De la guerra de dos días a la movilización parcial: así ha evolucionado la estrategia de Rusia
Putin ha anunciado la mayor muestra de escalada bélica desde el inicio de la ofensiva en Ucrania, cuando sobre el terreno está menos enquistada... y no a su favor.
Vladimir Putin ha anunciado la movilización de 300.000 reservistas rusos. La guerra en Ucrania no va como estaba previsto, por más que el Kremlin repita esas frases de “los objetivos se están cumpliendo” o “todo va de acuerdo con el plan”. Es evidente que no. Lo que se ha puesto sobre la mesa es la mayor muestra de escalada bélica desde el inicio de la ofensiva en Ucrania, cuando sobre el terreno está menos enquistada... y no precisamente a su favor. La evolución de la “operación militar especial” obliga a actuar.
Pocos podían predecir este escenario hace casi siete meses, cuando Moscú ordenó la invasión del país vecino, el 24 de febrero. El Kremlin empezó con un ataque al unísono sobre las principales ciudades ucranianas, con seis frentes abiertos, atacando por tierra, mar y aire. Su plan era llegar a Kiev, la capital, en 48 horas, derrocar al Gobierno de Volodimir Zelenski -ese actor con la popularidad a la baja, entonces- y poner un Ejecutivo títere que siguiera sus indicaciones. Hablaba de liberar Ucrania de los “nazis” que la comandaban. Aquel discurso de nostalgia y expansionismo de Putin en las primeras horas.
Así empezó la primera fase de la guerra. Hasta marzo, los esfuerzos de Rusia se centraron en la velocidad de ejecución, la extensión y la profundidad del frente, que permitía destruir las capacidades ofensivas ucranianas. Sin embargo, los efectos no fueron los esperados: se enfrentaba a una resistencia armada más firme de la esperada y a una creciente ayuda extranjera a Kiev, a problemas logísticos y de medios que complicaron su avance, a malos cálculos.
Fracasaron en su intento de crear superioridad aérea. Luego, quisieron tomar Kiev demasiado rápido, con muchos ucranianos dentro de la ciudad que estaban formando cuadrillas armadas que asombraban al mundo y les amenazaban con una guerra de guerrillas. ¿El resultado? Problemas con la logística y tanques abandonados en las calles por miedo a las emboscadas.
La invasión terrestre iba lenta y Moscú se puso a combatir a la resistencia con potencia de fuego, de artillería y aéreo, armas pesadas para destruir objetivos militares pero, también, civiles, según empezaron a denunciar organismos internacionales como Amnistía Internacional o Human Rights Watch y acabó confirmando Naciones Unidas. A mediados de marzo, la botella de champán había perdido su fuerza y se conocieron las primeras inyecciones de fuerzas, como 16.000 voluntarios de Oriente Medio, sobre todo de Siria.
Zelenski es alabado por el mundo entero, Occidente acoge a los refugiados abriendo puertas y se organizan las sanciones para ablandar a Putin. El ritmo de la contienda no se hace sostenible y es entonces cuando, a mediados de abril, Moscú anuncia un cambio, una segunda fase en la ofensiva, por la que abandona la pelea por la capital y el norte de Ucrania, hasta Sumy, y se centra en el Donbás. Putin quería resultados rápidos, visibles, vendibles, y decidió reducir los objetivos de la ofensiva e insistir en el este. Quería controlar la región para crear un corredor con Crimea -que ya tiene anexionada desde 2014- y dominar así el norte del Mar Negro. Es, a juicio de los expertos, en origen de toda esta guerra, más allá de adhesiones a la OTAN o fascismos en Kiev. Rusia quiere dominar una zona que es industrialmente potente y geográficamente preciosa.
Si la primera etapa se caracterizó por los intentos rusos de abrirse paso rápidamente con bombardeos, artillerías de largo alcance y largos convoys de tanques -¿recuerdan la serpiente que amenazaba con entrar en Kiev y nunca llegó?-, la segunda fue más metódica, más medida, con intereses muy concretos. La meta era capturar territorio, sí, pero sobre todo, mantenerlo, consolidarlo, con el mínimo de bajas y en una zona especialmente importante. Putin hablaba menos del objetivo de liberar toda Ucrania, pero es que había cosechado menos frutos de lo esperado y necesitaba poder, hechos. Ninguna ciudad importante ucraniana, salvo Jersón, había caído bajo control invasor hasta que apostaron por el este, donde ya con un enorme apoyo, el de los prorrusos que en 2014 declararon unilateralmente su independencia de Ucrania.
En la segunda parte de la guerra, Rusia ha avanzado. Ha identificado objetivos más claramente, siempre en el este, con algunos ataques intimidantes en el resto del país, pero pese a ello seguían la pérdida de medios y de efectivos, en esta guerra más larga de lo previsto que ha permitido que Ucrania se forme y reciba cada vez más medios de los países occidentales, se rehaga y aprenda a defenderse mejor.
Se había logrado una cierta estabilización -o estancamiento- de los frentes de batalla durante el verano, aunque había aún avances rusos: Lugansk, una de las provincias que componen el Donbás, caía por completo en manos de Rusia, y en la otra provincia, Donetsk, ampliaba su dominio. En total, Moscú controla aproximadamente un 20% de suelo ucraniano, a día de hoy.
Sin embargo, hemos entrado en una tercera fase de la guerra que es la que ha desencadenado los movimientos de última hora en Rusia, desde la convocatoria de consultas independentistas en estas dos provincias para esta semana y la que viene a la movilización extra de reservistas. ¿Por qué? Porque Kiev ha reconquistado en dos semanas lo que no había hecho en siete meses, porque ha avanzado en el noroeste a pasos agigantados, haciéndose con ciudades notables como Kupiansk, un centro logístico crucial, e Izyum, una plataforma de lanzamiento de ataques rusos, donde con el retorno de los ucranianos se han descubierto fosas comunes masivas, los restos de lo que los rusos dejaron en su marcha, mientras abandonaban la zona.
La contienda estaba entrando ya en una fase peligrosa, antes del discurso de Putin de este miércoles. El repentino éxito de Kiev, sustentado en gran parte por el uso de armamento sofisticado llegado de aliados occidentales, ha acelerado los pasos independentistas de Putin. Por un lado, presiona desde el flanco político planteando por referéndum, unilateral y posiblemente una farsa, la soberanía de Donetsk y Lugansk. Por otro, por el flanco defensivo, refuerza sus medios, sin dar muchos detalles aún sobre las posiciones que van a ocupar los ahora reclutados.
En una actualización antes del discurso televisado de Putin, el Ministerio de Defensa del Reino Unido señaló que la urgencia de las consultas en las regiones ocupadas de Ucrania “probablemente se debe a los temores de un ataque ucraniano inminente y la expectativa de una mayor seguridad después de convertirse formalmente en parte de Rusia”. Insiste en que las fuerzas rusas en Ucrania “siguen experimentando escasez de personal” y que el paso dado por Putin era previsible, igual que el de castigar al disidente que no pase por sus órdenes. Un paquete completo, dice Londres, para “mitigar algunas de las presiones inmediatas”, como las críticas internas de la última semana que reclaman salidas a la crisis en un tono nunca usado antes en la contienda.
El nuevo despliegue
Su plan es el de proteger el Donbás, lo ha dejado claro en sus palabras, pero eso, tal y como lo plantea, supone que, a sus ojos, Ucrania pasaría de ser el invadido al invasor, el que ocupa su suelo legítimo -aunque no haya reconocimiento internacional- y el que ataca con armamento de países de la Unión Europea y de la OTAN. El riesgo de internacionalización del conflicto está ahí, no es agorero, es realista, pero no sólo depende de la movilización y los refrendos, sino del resto de pasos que dé Putin para defender todo ello, o sea, para salvarse de la derrota. Su intervención televisada contiene una amenaza nuclear que no se puede pasar por alto, centrada en Occidente, porque debe alimentar la narrativa de que hará todo lo que sea necesario, incluso tomar medidas extremas, para proteger a los suyos, o a los que cree suyos.
El problema inmediato es que se necesitan meses para movilizar, equipar y organizar nuevas fuerzas de combate, incluso si los llamados tienen experiencia militar previa, como será el caso, según ha dicho Putin. Hay analistas que hablan de un despliegue progresivo y otros, que indican que no pueden estar disponibles en buenas condiciones antes de primavera y que por esos los allegados al presidente con más alma de halcones le pedían una declaración de guerra, que sí puede conllevar una movilización total.
Moscú puede tener dificultades para proporcionar a las nuevas unidades el equipo que necesitan para luchar con eficacia, dadas las pérdidas catastróficas de estos meses, nunca realmente sabidas porque no hay más que opacidad sobre estos datos. También sobre los muertos: el ministro de Defensa de Rusia, Serguéi Shoigú, reconoció esta misma mañana la muerte de 5.937 soldados desde el inicio de la campaña militar en Ucrania. Sólo recientemente ha empezado Moscú a dar estos datos, vetada como estaba su comunicación desde marzo para no asustar a la población. Fuentes de Inteligencias independientes elevan la cifra, al menos, hasta los 25.000 rusos muertos, que Ucrania eleva aún más, a al menos 45.000.
Usando sofisticados equipos occidentales, el Ejército de Ucrania está frente a ellos, causando estragos en la maquinaria de ocupación de Rusia, haciendo estallar depósitos de municiones, puestos de mando y bases detrás de las líneas del frente. Y también recuperando ciudades, lo que anímicamente supone también un golpe de consecuencias difícilmente calculables. La moral, tan esencial. Cada vez es más difícil para el Kremlin organizar y equipar las fuerzas que ya tienen en la lucha, y mucho menos las nuevas, con los que llevan meses guerreando cansados y sin ver mucho avance, más allá de la caída en dominó de sus generales.
Se calcula que hoy Rusia tiene unos dos millones de reservistas que han prestado servicio en los últimos cinco años, es decir, jóvenes y con lo aprendido fresco en la memoria. La mitad de ellos, no obstante, son técnicos y personal administrativo. Defensa enfatiza que hay, en total, unos 25 millones de rusos con experiencia militar que puedan ser movilizados si es necesario.
Por ahora se descarta que puedan ser movilizados los estudiantes mayores de 18 años, en alusión a universitarios y aquellos que cursen estudios de formación profesional. “Que los estudiantes estén tranquilos y se dediquen a estudiar”, dicen. Los reservistas podrían ser legalmente desplegados en el Donbás y los territorios ocupados en el sur de Ucrania si el Kremlin acepta su ingreso en Rusia tras los referendos de integración que esos territorios celebrarán a partir del viernes.
La Duma (la Cámara Baja rusa) aprobó este martes enmiendas al código penal que endurecen hasta los 10 años las penas de cárcel para los soldados por rendición y deserción sin justificación en caso de movilización o ley marcial; esa misma pena se puede pagar por el incumplimiento de órdenes directas de un superior para participar en acciones militares o de combate.
Según informa la Agencia EFE citando a medios locales, una mayoría de rusos se opone a que el Kremlin declare la movilización general, aunque, según los sondeos oficiales, dos tercios de los habitantes de este país apoyan la campaña militar.
Rusia tiene problemas: desgaste de medios humanos, de material, falta de unidades de refuerzo y especializadas, mejoras en la retaguardia... y se encuentra con el que enemigo está fuerte y viene el mal tiempo, la lluvia y la nieve, los días más cortos. Quiere esprintar en el Donbás, al menos, con las consultas y con un redoble de su ofensiva. Se espera, pues, una dinámica más ofensiva en las semanas por venir, pero es complicado que sea inmediata. Mientras, extiende las amenazas y los miedos. Todos son el enemigo. Un precioso mensaje en este Día Internacional de la Paz.