¿Día Mundial de la Alimentación o 'Las Uvas de la Ira'?
"El terror se apoderó de ellos hasta cubrir sus rostros. Los niños lloraban de hambre y no había comida. Entonces llegó la enfermedad".
Este sábado 16 de octubre es el Día Mundial de la Alimentación, una fecha señalada en la que conviene recordar un dato demoledor: se calcula que más de 800 millones de personas en el mundo pasan hambre.
Esta cifra representa una doble mala noticia. La primera es evidente: hay hambre en nuestro planeta. La segunda resulta igualmente inquietante: no sabemos con certeza cuántas personas “hambrientas” hay en la Tierra y, por tanto, tenemos que trabajar con estimaciones.
Parece que no nos importa demasiado saber cuánta gente se va a dormir sin haber probado un solo bocado. Es esta una realidad que, al menos a mí, me hace recordar este fragmento de Las uvas de la ira, el maravilloso libro de John Steinbeck: “Un hombre que tiene un tiro de caballos, que los usa para arar y cultivar y segar, a él nunca se le ocurriría dejarlos que se murieran de hambre cuando no están trabajando. Esos son caballos…Nosotros somos hombres”.
Este triste relato de la hambruna se vuelve aún más amargo si recordamos que un tercio de los alimentos que producimos se despilfarran. Sí, una tercera parte de la comida que teóricamente ha de servir para alimentar a los seres humanos acaba siendo desperdiciada.
He aquí pues una cruenta paradoja: mientras millones de personas pasan hambre, desperdiciamos millones de toneladas de frutas, verduras, pan, leche, carne y otros muchos productos. Lo cierto es que, a día de hoy, hay suficiente comida en la Tierra para que nadie se enfrente a una situación de inseguridad alimentaria.
Nuevamente, podemos ver reflejado este drama en Las uvas de la ira: “Eso es un crimen que va más allá de la denuncia. Es una desgracia que el llanto no puede simbolizar. Es un fracaso que supera todos nuestros éxitos. La tierra fértil, las rectas hileras de árboles, los robustos troncos y la fruta madura. Y niños agonizando de pelara deben morir por no poderse obtener un beneficio de una naranja. Y los forenses tienen que rellenar los certificados —murió de desnutrición— porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse”.
Y mientras, el mundo no deja de girar. Lanzamos proclamas solidarias y definimos unos hermosos Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODS). En total son 17. Objetivo 1: Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo. Objetivo 2: Poner fin al hambre. Objetivo 12.3: de aquí a 2030, reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor. Pero parece que estamos más cerca de poder vivir en la Luna o Marte que de terminar con el hambre y acabar con el despilfarro. No cerremos los ojos, no miremos hacia otro lado. No obviemos las incongruencias de nuestro sistema agroalimentario.
John Steinbeck publicó Las uvas de la ira en 1939. En sus páginas reflejó con crudeza la situación de Estados Unidos después de La Gran Depresión de 1929: millones de individuos hambrientos, que viajaban desde Oklahoma y otras regiones del sur de Estados Unidos a California, La Tierra Prometida.
Allí las personas que emigran son tratadas como apestados y reciben el calificativo oakies. Un relato, el de la inmigración, que, al menos a mí, también me resulta muy familiar.
Es sorprendente que una buena parte de lo que escribió Steinbeck siga vigente. Cierro este artículo con otro ‘cachito’ de las airadas uvas. “En los graneros la gente se acurrucó muy junta; y el terror se apoderó de ellos hasta cubrir sus rostros. Los niños lloraban de hambre y no había comida. Entonces llegó la enfermedad, neumonía y sarampión, que atacaba a los ojos y a la mastoides”.