La espiral tras los incendios que devastan España y Europa
La falta de prevención, el abandono rural y el cambio climático son el combustible que incendia España y Europa.
La lista de países afectados por los incendios en Europa es tan extensa como su territorio. La magnitud de esta temporada de incendios supera todas las expectativas, se está quemando mucha más superficie que en 2021 y aún quedan dos meses de un verano abrasador que no ayuda en absoluto a paliar la situación.
Una sequía sin precedentes arrasa Italia al tiempo que se disparan las temperaturas y se mantenían, hasta este jueves, 25 incendios activos. Las llamas han vuelto a acercarse a Atenas, Portugal arde, Francia se calcina 30.000 hectáreas por encima de su media, la superficie quemada en Alemania y Rumanía se multiplica por 10, en Hungría por 50...
El Huffpost presenta a continuación una serie de datos y factores que instituciones y expertos señalan como detonantes de unos incendios que son cada vez más feroces y devastadores.
¿Qué está pasando?
La superficie forestal en Europa no ha dejado de crecer con los años, concretamente, 357.000 hectáreas anuales (En España 78.000, 1,8 millones más desde 1990). Hay, por lo tanto, más superficie inflamable que nunca. Para Sonia Roig, ingeniera forestal del Departamento de Sistemas y Recursos Naturales de la Universidad Politécnica de Madrid, este fenómeno tiene una lectura positiva y problemática al mismo tiempo: “Tener bosques está bien pero también queremos que estén preparados para cualquier problema que pueda aparecer”.
Y es que no todo el monte es orégano. Los entornos naturales deben estar cuidados y adecuados al uso que se les vaya a dar. “Es necesaria la planificación de cómo queremos que sea nuestro territorio y en base a eso llevar a cabo actuaciones que hagan que todos los bosques sean más resistentes ante cualquier riesgo o perturbación que se produzca”.
Hay un componente de abandono “y también de olvido” por parte de las autoridades competentes en cuanto a la gestión. “No hay inversiones suficientes desde las administraciones para preparar las masas [forestales], estamos hablando ahora de los incendios, pero podríamos hablar de enfermedades, plagas, vendavales o nevadas”, sentencia la ingeniera.
La falta de prevención tiene una traducción clara: en 2022 se han quemado 200.371 hectáreas (y subiendo) hasta el 23 de julio solo en España, según datos satelitales del sistema europeo de vigilancia Copernicus. De esta forma, supera ya las cifras récord de todo 2012, año en el que ardieron 189.376 hectáreas.
El informe Spreading like wildfire. The rising threat of extraordinary landscape fires de 2022 elaborado por las Naciones Unidas advierte sobre los riesgos que corre el planeta en este aspecto. En los próximos años el cambio climático favorecerá el aumento de las temperaturas, una mayor sequedad del suelo y sequías más prolongadas. Esto, conjugado con un aumento descontrolado de la superficie forestal hará que los incendios pasen a convertirse en un fenómeno cada vez más frecuente, siempre y cuando no se mejore la prevención.
Mónica Parrilla, ingeniera forestal y portavoz de incendios de Greenpeace, apunta a que la suma del cambio climático y el descontrol de las masas forestales es una bomba de relojería incendiaria. “Estas masas forestales que han ido aumentando sufren las olas de calor y las sequías prolongadas fruto del cambio climático.”
La superficie quemada en Europa en 2022 con respecto a la media de los últimos 15 años no deja lugar a dudas. Ya está pasando.
El abandono rural
El aumento de la superficie forestal no es un fenómeno estrictamente natural, influye la demografía. Parrilla señala los movimientos de población que ha experimentado España como otra de las grandes causas que favorecen los incendios. La organización ecologista lanzó el informe Proteger el medio rural es protegernos del fuego. Hacia paisajes resilientes frente a la crisis climática, donde desarrollan en profundidad la relación entre la despoblación y la expansión de los incendios. “El abandono del medio rural en el siglo XX hace que perdamos tierra de cultivos y ganadería, y en consecuencia también el paisaje discontinuado”, cuenta.
Un “paisaje discontinuado” es aquel que combina muchos elementos: cultivos, pastos, barbecho (tierra de labor arada y sin sembrar), bosques, prados y otras formaciones. Todas ellas funcionan unas con otras como cortafuegos que impiden la expansión del fuego de un modo continuo y excesivamente acelerado. Es una distribución paisajística que requiere la implicación de personas que la gestionen por medio de, por ejemplo, la agricultura y la ganadería.
En España, sin embargo, cada vez se trabaja menos la tierra. Entre 1999 y 2020, España perdió el 8,6% de la Superficie Agrícola Utilizada (SAU), algo más de dos millones de hectáreas.
Este descenso de la superficie agrícola está íntimamente relacionado con el aumento de la superficie forestal, una cosa por la otra. “Ha crecido mucho y ese aumento es a costa de la superficie agrícola”, explica Roig.
En España, según los datos de la Sociedad Española de Ciencias Forestales recogidos en su informe sobre la situación de los bosques y el sector forestal, en 2005 la superficie forestal arbolada (aquella de árboles con más altura, más desarrollada) superó a la superficie total de cultivo agrícola.
Al igual que la agricultura, la ganadería extensiva también es una herramienta que ayuda en la prevención de incendios. “Esa combinación de actividades [de agricultura y ganadería extensiva] construye un paisaje mucho más resiliente”, opina Roig. Los rebaños de ovejas y otros animales consumen pasto, matorral y otros restos. Si esos restos no se recogen (o el ganado no los “limpia”) se secan y sirven para que el fuego se expanda de un modo mucho más virulento y veloz, como si se tratara de una gran alfombra de combustible. Sin embargo, la ganadería extensiva es una práctica que también sufre el abandono debido a la despoblación del medio rural. “Los ganaderos se van, se hacen viejos, se jubilan...”, cuenta Roig. Falta relevo.
Y es que en el medio rural español vive cada vez menos gente, en 2020 solo el 15,9% de la población se localizaba en ese entorno y en los 10 años anteriores había caído un 7%, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. La paradoja es que esta población es el mejor arma para prevenir los incendios. “En el sector primario hablamos de gestión forestal, de agricultura, ganadería, tenemos oportunidad en la población rural”, cuenta Parrilla.
Esta es la espiral: a menor población rural, menos actividad, más superficie forestal descontrolada y menos capacidad de reacción y prevención de incendios. De ahí que sea de vital importancia que el campo retenga y gane población al tiempo que mantiene las actividades económicas tradicionales.
Para las expertas, la solución pasa por favorecer que el entorno rural sea un lugar reconocido y dinámico. “Es vital revitalizar la economía rural, comprar unos yogures o unos quesos en un pueblo es mejor que hacer repoblaciones de árboles que, si no se gestionan, volverán a arder”, opina Parrilla. Y añade una propuesta: “Si la restauración colectiva [comedores escolares, caterings...] en España tomara sus alimentos de los pueblos, dinamizarían su economía y estos retendrían su población”.
La relación entre las ciudades y el medio rural es una relación de “interdependencia” que en muchos casos se olvida. “El abandono disminuye toda la actividad social, económica y cultural. Entonces los productos forestales no reciben reconocimiento y se abandonan actividades tradicionales, que son herramientas muy potentes en la prevención de incendios”, asevera Roig.
Esa dependencia no pasa solo porque el medio rural sea una fuente “de recursos naturales renovables”, sino además un entorno al que se recurre para realizar actividades de ocio y turismo para escapar de las ciudades. Si se queman las sierras ”¿a dónde vamos a ir a disfrutar de la naturaleza, del aire puro, del agua limpia...?”.
Para enfrentar las nuevas condiciones que se presentan más vale prevenir que reforestar. “La era de la extinción [de incendios] ha terminado, ahora empieza la de la gestión de los bosques” comenta Parrilla. En esta nueva fase, la prevención debe tomar la delantera a los medios de extinción, aunque sigan siendo necesarios. “Queremos que se extingan todos los incendios que haya, es imprescindible, pero hay que invertir antes, estar preparados. Aunque luego se luche con todo lo que se pueda”, explica Roig.
La lógica pasa por un entorno rural que impida la rápida expansión del fuego para que estos no crezcan descomunalmente y así atajarlos rápido. “Estamos viendo incendios que tienen una progresión nunca vista. Es un drama histórico, pero es también hacia donde vamos si no se toman soluciones”, asegura la portavoz. Y añade: “Tenemos que intentar que los incendios sean menores y que los que empiecen se mitiguen cuanto antes. Lo que vivimos estos días es una auténtica locura″.
Un ejemplo: la Sierra de la Culebra zamorana
El verano de 2022 ya es el más catastrófico en cuanto a incendios, y apenas ha pasado la mitad de la temporada. Cientos de miles de hectáreas (197.653) han ardido ya, y aproximadamente 62.000 pertenecen a la provincia de Zamora (Castilla y León). La Sierra de la Culebra, un paraje de alto valor ecológico de 70.000 hectáreas aproximadamente, se ha visto en gran parte reducido a cenizas.
Solamente el incendio de junio, que quemó alrededor de 28.000 hectáreas, supone pérdidas de hasta 71 millones de euros, según un informe elaborado por la Universidad de Salamanca. El drama es total. La economía de los pueblos de la zona está estrechamente ligada a la sierra, según explica por teléfono Lorenzo Jiménez, alcalde de Villardeciervos, uno de los pueblos afectados: “Hay vecinos que vivían de la venta de setas o castañas, se sacaba su dinero”. Ahora, tras las llamas, las setas tardarán 30 años en volver a aparecer, según le informaron los técnicos forestales.
Once rayos fueron los que originaron el incendio de junio, según relata Jiménez. “Se dieron todas las circunstancias: temperaturas elevadas, sequedad del terreno y un aire tremendo y cambiante”.
Los municipios que rodean a la sierra también acusan el abandono, algunos de ellos han llegado a perder casi el 35% de su población en los últimos 10 años.
Jiménez achaca a la despoblación y el abandono rural la propagación del fuego: “Han ardido zonas donde no se pastoreaba tanto”. En el propio Villardeciervos hay parcelas y fincas rurales privadas que ni siquiera se sabe de quién son porque han encadenado ya “un heredero tras otro”, y en ellas acaba acumulándose la maleza y otros potenciales combustibles.
Los campos bien gestionados son clave en la prevención. “Esos campos de cultivo compartimentados son muy interesantes para prevenir los fuegos. No lo paran, pero lo ralentizan porque hay menos biomasa y combustible”, cuenta Roig.
La nueva normalidad de los desastres continuos
El informe de Naciones Unidas advierte de que las sociedades deben prepararse para hacer frente al fuego de la mejor manera posible, ya que este a fin de cuentas es inevitable. Siempre habrá incendios. En el futuro, si no hay prevención, serán más terribles, “monstruos”, como se ha tildado a algunos de los que se han expandido por España durante el mes de julio.
Al igual que Roig y Parrilla, el informe de la ONU hace un llamamiento a los gobiernos y autoridades para que se afanen en reforzar la prevención y estar preparados. Aumentar los medios de extinción ayuda en la lucha contra el fuego, y en España funciona. Parrilla asegura que el 78% de los conatos se atajan rápidamente antes de que se descontrolen gracias a la eficacia de las brigadas de bomberos y demás medios. Sin embargo, esto no previene las catástrofes. La ingeniera de la Universidad Politécnica de Madrid advierte acerca de la paradoja del fuego: “Se apaga mucho y muy rápido, pero [si no se potencia la prevención] el campo sigue acumulando cada vez más combustible para quemar”.
Expertos e instituciones insisten en la necesidad de potenciar la planificación forestal y asegurar la vida en el medio rural para tener paisajes sostenibles y bien gestionados.
Otro de los pilares de la prevención (y de casi todo) es la concienciación. Para Parrilla, aunque hay cada vez más campañas y programas para educar en valores cívicos en el medio natural, “aún queda mucho por hacer” con respecto a la “cultura del fuego”. El incendio que ha destruido 4.400 hectáreas en Cebreros (Ávila) lo inició una colilla mal apagada. Hay tarea.