De 'Cold War' (Pawel Pawlikowski, 2018) salí llorando
Parece ser que abundan los elogios entusiastas sobre Cold war.
Cierto, su primera media hora es fascinante. Ese periplo por las músicas populares de Polonia tiene un atractivo algo salvaje y extraño no solo por cómo está filmado sino también porque esas músicas nos resultan muy desconocidas y, por lo tanto, nos descolocan y alteran, despiertan una seducción inmediata en cualquier espectador y espectadora de mente no adocenada .
También siguen siendo muy interesantes las secuencias relativas a la creación del centro de recuperación y revalorización del folclore polaco.
El film, además, describe muy bien el veloz proceso de deterioro que sufre la utopía comunista. Utopía, hemos de reconocer -incluso quienes en su día militamos por ella- que ya de por sí se asienta en un sustrato ideológico bastante feroz y poco dado al humanismo "blandengue y complaciente" -como en el fondo considerábamos el humanismo- cegados como estábamos por el ideal de la dictadura del proletariado, esa que iba a resolver todas las miserias del mundo y que, por lo tanto, constituía la meta esencial, la que merecía realmente la pena aunque para alcanzarla no debiésemos reparar en los medios ni en las personas que quedaran laminadas.
Pero es que sabemos que, en su aplicación práctica, aquello llamado comunismo real, fue una mezcla de dictadura, burocracia y mediocridad. Sabemos que pronto, bajo nueva palabrería, se impusieron los intereses deleznables de siempre. Sabemos que terminaron mandando los mismos seres mediocres y acomodaticios y oportunistas que no dudan en aceptar todos los servilismos ni todas las miserias requeridas a fin de subir como la espuma y obtener poder.
Todo esto nos lo cuenta la película con economía de medios, sin grandes palabrerías, en dos o tres escenas muy bien narradas.
Luego, cuando empieza la historia de "amor" (pongo amor entre comillas, luego diré por qué) el film va perdiendo pulso narrativo, va decayendo y se va convirtiendo en un tostón.
Un tostón que apenas alivian los números musicales...
Para empezar, no controla los tiempos intradiegéticos (menos mal que inserta de vez en cuando la fecha) y, para seguir, construye unos personajes tontamente opacos y planos. No opacos porque tengan tanta recámara, tanta complejidad que resulte complicados descifrar, no. Son opacos justamente por lo contrario porque de ellos solo vemos dos cosas: su talento musical y el "amor loco" que sienten el uno por la otra y viceversa.
Pero ese amor no es creíble. De ninguna de las maneras. Cierto que, quien más quien menos, ha vivido un amor desmesurado, de los monotemáticos que acaparan. Pero es improbable que una obnubilación así dure años y años (aunque, ciertamente, vivirlo solo en dosis muy espaciadas, puede alimentarlo, pero con todo...). Ya en su día pensé igual viendo Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005). En ese film entendí que, dadas las circunstancias, renunciaran a vivir su amor. Y entendí que cuando vuelven a encontrarse, vuelvan a sentir esas llamaradas, pero no que estuvieran así durante veinte años. Aunque también entendí que, cuando uno muere y el otro va a rememorar su recuerdo, sienta una profunda emoción ante lo irremediablemente perdido (o sea, su juventud) y ante la mediocridad y el destrozo de vida (de ambos).
Pero aquí, en Cold War, todo es mucho más absurdo. ¿Acaso se explica la desmesurada histeria de ella cuando vive en París? Se puede alegar que se siente insegura, que no consigue adaptarse a esa sociedad que le resulta tan ajena, etc. Son explicaciones plausibles pero que el film apenas da. Y tampoco entendemos por qué no son capaces de vivir juntos. Cierto, la convivencia -no digo ya placentera sino simplemente pacífica- no siempre acompaña a la pasión. Pero la película solo muestra el resultado, no sus causas, ni sus vericuetos. Ni se entiende por qué esos celos desmelenados de ella cuando están juntos pero que, cuando están a mil kilómetros de distancia, sobrelleva tan estupendamente. Sí, ojos que no ven, corazón que no siente... Pero ¿un pelín exagerado, no?
En definitiva, la historia de "amor" es una elucubración adolescente, simplona y mentirosa. Si es amor de verdad, no pueden vivirse así. Si es arrebato, no dura tantos años.
Y la "machada heroica" de él, resulta absurda. ¿A qué va a Polonia? Ciertamente no a salvarla pues dada la situación del país y de ambos, lo evidente es que será ella la que tendrá que salvarlo a él aún a costa de prostituirse un poco más.
Podemos pensar: no se trata de salvar, se trata de estar, por fin, juntos... Tres consideraciones: 1. "A buenas horas, mangas verdes". Han tenido veinte años para pensárselo... 2. ¿Él es tan iluso como para no saber que, en cuanto cruce la frontera, irá a un campo de concentración y que, por lo tanto, tampoco estarán juntos? 3. Y aunque ignorara el "detalle" anterior (que ya es mucho ignorar) y pensara que no le ocurría nada y que ambos podrían montarse su nidito hogareño ¿no sabe, por la experiencia de París, que no soportan la convivencia?
Resumen: él se sacrifica por una señora que, a parte de su voz, no sabemos que otros valores atesora y que, para mayor inri, termina alcohólica...
Me asombra, pues, que cinéfil@s con criterio y recorrido vital adoren esta idealización tan falsa del amor y que está tan mal contada (ah, y nada que ver con la historia de los padres del director, puro marketing).
Creo que, en el fondo, el blanco y negro obnubila. Cierto que es muy hermoso y cierto que, hoy en día, como nadamos en medio del colorín, ver una pantalla en blanco y negro nos cautiva. Pero...
Su anterior película, Ida, era un film muy interesante. Con una o dos pegas, pero intensa. Yo me esperaba algo similar o mejor. Así es que, según avanzaba el metraje, me iba irritando y apenando. Cuando salí ya se me saltaban las lágrimas (por dentro) de pensar "¡qué lástima, por diosa, qué lástima!".