Dentro de la cabeza de Putin, cumplido un mes de guerra en Ucrania
Putin domina el concepto de la escalada bélica, una estrategia esencial en la conquista que combina elementos diplomáticos y militares.
La guerra entre Rusia y Ucrania es el primer conflicto de alta intensidad que se produce en Europa desde 1945. Con este conflicto, todas las ilusiones de Occidente, nacidas y mantenidas tras las guerras de descolonización, se van a hacer añicos. La invasión deseada por el presidente ruso es un shock, un recordatorio de la realidad que vivimos y que ya no soñamos.
Pero a pesar de la destrucción y las muertes, esta guerra es, más que ninguna otra, una guerra de propaganda, una guerra psicológica, una guerra de miedo, una guerra librada como un agente de la KGB. Desde el 24 de febrero, los medios de comunicación occidentales han servido de cámara de eco para los numerosos intentos de desestabilización que emanan del Kremlin. A modo de reacción, se habla de crímenes de guerra y de los tribunales de Nuremberg, y se sueña con un armisticio. Sin embargo, aun a riesgo de decepcionar a la gente, detener el conflicto armado no pondrá fin al conflicto subyacente. Para entenderlo, hay que entrar en la cabeza de Putin...
La expansión de la OTAN amenaza la seguridad de Rusia. A pesar de las promesas hechas a principios de la década de 1990 por James Baker y Hans-Dietrich Genscher, la OTAN se ha expandido hacia el este: casi todos los países del Pacto de Varsovia se han adherido, así como las antiguas repúblicas soviéticas (los actuales países bálticos), mientras que otros lo están intentando (Georgia, Ucrania). El territorio ruso, marcado por las invasiones a lo largo de la historia (mongoles, tártaros, franceses, alemanes, etc.) y las “fronteras” (Extremo Oriente, Crimea, el Cáucaso, Asia Central, etc.), está bajo amenaza.
Occidente, en decadencia, pretende imponer sus valores culturales e ideológicos. Occidente es un bloque decadente: “Muchos países están revisando las normas morales y éticas y están borrando las tradiciones nacionales”, dijo Putin en diciembre de 2013. Occidente ha demostrado que no tiene en cuenta la integridad “histórica” de las grandes naciones y fomenta su fragmentación en nombre de un supuesto “principio de autodeterminación”, lo que para Putin equivale al caos: los ejemplos son Kosovo, Chechenia, Osetia del Norte, etc. El presidente ruso se alinea con las opiniones de Ivan Ilyin, un filósofo ruso, sobre las amenazas de Occidente.
Rusia está en ascenso. Putin bebe de las ideas de Lev Goumilev, un etnólogo que cree en el impulso “biocósmico” de carácter cíclico que tienen todos los pueblos. Ahora, la energía vital de ciertos pueblos estaría en fase ascendente, mientras que la de Occidente estaría en fase descendente. En febrero, Putin dijo: “Creo en la passionarnost. En la naturaleza, como en la sociedad, hay desarrollo, apogeo y decadencia. Rusia aún no ha alcanzado su apogeo. Estamos de camino”.
El presidente ruso quiere recuperar la grandeza de la Rusia de los zares, la de Pedro el Grande, fundador de San Petersburgo, ciudad de Putin, o la de Catalina II, que anexionó Crimea y fundó Odesa. Quiere pasar a la historia como el líder que reparó el crimen histórico de desmantelar la Unión Soviética. Para ello, debe extender la influencia de Rusia a todas las regiones de habla rusa y, sobre todo, volver a unir las regiones históricamente rusas a la madre patria, empezando por Ucrania, su frontera marítima (Mar de Azov y Mar Negro) y la Rus de Kiev, cuna de la Rusia moderna y “madre” de las ciudades rusas.
Putin subestimó la resistencia ucraniana, sobreestimó la eficacia del ejército ruso y juzgó mal la unidad de Occidente. Pero una cosa es segura: Putin no aceptará la derrota. Su lugar en la historia e incluso el poder están en juego.
Su nueva estrategia consiste en desgastar las defensas y la moral de los ucranianos, y derribar las ciudades una a una tras un bombardeo incesante. El asalto a Mariupol es, pues, un “ensayo” de su nuevo enfoque, y su éxito definirá el resto de la ofensiva.
Desde el punto de vista económico, Putin tratará de asegurarse el apoyo financiero y militar de China, venderá su petróleo a países no occidentales (está negociando con el primer ministro indio Narendra Modi) y buscará la neutralidad de los Estados del Golfo y de Venezuela para impedir que Europa diversifique sus suministros. Seguirá jugando todas las cartas posibles para sembrar el miedo y la discordia con la esperanza de que el malestar mundial por el aumento del precio de la energía y de ciertos metales y la subida de las materias primas sean suficientes para calmar la furia de Occidente.
En el plano militar, consciente del riesgo interno (las pérdidas rusas se concentran en los soldados de las minorías étnicas, que se estiman entre 5000 y 10.000 al cabo de 4 semanas), intentará implicar en el conflicto a tropas “aliadas” (Bielorrusia) o mercenarias (los sirios o el grupo Wagner). Después continuará su escalada (destrucción total de ciudades, deportación forzada de poblaciones, rehenes, intentos de asesinato de Zelenski...) mientras utiliza cada vez más sus armas “modernas”: bombas termobáricas, “dardos señuelo” (para engañar a las defensas antiaéreas) y misiles hipersónicos para mantener la presión sobre Occidente.
Va a multiplicar los mensajes contradictorios: amenazas nucleares, negociaciones de paz, distracciones... Podría instalar nuevas armas nucleares en la región de Kaliningrado para asustar a Europa, recurrir a ataques químicos selectivos para obligar al gobierno ucraniano a sentarse negociar...
Putin domina el concepto de la escalada bélica, una estrategia de conquista que combina elementos diplomáticos y militares. A largo plazo, los dos escenarios más probables son los siguientes:
1) Tras muchos meses de guerra de desgaste, consigue suficientes objetivos estratégicos y obliga a Kiev y a Occidente a negociar un acuerdo de paz. Recupera toda la costa ucraniana en el Mar de Azov y el Mar Negro, un corredor que une Crimea y la costa con la región del Donbás y las dos nuevas “repúblicas” autónomas, y anexiona todo a Rusia. En este escenario, Kiev podría mantener un estatus neutral, pero esto no será suficiente y el conflicto volvería a empezar poco después, una vez que el ejército ruso se reconstituya y se resuelvan sus problemas logísticos y de mando.
2) Alternativamente, Rusia no avanza, o se atasca, o sus pérdidas se multiplican. Está entre la espada y la pared, y solo le queda otra escalada: abrir un nuevo frente en un país que no es miembro de la OTAN (Moldavia, quizás), hacer escaramuzas en Polonia o tal vez atacar a Estonia. Todo esto durante un incesante intercambio de amenazas nucleares y misiles hipersónicos. Este escenario nos llevaría al borde de un conflicto a gran escala. En este caso, solo una escalada medida de la OTAN obligaría a Putin a desescalar.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Francia y ha sido traducido del francés por Daniel Templeman Sauco.