Cuestión de estilo
Lo comentaba hace unos días en Madrid con Fausto Fernández, después de la entrega de los Fotogramas de Plata, junto a la pista de baile -otrora, patio de butacas teatral- de un abarrotado Joy Eslava. Intentábamos abrir un espacio a nuestra conversación en medio de la contundente presencia de la música y coincidíamos en que, en estas cosas del cine o la tele, lo que nos movía, lo que nos interesaba de verdad, era encontrar ese rasgo, ese aroma indefinible que es el estilo; diálogos, actores, directores, películas y series, con estilo...
Comentábamos que una película con Michael Caine, por ejemplo, adquiría un plus por causa de su mera presencia, ya que teñía con su estilo todo lo que hacía, aunque fuera una cinta mediocre. Él, además, siempre era creíble. Pienso, ahora, también, en Meryl Streep y es imposible no caer en la misma cuenta. O en los grandes Irene Gutiérrez Caba, Fernán Gómez, Rovira Beleta... La lista de creadores es numerosa, en todas las fascinantes disciplinas que concurren para hacer una de estas películas especiales que tanto llenan nuestras vidas.
El 24 de marzo se cumplieron 21 años de la gala de los Oscar en la que estaba nominada Esposados, el cortometraje dirigido por Juan Carlos Fresnadillo.
Esposados conquistó el mundo del cine y abrió una etapa de reconocimiento e incorporación de directores españoles a la industria internacional.
Coincide que Anabel Alonso, su protagonista femenina, fue la magnífica conductora de la gala de los Fotogramas en la que Fausto y un servidor teníamos esta conversación. Juegos del destino que volvía a reunirnos tras años de no coincidir en eventos o interpretado; cosa ésta que es la que realmente echo de menos porque Anabel es una actriz poderosa y singular que este nuestro cine aprovecha solo en una pequeña parte.
Recuerdo perfectamente el vuelo a Tenerife para empezar el rodaje, una semana más tarde, en varias localizaciones como Santa Cruz, La Laguna (antes de su rehabilitación), o Tegueste. Anabel me preguntaba qué impresión tenía sobre la película, cómo iba a encarar mi personaje, cómo veía el suyo... esas cosas de los actores. Yo le confesé, en aquel viaje, que no tenía la menor idea de qué iba a hacer, tras haberle dado muchas vueltas; necesitaba un clic que no se había producido todavía y no era capaz de focalizar mi personaje, ni la película, en cierto modo.
Antonio -mi personaje- estaba de principio a fin en el filme. Era su peripecia y punto de vista lo que hilvanaba todo y yo no tenía clara otra cosa que no fuera quitarle diálogo: hablaba demasiado. Me parecía mejor sugerir el mundo de rencor interno de ese killer de pacotilla, al que todo sale mal. Crear una atmósfera que encajara más con lo que Juan Carlos me había contado, previamente, en Madrid.
Una vez en Tenerife, teníamos, como digo, una semana para hablar, buscar matices, definir el aspecto físico, el pelo, si llevaría gafas y qué tipo de gafas... El story me reafirmó en esta idea, porque había una estilización en el lenguaje visual de Fresnadillo que sugería que lo que yo estaba pensando tenía sentido. Y eso fue lo que me reveló la clave para darle a mi personaje un estilo, dentro del discurso de la película, y se lo dije a Juan Carlos de sopetón: "Quiero que Antonio sea un galán aceitoso y lamentable, como de película italiana de los sesenta".
Se trataba de que Anabel sí hablara –y mucho- dentro de ese universo cotidiano, repetitivo y asfixiante de una ama de casa que trabaja, además, en un súper, para sacarle las castañas a un marido comodón que vive en una nube intentando escapar de su realidad. Un marido que habla poco y en otro estilo, mientras se queja y fantasea vulgaridades. Tras la primera sorpresa, "¿un galán aceitoso de película italiana...?", una chispa saltó en los ojos de Juan Carlos, sonrió, como visualizando el tema, y nuestra complicidad fue ya total.
La cinta se iba a rodar en blanco y negro: ese filtro de lenguaje que profundiza y pone distancia, a un tiempo, sobre la historia. No tenía duda de que esa mezcla equilibrada de lenguajes daría a la película una particularidad, un estilo que la distinguiría de otras. Era una peli actual y era un clásico. Era una comedia y era un thriller; estaban Hitchcock y Tati, Magnani y Mastroiani... y Alberto Cortez, cantando 'Las Palmeras', para cerrar el círculo irónico de ese patético intento de mi personaje por deshacerse de la agobiante fuerza de la naturaleza que era el personaje de Anabel.
Pasa el tiempo y Esposados no envejece. Por el contrario, se hace más distinguible, más elegante en su narración. No he vuelto a rodar con Fresnadillo, a pesar lo bien que nos entendimos y del éxito de la película. Ni con Anabel, a pesar de la poderosa química que teníamos en pantalla; cosas de este negocio, maravilloso e incomprensible. El caso es que, juntos, hicimos una gran película y que en aquellos días conocí a la mujer fascinante y singular a la que amo y con la que comparto sueños, viajes y aventuras. La magia del cine...
Ciertamente esta es otra historia, pero viene al caso porque surgió durante el rodaje y porque, ambas, tienen ese algo indefinible que llamamos estilo.