Defender la vida arriesgando la propia
Entre 2016 y 2019 se registraron más de 7.000 agresiones a defensoras del territorio en Mesoamérica. Dalila Argueta, que llegó a España en 2021, es una de ellas.
“Tenemos un vínculo muy fuerte con nuestra tierra”. Estas palabras de Dalila Argueta reflejan muy bien el sentimiento de miles de personas en Latinoamérica y la motivación de su objetivo: defender sus territorios, luchar por la preservación del medio en el que viven, por el sostenimiento de sus pueblos. Pero la mayoría de las veces esta batalla tiene muchas, demasiadas consecuencias.
Dalila tuvo que abandonar Honduras por intimidación militar y persecución. La comunidad de Guapinol a la que pertenece se había levantado en 2017 para hacer frente a un proyecto de minería de Inversiones Los Pinares que hacía peligrar 400 hectáreas de la zona protegida de la montaña Botaderos. El agua empezó a contaminarse. Dalila y muchas otras personas iniciaron distintas acciones para evitar el desastre. “Nos organizamos para apostar por la vida de la tierra”, afirma. La iniciativa empresarial perjudica a unas 42.000 personas.
Dalila comenzó a recibir amenazas y temía por su vida, así que no tuvo mucha más opción que marcharse de su país natal. En abril de 2019 llegó a Madrid, después vivió en Zaragoza y finalmente llegó a la casa Refugio Basoa, cerca de Bilbao. “Estamos acostumbradas a la violencia, y venía con todos esos temores, veía un policía y pensaba que me iban a atacar; tuve unos ataques de pánico y ansiedad muy grandes”.
Varias organizaciones, como Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos (IMD) o la Red nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras la acompañaron durante todo el proceso migratorio, hasta su llegada a Euskadi. Ahora vive en un pequeño pueblo de apenas 800 habitantes, una zona rural retirada y sin ruidos. “El lugar perfecto para reubicarme”, comenta.
“Estamos defendiendo mucho con nuestros cuerpos”
Dalila es la primera defensora que entra a formar parte del proyecto. Aportando su experiencia y sus vivencias, continúa llevando a cabo su militancia en este espacio. “Aquí no se escucha nada de lo que pasa en nuestros territorios”. La lucha que mantiene es amplia, y le parece que la situación que están viviendo sus vecinos y vecinas de Guapinol es grave. “Defendemos todo lo que depende del territorio, la vida de las personas, la vida mineral, estamos defendiendo mucho con nuestros cuerpos”.
Conocer a mujeres de la Red de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras, cuando estaba comenzando la lucha por la conservación de sus tierras, fue para Dalila muy importante y reparador. Fue a través de esta organización por la que llegó a conocer a IMD. También la han acompañado durante este tiempo Front Line Defenders o Calala Fondo de Mujeres. “Me llenó mucho aprender de ellas esa forma de tejido solidario muy fuerte, cómo la Red acompaña a todos los movimientos, a todas las luchas de territorio, acompaña muchos casos de desalojo. Las redes salvan vidas, emocional y físicamente”.
Una violencia con sesgo de género
IMD, que articula las redes nacionales en Mesoamérica, inició su trabajo en 2010 con el fin de dar una respuesta integral y regional al aumento de la violencia contra las defensoras de derechos humanos en Mesoamérica. Abarcan los países de Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y México. Se contempla como una red de redes que permite articular los esfuerzos que
desarrollan las redes de defensoras de la región en materia de protección.
“Diseñamos y desarrollamos estrategias de protección que parten de un análisis de riesgo y que pueden implicar, dependiendo del caso, el desarrollo de acciones de muy distinta naturaleza, como pueden ser apoyos para la seguridad digital, atención psicológica y médica, implementación de medidas de visibilización del caso y de denuncia nacional e internacional, acompañamiento o asesoría jurídica”. Lo cuentan Lydia Alpizar y María Martín, codirectora ejecutiva y coordinadora de incidencias de la organización, respectivamente. Explican que acompañar un proceso de desplazamiento o refugio fuera del país de origen resulta muy complejo, por eso estos apoyos suelen ser puntuales.
“La violencia contra las defensoras se manifiesta de maneras muy diferentes; al igual que nuestros compañeros varones enfrentan violencia física, asesinatos, desapariciones, amenazas, violencia digital y criminalización, nosotras también. Pero en el caso de las mujeres tiene especial relevancia que muchas de estas violencia están marcadas por un componente de género. Este se identifica claramente a través de la sexualización de esta violencia, que no solo se ejerce en el cuerpo de las defensoras, sino que también se observa en el contenido de las amenazas y en la manera en que se ejerce la violencia digital”, añaden.
“Estoy aquí gracias a toda esta red que se tejió”
Dalila considera que los ataques que viven hombres y mujeres no se valoran de forma similar. “En Honduras los nuestros se minimizan porque importa más los machos alfa, cuando nosotras priorizamos a nuestras hermanas, la vida. Desde IMD nos escuchan, nos cuidan, nos protegen, arman estrategias de cuidados psicológicos, y esto hace posible que las que estamos fuera nos sintamos arropadas y sigamos tejiendo redes”, apunta. “La Red de Honduras y la IMD me dieron un acuerpamiento desde la salida a la llegada, durante el proceso de asilo, las cartas que se enviaron para que yo las presentara en Extranjería;
mostraron acompañamiento legal, psicológico, económico. Estoy aquí gracias a toda esta red que se tejió”.
Llegar a otro país y empezar desde cero no fue fácil para Dalila, empezando por el cambio de un entorno natural a uno urbano y continuando por la tarea de buscar trabajo. “Empecé a trabajar cuidando a personas mayores, luego estuve en una cafetería; llegué a tener cinco trabajos porque no quería pensar, fue una herramienta de escape para no pensar en lo que estaba pasando y también una forma de ayudar a mi familia”, apunta.
Las trabas institucionales fueron otra dificultad. “La Ley de Extranjería es muy violenta y muy racista, nadie deja su tierra porque quiere; la comunidad migrante sostiene la economía también, pero queremos aportar en base a la ley, no trabajar en negro ni quedarnos con las migas; a mí me tardó un año en llegar
el NIE [Número de Identificación de Extranjeros], también los programas de acogida del asilo se demoran mucho entre la petición y la concesión, y en ese tiempo no puedes trabajar. Además, te ves todo el rato volviendo a abrir la vida ante personas a quienes les resulta indiferente lo que está pasando en nuestro territorio”.
Los datos de la violencia
Según datos del informe ’Tendencia en Defensoras de tierra, territorio y justicia’ elaborado el pasado año por IMD, desde el asesinato de Berta Cáceres en 2016 y hasta 2021, al menos 21 defensoras de tierra y territorio han sido asesinadas en Mesoamérica y otras 45 defensoras sufrieron intentos de asesinato. Entre 2016 y 2019, la organización registró un total de 7.141 agresiones, la cuarta parte dirigidas a defensoras de tierra y territorio. Casi la mitad de las agresiones ocurrieron en Honduras.
Otra información relevante es que la mitad de las agresiones entre 2019 y
2020 fueron realizadas por agentes estatales y tres de cada diez por las empresas. “Gran parte de estas agresiones culmina en procesos de criminalización, lo cual conlleva otras violencias”, señalan desde IMD. Para apoyar a este y otros colectivos, Calala Fondo de Mujeres, otra pieza clave del tejido de apoyo, tiene en marcha una campaña de recogida de fondos denominada #EstamosAquí, cuyo objetivo es seguir dando soporte a organizaciones de mujeres como la IMD. En este caso se centran en grupos de mujeres defensoras de los derechos humanos que se enfrentan a distintas violencias.
Por el momento, Dalila está a salvo y protegida en Bizkaia, pero no olvida su tierra. “Me gustaría volver, a mi río, a mi tierra, a mi comunidad, pero una comunidad que esté libre, ver a mi país floreciendo con todo su esplendor, soberano e independiente, sin amenazas a las fuentes naturales”.
De cara al futuro, su deseo es claro, y su fortaleza también: “Querría que todas las defensoras retornen a casa, dejar de defender para empezar a vivir, pero vivir libres, no vivir luchando día a día. También hay alegrías en el camino, nos encontramos, nos reímos, pero el dolor común es muy duro, hay mucha amenaza. Al menos luchamos con alegría, con danza, con risa. Toca llorar sonriendo, y sonreír llorando. No paramos, ni pararemos”.