Demócratas, republicanos y el Día de Acción de Gracias: ¿Es posible la reconciliación?
Desde que Trump llegó, la política ha dividido a las familias y hay bastantes en las que se han roto las relaciones.
El último jueves de noviembre se celebra en Estados Unidos el Día de Acción de Gracias, la ocasión más sagrada del año en lo que a reuniones familiares se refiere. Sin duda, en las cenas que se celebren este año se hablará del tema de las elecciones, sobre todo ahora que Donald Trump ha dado por fin luz verde para que se inicie el traspaso de poder al presidente-electo, Joe Biden. Desde que Trump llegó a la presidencia, la política ha dividido a las familias y hay bastantes en las que se han roto las relaciones entre miembros con ideas opuestas. Los que están en contra de Trump no comprenden cómo sus familiares pueden apoyar a un hombre tan patentemente corrupto y racista, lo que, a sus ojos, los hace cómplices y encubridores de sus fechorías. Los que apoyan a Trump contemplan esta reacción como exagerada y no entienden que se les culpe de nada. Para ellos, Trump ha sido buen presidente porque les ha dado lo que deseaban. ¿Quiénes son estos votantes y qué es lo que quieren? ¿Y quiénes son los votantes demócratas que contemplan con tanto desmayo el apoyo de sus parientes a Trump?
Aunque los votantes son un conjunto muy complejo, en líneas generales hay tres grupos bien delineados dentro de cada partido. Dentro de los votantes republicanos puede distinguirse entre la derecha económica tradicional, la derecha religiosa radical y la derecha desafecta, que está compuesta primordialmente por votantes blancos sin estudios universitarios. Los votantes demócratas se dividen en minorías étnicas, blancos con estudios universitarios y jóvenes de todas las razas. Ambos partidos están afectados por dos factores adicionales: Las diferencias entre votantes rurales y urbanos y entre hombres y mujeres. Los republicanos son más populares entre los votantes rurales y los hombres, mientras que los demócratas lo son entre los votantes urbanos y las mujeres.
Durante muchos años, el Partido Republicano estuvo controlado por la derecha económica tradicional, es decir, por los ciudadanos que quieren que el Gobierno cobre pocos impuestos y ofrezca pocos servicios. Este grupo, que incluye a la gente más rica del país, tiene como uno de sus principales objetivos reducir el tamaño del Estado de bienestar. En las últimas décadas, con el propósito de ganar votos, los republicanos han cortejado a la derecha religiosa radical, compuesta principalmente de cristianos evangélicos y de católicos ultra-conservadores, cuyo principal objetivo es ilegalizar el aborto. Estos votantes monotemáticos son fieles al Partido Republicano, ya que éste ha prometido ayudarlos a conseguir sus fines. El tercer grupo es el de la derecha desafecta, los blancos sin estudios universitarios, cuya situación económica ha empeorado considerablemente con la desaparición de gran parte de la industria pesada y de muchas manufacturas. Algunos de estos ciudadanos antes votaban por los demócratas, pero con la decadencia de los sindicatos y la falta de esperanza de que regresen los trabajos bien pagados para personas sin estudios superiores, muchos se han pasado al Partido Republicano y constituyen el núcleo duro de los seguidores de Trump. Debido a su gran vulnerabilidad emocional y a su falta de preparación académica, este grupo es muy susceptible a las interpretaciones racistas y xenófobas de Trump, que les dice que la culpa de su situación la tienen las minorías étnicas, los inmigrantes y los países extranjeros.
Estos tres grupos sienten que Trump ha hecho mucho por ellos. La derecha económica tradicional está satisfecha con la gran bajada de impuestos que Trump ha dado a los ciudadanos más acomodados del país. Aunque su estilo no le agrade, le gusta el dinero que le da, así que vota por él. La derecha religiosa radical está contenta con los jueces ultra-conservadores que Trump ha puesto en el Tribunal Supremo. Su esperanza es que éstos usen su poder para ilegalizar el aborto si se presenta la ocasión. La derecha desafecta, aunque no ha visto grandes mejoras en su situación material, se siente liberada por Trump, que le ha dado licencia para expresar su frustración a través de lemas racistas y xenófobos hasta ahora considerados poco cívicos.
Los demócratas ven con preocupación estos acontecimientos, que les parece que están minando la democracia y destruyendo la credibilidad de los Estados Unidos en el mundo. Las minorías étnicas se sienten amenazadas de manera muy personal por los constantes ataques racistas de Trump y sus seguidores. Los blancos con estudios universitarios, es decir, los profesionales, perciben con disgusto la deriva autoritaria de Trump y sus ataques a la ciencia, al periodismo y a todas las profesiones, las cuales descansan en la rigurosa búsqueda de la verdad. Por su parte, los jóvenes de todas las razas creen que Trump es una aberración y un retroceso, y quieren cambios profundos.
Éstos son los seis principales grupos de votantes. Naturalmente, dentro de cada grupo hay variaciones. Ningún grupo es monolítico. No todos los blancos sin estudios universitarios han votado por Trump ni todos los miembros de las minorías étnicas han votado en contra de él. Por ejemplo, dentro de los hispanos, una tercera parte aproximadamente vota de manera regular por los republicanos. Los que lo hacen suelen pertenecer o bien a la derecha económica tradicional o bien a la derecha religiosa radical. Los hispanos que desean ardientemente que se rebajen los impuestos o que se ilegalice el aborto han votado por Trump, aunque no les gustasen sus ataques racistas.
Un fenómeno muy interesante es cómo manifiestan los blancos sin estudios universitarios su frustración por la enorme falta de justicia social que hay en Estados Unidos, que es la economía avanzada con mayor nivel de desigualdad del mundo. Curiosamente, estos ciudadanos no les echan la culpa de su situación a los muy ricos, que son los principales beneficiarios de esta falta de equidad. Trump, que es bastante rico, se ha cuidado muy bien de dirigir la ira de sus seguidores hacia otra parte. Lo que ha hecho es echarles la culpa de la mala situación de los blancos sin estudios universitarios a las llamadas “élites liberales,” que son los profesionales. Sus seguidores le secundan con entusiasmo, lo que no es tan raro como parece. Al fin y al cabo, estos seguidores no conocen a ningún multimillonario, pero todos han tenido contacto con profesionales, como médicos, abogados o profesores. Los profesionales son personas conocidas que tienen más estudios y más ingresos que ellos, personas concretas a las que pueden envidiar.
Además, hoy día los profesionales son un grupo extremadamente diverso. En Estados Unidos, donde los rankings gobiernan el funcionamiento de las universidades, los hospitales y otros centros semejantes, los profesionales son muy cosmopolitas, ya que las instituciones contratan a los mejores expertos del mundo. Dada la prominencia de su trabajo, los profesionales de color son muy visibles. Muchos blancos sin estudios universitarios se sienten desplazados y disminuidos al ver que los expertos, que, de una manera o de otra, tienen autoridad sobre ellos, en muchos casos son miembros de minorías étnicas. Trump, con su gran habilidad para jugar con los traumas de sus seguidores, ha manipulado el resentimiento de estos ciudadanos con gran éxito.
El acontecimiento que desencadenó estos sentimientos negativos fue la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, que fue vivida como un agravio por muchos blancos. Obama tuvo un comportamiento impecable. Competente y correcto en todo momento, no hizo nada que pudiese interpretarse como ofensivo. Pero su alto calibre intelectual y elegancia innata solo sirvieron para intensificar el rencor de aquellos que se sentían empequeñecidos por su presencia en la Casa Blanca. La gran ofensa cometida por Obama fue sencillamente no ser blanco. Trump comprendió esto perfectamente desde el primer momento. Recuérdese que Trump entró en la vida política con su aseveración de que Obama no tenía derecho a ser presidente porque no era americano de verdad, acusándole falsamente de haber nacido en África. Esta deslegitimación fue muy del gusto de los blancos sin estudios universitarios que habían de convertirse en los más fieles seguidores de Trump. Para ellos, sus palabras sonaban ciertas. Obama no era la idea que ellos tenían de cómo debía ser el presidente americano, por lo tanto les resultaba creíble que no fuese realmente ni presidente ni americano. Con ese famoso ataque racista al primer presidente negro de la historia de Estados Unidos nació el trumpismo.
Ahora, con la orden que ha dado por fin Trump para comenzar la transición política, empieza el largo camino hacia su disolución. Queda por ver cómo los diversos grupos de votantes reaccionarán ante los cambios que se avecinan y si los seguidores más fieles de Trump, que son los más frágiles psicológicamente, serán capaces de librarse de los demonios que los atormentan. El Partido demócrata tendrá que desarrollar una estrategia para intentar mejorar la situación material de estos votantes y devolverles la esperanza de una vida mejor. Para esto necesitará la cooperación del Partido Republicano, que tiene que decidir qué dirección va a tomar en el transcendental cruce de caminos en el que se encuentra. Este año las conversaciones de las familias el Día de Acción de Gracias van a ser muy interesantes. Esperemos que demócratas y republicanos sean capaces de empezar a reflexionar sobre los acontecimientos de los últimos cuatro años, sin cuyo entendimiento no será posible la reconciliación.