Cuando Pablo Iglesias hizo un 'mélenchon'
Yo votaría encantada a Emmanuel Macron si pudiera. Pero, si así fuese, sería consciente del privilegio que se me estaría concediendo. Votar feliz, absolutamente convencida, es un raro placer al que pocos ciudadanos hemos tenido acceso alguna vez. Lo normal, en política y en la vida, es elegir entre opciones que no son óptimas. Un adulto sano asume la frustración que esto supone y sigue adelante.
Comprendo que a la autodenominada "nueva izquierda" no le entusiasme Macron: demasiado liberal, demasiado institucional. Lo que comprendo menos es que pretendan defender que no hay diferencia sustancial entre él y Marine Le Pen, hasta el punto de elegir la abstención antes que votar contra el Frente Nacional. De acuerdo, sólo Jean Luc Mélenchon es Jean Luc Mélenchon, y no ha pasado a la segunda vuelta. Es un fastidio para quienes lo apoyan, pero es lo que hay: no le han votado lo suficiente en la primera. Se llama democracia.
Los populismos de izquierda venden ante todo superioridad moral, que es a la conciencia lo que el azúcar al cuerpo de los niños. Se quedó muy a gusto la actriz Susan Sarandon cuando anunció que no votaría a Hillary Clinton porque ella era de Bernie Sanders. Confío en que la satisfacción de su superioridad le proporcionara el azúcar necesario para sobrellevar el invierno de cuatro años que será la presidencia de Trump. Actuó como una niña malcriada, y lo mismo esperan los militantes de Francia Insumisa de quienes votaron a su líder, Mélenchon.
En España, Podemos publicita una moción de censura que sólo es contra el PP retóricamente, porque en realidad es contra el PSOE. Pablo Iglesias hizo un 'mélenchon' hace apenas un año, cuando pretendió defender que un Gobierno socialista con apoyo de Ciudadanos era lo mismo que un Gobierno del PP, y tumbó la candidatura de Pedro Sánchez. La brújula moral de Iglesias está tan averiada que en lugar de señalar el norte le señala siempre a él mismo. Ahora viene con mociones. Y para que quede claro: Rajoy no es Le Pen (no tengo averiada la brújula moral) y Sánchez no es Macron (no tengo averiado el sentido común).
Benoit Hamon, candidato socialista, dijo tras su triste resultado que sabía distinguir entre un adversario político (Macron) y una enemiga de la República (Le Pen). He ahí un hombre con una brújula moral intacta. Iglesias y Mélenchon no ven adversarios, sólo enemigos. Esto los hace prácticamente inútiles en una democracia plural, al alejarlos de los procesos por los cuales se pactan y se llevan a cabo las reformas parciales y graduales que, a la larga, facilitan el progreso de las sociedades. Para ellos, cualquier consenso es traición y no hay otro objetivo que el poder. Y cuando lo alcanzan sólo se conocen dos alternativas: o se estampan contra la realidad, como Tsipras, o arrasan la cohesión social, como el chavismo.