Disparate español: otra vez el 'Celtiberia Show'
Muchas esperanzas se han frustrado. Por ejemplo, la que representó el nacimiento de Ciudadanos.
“España es uno de los países más fuertes del mundo; lleva siglos intentando suicidarse y no lo consigue”. La frase parece apócrifa, aunque últimamente se le ha adjudicado al canciller Bismarck, pero muchos expertos no la consideran creíble porque no se ha encontrado por lo visto constancia documental. Pero sea de quien sea, es igual. Según el momento puede representar ese sentimiento pesimista y resignado de la vida que muchos dan por cierto y que, como dirían los italianos, si non e vero, e ben trovato, y sirve al menos para explicar algunos misterios inexplicables. Aunque, en realidad, ningún país europeo se salva de la quema.
Cierto es, empero, que como en pocas partes del continente –para qué irnos a otros teniendo a ese mosaico europeo– el cumplimiento de esa ley de Murphy que dice que todo lo puede puede empeorar, empeora sin remedio, tiene una casi perfecta aplicación práctica en España.
En los últimos tiempos vivimos en una especie de maldición diabólica, con una alineación infernal de planetas. “A perro flaco, todo son pulgas”, dice el refranero, pero es cierto que en la última década muchos males se han agrupado como si se tratara de un conjuro. Y cuando parecía que se tomaba conciencia de ello y que al igual que tras la muerte de Franco y el finiquito de la dictadura había que acometer otro gran pacto de Estado para continuar en Europa, y con Europa, el camino democrático, las cosas empiezan a salirse de quicio. El empeño se revela de imposible cumplimiento. La frivolidad, la excentricidad, la falta de una visión de Estado, nos acerca al abismo.
Muchas esperanzas se han frustrado. Por ejemplo, la que representó el nacimiento de Ciudadanos en Cataluña. Cuando este partido dio el salto al ámbito nacional, vino el desencanto. En vez de constituir un centro ideológico, como los liberales europeos, capaz de dar estabilidad y sosiego, Albert Rivera y su núcleo duro eligieron disputarle la primogenitura de la derecha al PP, girando abruptamente desde el liberalismo social al conservadurismo más duro e intransigente.
Así, la ‘operación Rivera’ le ha dado la razón a Rosa Díez cuando desconfió del joven reformista que surgió de la lucha contra el separatismo catalán. La creadora de UPyD tenía experiencia: también su carrera estuvo ligada a su valentía en la lucha contra el terrorismo vasco. Descontenta con sus compañeros, que según ella no la valoraron en su justa media, se alejó del PSOE hasta que, en un proceso de pocos años, se situó en el mismo segmento riverista.
Por si no fueran pocos los conflictos de especial gravedad, como el desafío de los separatistas catalanes, y concretamente del grupo dirigente que decidió dar lo que en la práctica vino a constituir un golpe de Estado fallido, actualmente en fase de visto para sentencia por el Tribunal Supremo, y precisamente en unos momentos en que la inestabilidad política se ha prorrogado sine die a pesar de los sucesivos procesos electorales, tanto que no se descarta otra convocatoria en meses… la clase política parece empeñada en volver al ‘punto crítico’.
Y en imitar a aquél general mexicano –quizás sea una leyenda, claro– que arengaba a las tropas que le seguían en los tiempos de las revoluciones a granel diciéndoles algo así como “mexicanos, México está al borde del abismo, y el deber nos llama a dar un paso adelante”. No consta que lo dieran pero es muy probable que lo hicieran.
En el Madrid de hoy, alguien que dice algo igual de resbaladizo es el expresidente y ex secretario general del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero. No contento con haber fracasado estrepitosamente pero sin perder la sonrisa como mediador en Venezuela, donde más ha parecido un aliado del tirano Maduro que un demócrata en busca de una solución democrática, ha vuelto a crear un problema al Gobierno por su incontinencia verbal ‘bondadista’.
Su última ‘hazaña’ metepatas ha sido de nota: mientras los magistrados del TS deliberan la sentencia del procés, ZP, enarcando sus famosas cejas, pide públicamente algo que viene a ser algo así como que los jueces pongan una sentencia política y no una sentencia acorde estrictamente con los hechos juzgados y probados y su calificación penal estricta Código en mano, y, por si esto no fuera suficiente injerencia extemporánea y anti montesquiana, se atreve a aconsejar al Gobierno que vaya estudiando la posibilidad de un indulto en caso de condena.
En cinco minutos no solo le ha dado la razón a los golpistas catalanes, a todos los separatistas con tentaciones totalitarias y ‘unilateralistas’, a la derecha y a la extrema derecha que acusa de tramposos a los socialistas y de tener ‘pactos secretos’ –firmados o sobrentendidos como los del PP y Ciudadanos con Vox–, sino que ha degradado la imagen de España en la UE, que mira con lupa la actualidad nacional porque es difícil dejar atrás la imagen tan very typical spanish que Luis Carandell inmortalizara en su Celtiberia Show.
No es únicamente es grave la injerencia en la independencia judicial; es grave que se plantee la concesión de un indulto si los jueces consideran probado que hubo una rebelión, en cualquiera de sus matices y grados, que por sus efectos, (la declaración unilateral de independencia, la confrontación con los tribunales desde la Generalitat y otras instituciones, la movilización de la ciudadanía para oponerse mediante la interposición a la función de la Policía…) fueran constitutivos del que es en todas las constituciones europeas el delito más grave: atentar contra la Constitución en uno de sus mandatos más inamovibles en todas partes: la integridad territorial del Estado.
Decía Abraham Lincoln: “Es mejor estar callado y parecer estúpido, que abrir la boca y disipar las dudas”.
La frase, por cierto, en otro sentido distinto, también es de aplicación al ex jefe de la banda asesina ETA Arnaldo Otegui, que solamente decidió abandonar la vía del tiro en la nuca y la goma 2 cuando el pueblo español, la democracia, los jueces, la Guardia Civil, los servicios de inteligencia… no le dejaron otra salida.
La entrevista que le hizo TVE ha sido duramente criticada desde la derecha, en especial desde la más radical y en apariencia más obsesiva compulsiva: no por lo que dijo el antiguo etarra sino por el hecho mismo de que se le hiciera.
Hacérsela o no, depende del criterio informativo de las cadenas, sean públicas o privadas o mediopensionistas. En cualquier caso, no hacerla en función de intereses de cualquier naturaleza ajenos a los puramente informativos sería censura.
Pero, por fortuna, se le hizo, y el entrevistador cumplió su función con gran profesionalidad; y Otegui demostró que no estaba en absoluto arrepentido de la ‘solución final’ terrorista y de los crímenes que se cometieron que, de facto, constituyeron una ‘guerra civil’ vasca, dentro de una ‘guerra’ a España por parte de un grupo de criminales y de unos abducidos y cómplices que guardaban las apariencias. Otegui no pidió perdón a las víctimas, ni se mostró arrepentido por tanto daño y tanto ensañamiento y crueldad; es más, trató de endosar en una clásica maniobra de despiste las culpas al Estado, y habló de ‘todas las víctimas’.
Por un momento pensé que ya puestos se refería también a las víctimas del tráfico, y a las de Hernán Cortés en Tenochtitlán, y a los muertos en pateras y cayucos… pero no, se refería a las del GAL, para diluir y hasta justificar las culpas de la banda. Y hasta salió la fantasmal letra X.
Pero quien activó o desató la ‘guerra sucia’ -que empezó antes que la de los Grupos Antiterroristas de Liberación- no fue el Estado, fue ETA, que multiplicó su actividad asesina justo cuando terminó la dictadura y empezaba la democracia.
“En la entrevista de TVE me di cuenta de que Otegui era peor de lo que me imaginaba. Que no estaba arrepentido, que justificaba su pasado y que incluso volvería a hacerlo… Esto es muy positivo: muchos nos hemos dado cuenta de que sigue siendo un terrorista, pero un ‘terrorista en paro’ porque ya no hay mercado para estar activo”, me decía Luisa Pita ante el televisor.
Y volvemos al principio: con todos estos datos ¿quién puede negarse a un pacto de Estado entre los constitucionalistas?
Los que quieran imitar a aquél general mexicano, sin duda.