¿Cuánta gente pasa hambre en España?
¿Cuánta gente pasa hambre en España?
"El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres"
(Miguel Hernández, poema El hambre)
La obsesión por los datos es sin lugar a duda uno de los símbolos de nuestro tiempo. Las empresas recogen permanentemente información sobre qué hacemos o dónde lo hacemos, y eso les permite mejorar su habilidad para predecir nuestro comportamiento e incluso, como bien describe Yuval Noah Harari, "hackear" nuestras mentes. Los Estados, por su parte, también recopilan muchísimos datos sobre sus ciudadanos lo que, entre otras cosas, les permite elaborar informes repletos de indicadores económicos y estadísticas de lo más variopinto. Sin embargo, ni los unos ni los otros son capaces de responder con precisión a una pregunta: ¿cuánta gente pasa hambre en el mundo? En efecto, en esta supuesta Arcadia feliz del Big Data en la que todo se mide, no sabemos la respuesta a una pregunta, que al menos a mí, me parece muy pertinente.
Dado que no sabemos con exactitud el número de hambrientos que hay en el mundo, tomaremos como referencia las estimaciones que regularmente publica la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO en sus siglas en inglés). En su último informe (publicado en septiembre de 2018), la FAO estima que en el año 2017 casi 821 millones de personas en el mundo pasaron hambre, es decir ¡una de cada nueve! Según este mismo informe esto supone un considerable aumento con respecto a 2014, año en el que "solo" pasaban hambre 783 millones de personas.
En el caso de España, tampoco contamos con cifras fiables sobre el hambre. Según el informe de la FAO que veíamos unas líneas más arriba, en España hay alrededor de 600.000 personas en situación de inseguridad alimentaria grave. Sin embargo, según la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales "la mala alimentación por motivos económicos y, en ocasiones, el hambre, son situaciones reales que afectan a más de un millón de personas en España". Si el lector no acaba de fiarse de estos datos le recomiendo darse una vuelta por los muchos comedores sociales regentados por organizaciones como Cáritas: en sus puertas siempre hay gente esperando su ración de esperanza (léase comida). También le puede preguntar a esos miles de niños y niñas que van al colegio sin poder desayunar porque sus familias no pueden permitírselo y cuya única "oportunidad" de alimentación mínimamente decente es la comida que ofrecen los colegios al mediodía. En este sentido vale la pena recordar algo que ya han advertido las autoridades europeas: en el año 2016 la tasa de riesgo de pobreza de menores de 18 años en España era del 29,7%, es decir 9,7 puntos superior a la media europea y solo por detrás de Rumanía y Bulgaria (nota: En 2017 esta tasa bajó en España al 28,3%).
Sí, en esta España del año 2019 no estamos viviendo esa hambruna extrema que mata a millones de personas en el África subsahariana, pero podemos decir con rotundidad que la "insolvencia alimentaria" es real. De hecho "insolvencia alimentaria" es un eufemismo y sería más correcto decir que hay gente que pasa hambre. Pensemos en una familia con tres hijos que cuando llega final de mes no tiene dinero y cuya nevera está vacía. Los padres se preguntan entonces qué le van a dar de comer a sus hijos. ¿Acaso eso no es hambre?
No olvidemos tampoco que, de facto, el hambre cercena la igualdad de oportunidades de los menores: una alimentación insuficiente o inadecuada provoca déficit de atención escolar y problemas en su desarrollo cognitivo (lo que se traduce, por ejemplo, en dificultades para desarrollar el habla). En otras palabras, todos esos niños "malnutridos" están condenados a tener una educación insuficiente y por tanto su futuro laboral no parece muy halagüeño. Una alimentación deficiente también se traduce en problemas de salud. Y es que las familias con pocos recursos dedican su escaso presupuesto a adquirir alimentos "baratos" pero de poco valor nutricional: se trata de productos que vienen cargados de grasas saturadas y de azúcares (ya sabemos que el al azúcar anula las ganas de comer). Es más barato y rápido saciarse a base de bollería industrial que con verduras o ensaladas. El resultado de esta "dieta" es un aumento alarmante de los índices de obesidad o diabetes entre los más pequeños. El futuro se antoja pues desolador para estos niños: enfermos y, como señalábamos antes, con muchas menos oportunidades laborales.
Creo, en definitiva, que el hambre en España es un asunto que cualquier gobernante decente tendría que incluir entre sus prioridades. Así pues, la próxima vez que alguien diga que defiende el interés "de los españoles", sería menester preguntarle si le parece lógico que tantos españoles y españolas pasen hambre y qué piensa a hacer al respecto.
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