El largo camino después de Trump
La derrota del magnate en las urnas es sólo el comienzo de una travesía para, primero, rehabilitar la democracia estadounidense, y después, construir una alternativa realmente progresista y transformadora.
Pese a la batalla legal emprendida por Donald Trump para impugnar el resultado de las elecciones, desde el pasado sábado podemos decir que la victoria ha sido para el ticket de Joe Biden y Kamala Harris. El candidato demócrata ha sido el más votado de la historia de la democracia norteamericana, con más de 76 millones de apoyos frente a los 71,5 millones de su rival. “STOP THE COUNT!”, gritaba Trump en Twitter cuando dejaron de salirle las cuentas. Sin embargo, su derrota en las urnas no significa que los demócratas hayan logrado una victoria social en estas elecciones.
Alexandria Ocasio-Cortez, que ha revalidado su puesto como congresista del Bronx y Queens, lo ha dejado claro: “No hay tiempo para el brunch”. No, no hay tiempo: Trump ha conseguido notablemente más votos que en 2016, y ha dado muestras de tener capacidad de ampliar su perfil electoral, cosechando votos entre sectores que, presumiblemente, no le darían su apoyo: latinos en los estados del sur (y no solo entre el exilio cubano y venezolano en Miami, donde ha arrasado) y algunas zonas de mayoría afroamericana.
Pese a su victoria, Biden no ha conseguido articular una alternativa integral a Trump, sino más bien un ‘plebiscito’ contra él. Esto es lo que ha provocado que, en algunos lugares donde los demócratas tradicionalmente ganaban con holgura, esta vez lo hayan hecho con menos apoyo. También habrá que ver su capacidad real para implementar políticas, puesto que el control del Senado aún se le puede escapar. Es cierto que Biden ha conseguido una movilización histórica y ha logrado cinco millones más de votos que su contrincante, pero no hay que pasar por alto que Trump también ha ampliado su apoyo electoral, con casi diez millones de votos más que hace cuatro años.
En este contexto, las palabras de AOC se vuelven más urgentes que nunca: no es el momento de tomar el brunch como si, al fin, fuésemos a despertar de la pesadilla trumpista. La presidencia del magnate no ha sido un mal sueño del que despierta un país después de cuatro años. Todo lo contrario. Como en el microcuento de Monterroso, “el dinosaurio todavía estaba allí”: Trump ha consolidado y ampliado un bloque conservador, reaccionario, machista y xenófobo, alimentándose en parte de los destrozos de un establishment demócrata que se olvidó de las necesidades de la gente. El legado de Trump seguirá vigente si no se atajan las causas de la desigualdad económica, social, racial y de género del país. Llamar a una vuelta a la normalidad no será suficiente, porque esa ‘normalidad’ era precisamente el problema de millones de personas.
Es el momento, ahora más que nunca, de ponerse a trabajar en un proyecto de país realmente progresista y radicalmente democrático que pueda hacer frente a lo que Trump representa: la reacción violenta de unas élites blancas que ven menguar su poder. La construcción de ese proyecto antitrumpista no puede depender únicamente de Biden o Harris (de hecho, si así fuera ese proyecto nunca se llevaría a cabo). La clave está en las bases más progresistas del Partido Demócrata, incluidas las que están fuera de la organización, que han demostrado su capacidad de movilización y la necesidad de construir una agenda transformadora vinculada a los movimientos sociales y a las bases ‘sanderistas’, y que dé respuesta a cuestiones acuciantes para la población norteamericana: la desigualdad y el racismo institucional, pero también la lucha por el clima.
A este lado del Atlántico, tampoco es el momento de que la Unión Europea y los gobiernos de sus Estados miembros dediquen esta semana al brunch y respiren tranquilos, al menos por dos razones. La primera es que la beligerancia de Trump contra la UE y sus ataques a la multilateralidad como herramienta para resolver problemas globales no se van a acabar de la noche a la mañana: esta actitud ya está calado en una parte importante del establishment norteamericano, que no va a dudar en presionar a Biden para que mantenga, si no toda, al menos sí buena parte de esta agenda de política exterior.
Y la segunda es que las semillas autoritarias y antidemocráticas que Trump ha plantado ya han arraigado en nuestras sociedades, donde la extrema derecha es más fuerte que nunca. Por eso, también en Europa, necesitamos un proyecto que combine una política exterior basada en la democracia, los derechos humanos, la justicia social y la soberanía que sea capaz de superar las posiciones reaccionarias trumpistas. Una política que transforme nuestras sociedades y acabe con la desigualdad, el miedo y la incertidumbre económica que alimentan a nuestros propios Trumps.