De los Juegos Olímpicos a la inmersión lingüística
Lambán no se cansa de repetir y repetir, por ejemplo, que España no puede permitirse ceder ante Cataluña planteando unos Juegos desiguales, o que la candidatura debe ser del Gobierno de España.
No sé si Cataluña será alguna vez una república independiente, lo que sí sé es que una de las personas más convencida de que lo es ya es el presidente de Aragón, Javier Lambán. Envalentonado quizás por la victoria sobre los tesoros de Sijena conseguida con la inestimable ayuda del 155 y del tumultuoso y tumultuario exministro Íñigo Méndez de Vigo, de amarguísimo recuerdo, ha montado un enorme pollo a costa de la hipotética candidatura conjunta de estos dos territorios hijos de la Corona de Aragón. Así, Lambán no se cansa de repetir y repetir, por ejemplo, que España no puede permitirse ceder ante Cataluña planteando unos Juegos desiguales, o que la candidatura debe ser del Gobierno de España porque si no es un proyecto de Estado mejor que no haya proyecto, o que si no se contempla el Pirineo aragonés no es una candidatura de España. Ergo, si participa Cataluña, no, pero si participa Aragón ya es de España.
Por un lado, parte de la peregrina idea de que la Generalitat catalana no es administración del estado; por otro, de que los Juegos se conceden a un país o a un estado y no a una ciudad, a un lugar o lugares concretos. Es enternecedor, por otra parte, que crea que en 2030 todavía habrá algún copo de nieve practicable en el Pirineo, sean cuales sean las fronteras que les rodeen.
Hay más manifestaciones de ése, digamos, pensamiento. Algunas serían chuscas y pintorescas si no fueran síntomas pavorosos. Por ejemplo, José Luis Rodríguez Zapatero tenía que esconder que era del Barça como si fuera una lacra vergonzosa. Para la derecha y la extrema derecha eso le convertía en sospechoso, en un mal patriota, en un traidor. José María Aznar siempre que podía hacía gala, con soberbia ufana, de ser fan del Real Madrid. Porque ¿que es el Real Madrid si no es España? No por casualidad, cuando durante el franquismo este equipo iba de gira por América se le denominaba el «equipo gubernamental». El palco del Bernabeu lo corrobora.
Hay manifestaciones del fenómeno de mayor envergadura que se repiten ineluctablemente año tras año. El lunes 30 de mayo se publicaron las cifras oficiales de la ejecución de la inversión real en las diferentes comunidades durante 2021. En Cataluña, el Estado sólo ejecutó o invirtió un exiguo 35,8%; es la comunidad en la que se ha incumplido más la previsión. Estaba previsto invertir 2.068 millones pero se han invertido 740 millones o, dicho de otro modo: 96 € por cada habitante. En la comunidad más beneficiada, Madrid, se tenía que invertir «sólo» 1.134 millones, lo que potenció aquello de «Catalunya nos roba», «El Estado nos roba», en boca de la victimista Isabel Díaz Ayuso, pero se acabaron invirtiendo 2.086 millones (algo más, 18 millones, de lo que debía invertirse en Cataluña), es decir, un 184% de lo inicialmente presupuestado o, dicho de otro modo: 309 € por cada habitante.
No es muy difícil imaginar cómo se recorta la inversión en Cataluña: en los ministerios debe haber un ejército de hombrecillos con un bigote rancio y altamente peligroso de ministro franquista muy dispuestos y con unas monumentales e insomnes tijeras. Más difícil es imaginar cómo se puede doblar casi la inversión prevista en Madrid. ¿Cómo es posible invertir más del 100%?
El reparto sigue la perversa ilógica de la España radial y del AVE. Como si se exprimiera una esponja empapada de billetes sobre Madrid, la capital y su entorno (ambas castillas, Aragón, Murcia y La Rioja), son los únicos territorios donde las previsiones de inversión se cumplen o superan. En toda la periferia (Galicia, cornisa cantábrica, eje mediterráneo, Extremadura y los dos archipiélagos) el incumplimiento está siempre por debajo de lo presupuestado.
Visto de otra forma: en Madrid vive el 14,3% de población española y, en cambio, ha recibido el 25,5% de la inversión. Cataluña recibió un 9% del total de inversiones, un porcentaje muy por debajo del 16,4% de población, muy por debajo también de su peso en el PIB español. Al País Valenciano, con un peso poblacional del 10,7%, se destinó sólo el 5,7% de inversión. Dos países de los más perjudicados.
Ha habido reacciones patéticas por parte del gobierno de Pedro Sánchez: una ministra ha achacado la poca inversión en Cataluña a la pandemia (es bien sabido que no se acercó a Madrid: que lo pregunten a las viejas y viejos que al no tener seguro privado Ayuso condenó a morir cruelmente en las residencias); a la guerra de Rusia contra Ucrania (por lo visto afecta sobre todo a Cataluña). Otra ha dicho que sí, bueno, de acuerdo, pero que entre tal y tal día concretos Cataluña recibió más inversión que ninguna otra comunidad.
Puesto que todo puede empeorar, la injusticia ha reventado las fronteras. El gobierno «más progresista de la historia» destinará 1.100 millones de euros provenientes de los fondos europeos al castellano. Una cifra mareadora y difícil de imaginar. Se dedicarán 93 millones a la creación de un corpus lingüístico; 4 millones, a un observatorio de la lengua (la RAE y todos los departamentos universitarios no les bastan); se destinarán 169 millones a impulsar la Inteligencia Artificial sólo en castellano; 346 millones serán para la acción educativa exterior en castellano. A digitalizar el Instituto Cervantes, 38 millones (el mismo presupuesto que la Generalitat catalana tiene para toda la política lingüística). Vaya rodillo. Esto sí que es una inmersión lingüística, que ya se sabe que el pobre castellano está en retroceso.
El gobierno «más progresista de la historia», en un magnánimo gesto de voluntad integradora y plurilingüe, de esos 1.100 millones de euros provenientes de Europa, destinará 30 a apoyar proyectos en lenguas cooficiales; es decir, un paupérrimo 2,7% del total, que no casa ni de lejos con el número de hablantes de las otras lenguas oficiales.
La nunca suficientemente ponderada Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda, en todos los actos importantes, ya sea para recibir un doctorado honoris causa, ya sea para acudir a una cena ofrecida por la reina de Inglaterra en el palacio de Buckingham, se adorna siempre con una capa maorí punteada de plumas y parte de su parlamento, brindis o intervención es en esta lengua.
No pretendo que Pedro Sánchez se calce unas elegantísimas alpargatas, regale latas de «fabes», se ponga una chapela o aún menos que toque la gaita. Ni tan siquiera que balbucee unas palabras en alguna de las lenguas de su Estado, pero aproximarse a ellas y conocerlas sería el primer paso para que empezara a respetarlas un poco.