hacen vida anónima. Poco se sabe de ellos.
Samuel Benítez y El Cuco se han ido de Sevilla, juntos, manteniendo su amistad. Viven el sur de Francia, en la Provenza. Uno trabaja en lo que le sale, intentando ser modelo, y el otro ahora es escultor. El primero se llevó a su pareja y ahora es padre. El segundo se ha emparejado con una chica francesa con la que también ha tenido un hijo.
Cuatro años después del asesinato, Carcaño contó una nueva versión, con nuevo asesino y nuevo escenario. En una visita policial dijo que fue su hermano Javier quien mató a Marta. Miguel y la chica llegaron al piso y el hermanastro estaba allí y empezó a reprocharle a Carcaño que se hubiera gastado un dinero que tenían en el banco y que iba destinado a la hipoteca (la casa, de hecho, se la acaba quedando el banco).
Empiezan a discutir, el mayor golpea en la barriga al pequeño, la adolescente trata de mediar y Javier le da varios culatazos con la pistola que llevaba en ese momento y que portaba habitualmente en su bar. La niña fallece, lo comprueban con un tensiómetro. Entre los dos, trasladaron el cuerpo hasta una finca de la localidad sevillana de La Rinconada, llamada Majaloba, donde la enterraron en una zanja.
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Luego afina el relato: añade que El Cuco llegó al piso a ver a Miguel y se topó con la escena, que Javier le amenazó, se impuso como adulto, y le exigió que los ayudara, que entre todos sacaron el cuerpo hasta la calle con ayuda de la silla de ruedas, que lo metieron en el coche de la exmujer de Delgado y que los dos hermanos tomaron rumbo a la citada finca agrícola, donde enterraron a Marta entre escombros. Un terreno que Carcaño dice que no conoce ni ha visto en su vida. Javier se va a la casa de su exmujer, Miguel a la de su novia. Carcaño tira el teléfono de Marta en una alcantarilla cercana al bingo en que trabaja. Sostiene que, con todas sus contradicciones, sólo ha tratado de proteger a su hermano, pero que ya no más. Que esa es la verdad.
Los padres de Marta afirman que, para ellos, esta es la versión más fiable, de ahí que peleen para que se reabra el proceso por esa vía, aunque los hechos probados por los dos juicios anteriores digan otra cosa. Antonio del Castillo ha escuchado este relato de boca del propio Miguel, cara a cara, porque se vieron en febrero de 2017, en la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real), donde Carcaño cumple condena. Lo contó lo mismo, y Del Castillo se lo cree, lo ve "factible". Por eso plantean la necesidad de revisar el caso.
Cámaras térmicas, georadar, geólogos, policías científicos, forenses... Todos lo especialistas posibles acudieron a Majaloba, en busca de Marta. Incluso se toma de nuevo declaración a Miguel, pero el juez entiende que su nueva historia es fantasiosa. Los agentes, sin embargo, entrevistan de nuevo a gente relacionada con Javier Delgado, lo que el juez entiende que es extralimitarse en su labor.
La Policía no frena. Levantó una zona de terreno de Majaloba porque justo en el mes en que mataron a Marta, en 2009, se instaló una tubería, por si ese movimiento de tierras hubiera alterado el enterramiento. Se encontró una malla de obra, que Carcaño había citado en una declaración. Sin más frutos.
En marzo de 2014 se le hizo al condenado un test de la verdad, con imágenes y reflexiones escritas referentes al caso. Por su reacción, los especialistas declararon que el cuerpo debía estar en un vertedero o escombrera. Así que vuelta a buscar en una que había cerca de Camas, junto al río. En este caso, aparecieron huesos humanos, pero con un siglo de antigüedad. La angustia y la ilusión de la familia en esos días fue indescriptible.
Más búsquedas: en el solar del Charco de la Pava, al lado del Guadalquivir, y en una dársena del río de camino a la Isla de la Cartuja, donde un sónar de la Armada notó algo raro. Días y días de trabajo en balde. Carcaño dijo al padre de Marta que su hermano podría haber cambiado el cuerpo a una finca de La Algaba, y allá que se buscó. Igual en un solar donde Delgado hacía prácticas de tiro, también cerca de la localidad de Camas. Ni un sólo resultado en este tiempo.
¿Cuál es la verdad, dónde está el cuerpo? La causa judicial abierta aún trata de aclararlo, diez años después. Lo que pasó en aquel bajo, nadie lo sabe realmente. Lo único claro es que hay una familia que necesita enterrar a una hija, una hermana, una nieta, y no puede hacerlo. El de Marta del Castillo es, para la justicia, un caso cerrado, pero no para la Policía ni para la familia.