Declaración de Beijing: 25 años después (y varios pasos atrás)
Promesas incumplidas y nuevos retos para los derechos de la mujer en Europa y en el mundo.
Los derechos de la mujer se encuentran hoy amenazados y en una situación de retroceso mundial inconcebible en las últimas décadas. Hemos dado por ganadas algunas batallas decisivas, como el derecho de una mujer a tomar decisiones sobre su propio cuerpo, a no tener que sufrir violencia solo por el hecho de ser mujer o el simple y difícil derecho a tener voz propia, y que ésta se oiga en los espacios públicos. Sin embargo, estos derechos fundamentales reciben ataques que proceden de todas partes del mundo, tanto en países con regímenes autocráticos como en democracias establecidas.
En la Unión Europea, Polonia amenazó finales de julio con retirarse del Convenio de Estambul sobre prevención y lucha contra la violencia sobre las mujeres y la violencia doméstica, tras haberlo firmado en 2012 y ratificado tres años después. Hay países de la UE en los que el aborto sigue siendo ilegal, como Malta. En Eslovaquia, hace solo unas semanas, se debatió un nuevo proyecto de ley sobre el aborto que, de ser aprobado, duplicaría períodos de espera, impondría nuevos requisitos de autorización médica por motivos de salud y obligaría a las mujeres a declarar sus razones para buscar atención médica, imponiendo así obstáculos adicionales, Finalmente no se pudo llegar a una decisión definitiva en la Asamblea y la votación sobre la ley ha sido pospuesta por ahora, pero ¿hasta cuándo?
Hoy es un buen momento para recordar lo que está en juego, para las mujeres y para toda la sociedad. Este año se cumple el 25 aniversario de la Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre la Mujer, que tuvo lugar en Beijing en 1995. La Declaración de Beijing y la Plataforma de Acción, adoptadas por 189 países, son el marco normativo mundial más completo de los derechos de la mujer: se reconocen como derechos humanos y se establece una hoja de ruta para lograr la igualdad entre mujeres y hombres, con medidas y resultados medibles.
Por esta razón, el pasado 1 de octubre se celebró una reunión virtual de alto nivel, “Aceleración del logro de la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas” durante la Asamblea General de la ONU para conmemorar Beijing. Líderes de 100 países reconocieron que, en general, los avances están muy por debajo de lo que los Estados se comprometieron a hacer en 1995. No se ha logrado la redistribución del poder y los recursos entre mujeres y hombres en las esferas pública y privada, lo cual está vinculado a una ambición más amplia de lograr igualdad para todos, que coincide con el Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 sobre la igualdad entre géneros.
A nivel europeo, las estimaciones del EIGE (Instituto Europeo para la Igualdad de Género), encargado de supervisar la aplicación del Convenio de Beijing, destacan que ningún país completó los objetivos trazados en 1995. Ha habido progresos indiscutibles, como la ampliación de la esfera de adopción de decisiones: la mujer ha ganado más poder en Europa a través de legislaciones y reformas que han ayudado a estimular el cambio. Sin embargo, en el ámbito de la desigualdad económica y laboral, la brecha salarial persiste en alrededor del 16% de la UE. Las mujeres realizan una media de 13 horas más de trabajo no remunerado cada semana que los hombres, y las responsabilidades de cuidado de los niños y ancianos mantienen a 7,7 millones de mujeres fuera del mercado laboral. Los salarios más bajos, junto a una mayor probabilidad de trabajar a tiempo parcial e interrumpir la carrera para el cuidado familiar, hacen que las mujeres reciban un 37% menos de pensiones que los hombres y que aumente el riesgo de pobreza con el envejecimiento en varios Estados miembros de la UE. La igualdad de género no solo es un valor fundamental europeo: la mayor participación de las mujeres en el mercado laboral conlleva un beneficio económico, puestos de trabajo adicionales y un aumento consistente del producto interior bruto.
Además, las repercusiones sociales y económicas de la COVID-19 afectan desproporcionadamente a las mujeres. Por un lado, son víctimas de un aumento considerable de la violencia doméstica; por otro, sufren una clara desventaja económica y social al soportar buena parte de los cuidados y el trabajo doméstico no remunerado. A nivel mundial, ONU Mujeres estima que, en 2021 y debido a la pandemia, otros 47 millones de mujeres y niñas se verán abocadas a la pobreza extrema, con lo que el total ascenderá a 435 millones.
En la reunión, los líderes mundiales se comprometieron de nuevo con el objetivo de convertir la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing en una realidad para hacer frente a todas las formas de violencia contra mujeres y niñas, mitigar los efectos del cambio climático y lograr la paridad entre géneros en la vida pública y política, aplicar medidas de igualdad de remuneración y medidas de protección social y servicios de atención para contrarrestar los efectos de la COVID-19.
Como recordó el secretario General, António Guterres, para realizar la promesa incumplida de Beijing hay que ir a “la representación equitativa de las mujeres en las posiciones de liderazgo, en gobiernos, salas de juntas, negociaciones climáticas y de paz; en otras palabras, en todos los ámbitos donde se toman decisiones que repercuten en la vida de las personas”. Y añadió: “para lograr este objetivo, deberemos aplicar medidas específicas, entre ellas, la acción afirmativa y las cuotas. Es una cuestión de derechos humanos y una obligación social y económica”.
Tenemos que vigilar que se cumplan estas promesas. La actual pandemia ha creado nuevos desafíos, pero hay que aprovechar la oportunidad y lograr un cambio transformador para las mujeres en Europa y en el mundo.