Derechos de la infancia: muro de contención contra la barbarie
Los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. De cuidar y proteger, pero también de excluir, maltratar y odiar. Dice el psicólogo social Jonathan Haidt, que uno de los fundamentos morales que tenemos los seres humanos, anclado en lógicas evolutivas que tienen su raíz hace millones de años, es el fundamento del Cuidado. Este fundamento básico se activa especialmente en nuestra mente cuando vemos sufrir a un niño. La imagen de un niño nos suscita respuestas emocionales instantáneas de ternura, que se intensifican si sentimos que se encuentra indefenso o es vulnerable. Algo muy profundo de nuestra naturaleza humana nos urge a la compasión y ayuda.
Sin embargo, paradójicamente, somos también capaces de ignorar esa vulnerabilidad. La historia de la humanidad es testimonio recurrente de la facilidad con la que hemos violado nuestra predisposición humana al cuidado y atención a los niños. Decía el historiador Lloyd de Mause, que la “historia de la infancia es una pesadilla de la que solo hemos despertado recientemente”, haciéndose eco de las atrocidades cometidas contra los niños desde que el mundo es mundo: abandono, maltrato, abuso, trabajo infantil, infanticidio…
Los datos nos indican que España es un país donde los padres muestran una inclinación intensa a sacrificarse en beneficio de sus hijos. Los sociólogos nos han bautizado como un país “familista”. Aunque de manera algo tardía, estamos entendiendo también la necesidad de proyectar públicamente esta inclinación, exigiendo que las administraciones públicas se impliquen activamente en la protección de la infancia y la lucha contra la exclusión social durante esta etapa crítica.
Según una encuesta reciente de 40dB para Save the Children, la inmensa mayoría de los españoles (84%) consideran, por ejemplo, que la pobreza infantil es un problema importante, y en un porcentaje similar, apoyan la existencia de una institución pública específica dedicada a combatirla. Más de la mitad de españoles declaran que estarían dispuestos a pagar más impuestos si la recaudación se destinara a combatir la pobreza infantil.
La lista de asignaturas pendientes para asegurar el bienestar infantil es larga, pero estamos dando pasos en la buena dirección. Existe una amplia aspiración a que el nuestro sea un buen país para ser niño, expresada en los programas de muchos partidos que van a protagonizar la próxima legislatura en el Congreso. En el último año y medio, se creó un Alto Comisionado para Lucha contra la Pobreza Infantil, se duplicaron las prestaciones monetarias para las familias con niños en situación de pobreza severa, y se aprobó un texto de Anteproyecto de Ley Orgánica para la Protección Integral de la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia, impulsado desde las entidades sociales, informado por expertos, y con amplio diálogo y consenso entre las fuerzas políticas. Como recordaba hace unos días la Ministra en funciones, María Luisa Carcedo, el Anteproyecto está listo. Una de las primeras iniciativas parlamentarias de la nueva etapa debe ser elevarlo a rango de ley.
En cantera está también extender la escolarización de calidad en la etapa 0-3 años, para que los niños puedan beneficiarse de la estimulación cognitiva en esta etapa crucial, y disfruten gracias a ello de mayor igualdad de oportunidades en su itinerario de educación obligatoria. Figuran asimismo otros objetivos que contribuirán a construir el país en que queremos que crezcan nuestros niños, como garantizar el acceso de todo los niños que los necesitan a comedores escolares en período escolar y fuera de él, extender el ocio educativo y otras actividades extraescolares entre colectivos que no pueden sufragarlas de su bolsillo, o desarrollar mejores servicios en materia de Atención Temprana para dar respuesta lo más pronto posible a las necesidades transitorias o permanentes que presentan los niños y niñas con trastornos en su desarrollo o que tienen riesgo de padecerlos.
Pero somos una sociedad compleja, donde conviven abanderados del progreso y de la regresión. Hoy día 20 de noviembre la mayoría de gente de bien celebra el Treinta Aniversario de la Convención de Derechos del Niño, un verdadero hito en el avance de los derechos de la infancia. Tal día como hoy, en 1989, tras muchas negociaciones, todos los países excepto uno (Estados Unidos), firmaron una convención que recoge derechos sociales, culturales, civiles y políticos de todos los niños. Subrayo todos. Además, consagra compromisos y responsabilidades de los gobiernos y de otros agentes como familias, educadores, profesionales de la salud o los propios niños.
Sin embargo, aprovechando esta ventana de oportunidad para hablar de infancia, estos días se alza también la voz de energúmenos que, desde instituciones representativas, sugieren pedir que España se descuelgue de la Convención. El motivo es que no hace distinción en la nacionalidad de los niños cuyos derechos se compromete a proteger, por lo que no permite las expulsiones masivas que algunos desearían llevar a cabo. Pronunciamientos como estos nos recuerdan que la barbarie vive agazapada siempre cerca. Sirva este día también para ponernos en guardia frente a los promotores del retroceso al pasado y para conjurarnos a impedir que, con su discurso de exclusión y odio, manchen nuestros más bellos logros.