Dios ha muerto, pero también el diablo
Un momento desconcertante en la niñez es aquel en el que, luego de un tire y afloje, nuestro progenitor pronunciaba un "haz lo que quieras". Comprobábamos que hacer lo que queríamos no era lo que buscábamos, sino que de lo que se trataba era de transgredir a nuestros padres. Que ellos dijeran un "no" rotundo para luego escapar por la ventana, o a lo más un "sólo por esta vez", y así alcanzar una excepción a la ley paternal.
Quien tenga hijos podrá verificar lo mismo a la inversa. Cuando su propia criatura sea la que a ratos revele su deseo de convertir a sus padres en seres déspotas, empujando y empujando para que padre o madre saque sus credenciales de autoridad y diga "no en mi casa", "yo soy tu padre". Lugar ingrato y cansino. Quizás en el fondo el "haz lo que quieras" sea una venganza hacia los hijos, ya que antes que liberar al niño, es una liberación de ese sujeto llamado papá o mamá.
El mismo mecanismo se repite en algunas relaciones de pareja, donde uno empuja al otro a tomar el rol de bruja controladora, padre autoritario. Y es que, como escribió Bataille en El erotismo, el deseo humano busca levantar una represión para gozar, pero con la condición de sólo levantarla, no eliminarla.
El deseo y la transgresión están en permanente tensión. De eso está hecho el devenir humano: querer algo y no poder, anhelar donde hay obstáculo, inventarse obstáculos, amar a quien no nos ama, no amar a quien nos ama de vuelta, en fin, el conflicto eterno entre ley y deseo. En el fondo se trata del sujeto político, que debe negociar con varias cuestiones a la vez, el deber con el pacto social, su egoísmo, las pulsiones y sus renuncias por amor.
Pero el momento de la cultura actual ha ido borrando al sujeto en conflicto para dar paso al sujeto en déficit. Es decir, un sujeto que bajo el imaginario liberal "haz lo que quieras" es arrojado al desamparo y a la ilusión del deber de administrar su vida para alcanzar una felicidad, la que, por cierto, debe saber qué es. Bajo el lenguaje del management y la autoayuda, con la idea de que no hay límite, salvo la propia eficacia personal, el mayor padecimiento es la culpa de no lograrlo. Incluso en la muerte, desde que la ciencia anunció que la esperanza de vida aumentará exponencialmente, aparece la angustia de morirse prematuramente, por idiota, por no hacer la dieta correcta. Lo mismo en el amor, donde el desencuentro amoroso -que es siempre una posibilidad- es vivido como si se padeciera de la enfermedad "decidir mal". Hace varios años que esto también se instaló en la crianza, hoy se "hace apego" y se compran los productos para ello, como si todo el mecanismo de lo vincular pudiera tecnificarse en conceptos y prácticas.
Y es que -aunque sea una idea contraintuitiva-, si Dios ha muerto no está todo permitido, como escribió Dostoievsky, sino que está todo prohibido. Ante la incertidumbre, ni a quien echarle la culpa, se busca otro control, planteó Lacan. Quizás eso explique en parte la emergencia de los neoconservadurismos en el mundo, el retorno de la búsqueda de padres, hoy feroces. Y aunque el mundo progresista no busca dioses, su amparo está en el control, volviendo ciertas herramientas emancipatorias en moralismos en el lenguaje, en el rechazo a las contradicciones y al deseo mismo.
Pero no sólo Dios ha muerto, el diablo también. No queremos saber del lado opaco del deseo, mucho problema. Volviéndose el mundo interior algo homogéneo, sin conflicto, a la vez que estamos histéricos por definirnos y coincidir con nosotros mismos. Fin del sujeto político en conflicto, situando lo opaco en otro lugar. Pero también fin de la política de la ciudad, bajo la figura de seguridad de la derecha, que ubica siempre el mal en el otro, defendiéndose con comandos antiterroristas y muros. Mientras que la izquierda estos días parece situar el mal en el semejante, en sus propias filas, haciendo la peor lectura de sus compañeros, buscando sus pecados hasta en el tweet más viejo.
Ateísmo falso el de hoy, que inventa un padre o técnica que prometa prevenir la contingencia hasta la muerte. Transamos control sin miramientos para evitar la angustia de los terroristas externos, pero también internos.
Entre el pánico y el aburrimiento nos jactamos de que Dios ha muerto.
Este post se publicó originalmente en www.latercera.com