Cuando el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia no exista
Nos encargamos de que conozcan a Einstein o Copérnico, pero no a Margarita Salas, Hedy Lamarr o Katherine Johnson.
Hoy se celebra el Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia. Y lo mejor que podría pasar es que en diez años no tuviera que celebrarse. Eso significaría que las carreras científicas para las mujeres, que esas carreras profesionales, dejarían de ser carreras de obstáculos con una flagrante falta de referentes, unas expectativas de género desmotivadoras y con decenas de comentarios medio broma medio en serio sobre sus capacidades, aspiraciones y posibilidades. Porque, a día de hoy, pese a todo lo avanzado en las últimas décadas, sigue existiendo un muro, que no todas somos capaces de flanquear, cuando se trata de mujeres moviéndose en el ámbito científico.
Las miradas más optimistas insisten en resaltar la creciente incorporación de las mujeres a la universidad, que se traduce en que representamos el 55% del alumnado, como motivo de esperanza y muestra del avance en materia de igualdad. Los datos no son tan halagüeños cuando los diseccionamos y observamos el reparto por disciplinas, fijándonos especialmente en STEM: del 12.9% en informática, pasando por el 25% en ingenierías, hasta el 41,8% en Ciencias. O cuando miramos quienes son las personas que promocionan después en la carrera profesional, aquí se produce el efecto tijera: cuánto más alto es el puesto mayor es la brecha de género, por ejemplo, del personal docente e investigador solamente el 37,6% son mujeres. Pero erraremos el tiro si nos centramos únicamente en el ámbito formativo o profesional. Porque el desequilibrio comienza a fraguarse mucho antes, los datos en la academia son consecuencia y no causa, la hipermasculinización de esas ramas del conocimiento y de esos ambientes profesionales son producto de un proceso anterior y que viene de lejos.
Se trata de un permanente calabobos, casi invisible, que impregna todos los ámbitos de nuestra vida y que nos repite una y otra vez, incesantemente, la misma cantinela: la idea de que las niños y niñas están, instintivamente, diseñados para desempeñar tareas diferentes. ¡Y qué casualidad, siempre son las que corresponden a los hombres, en este asimétrico, injusto y jerarquizado reparto, las más valoradas, las que gozan de mayor status y las deseables!
Catálogos con todos los juguetes de ciencia dirigidos a niños, familiares que sólo te preguntan cómo cuidas a tus muñecas o series de dibujos en las que las chicas sirven únicamente como ayudantes de los investigadores. Libros de texto en los que únicamente el 7,6% de las menciones corresponden a mujeres, noticias de descubrimientos que relegan a un segundo plano o incluso niegan a las mujeres que participaron en el hallazgo o centros de investigación siempre con nombre de varón. Profesiones altamente feminizadas, como la medicina, con direcciones altamente masculinizadas, climas y ambientes hostiles a las mujeres en lugares donde son minoría o paneles de expertos y mesas de debate compuestas solo por hombres o, en el mejor de los casos, con alguna mujer ejerciendo el rol de pitufina.
Por desgracia, la lista es interminable. La eterna división entre espacio público y privado se sofistica, se pone bata blanca y opera desde los lugares más insospechados. Porque ya no está bien visto decirle a una niña que no puede o no debe estudiar determinada carrera, pero nos encargamos de que conozcan a Einstein o Copérnico, pero no a Margarita Salas, Hedy Lamarr o Katherine Johnson. Por si tenía dudas, para que no sepa que muchas otras abrieron camino, que no tendrá que enfrentarse a un territorio desconocido y, sobre todo, que no estará sola.
La existencia del Día internacional de la mujer y la niña en la ciencia nos pone ante un espejo que nos devuelve una ausencia y una sombra. La ausencia de miles de mujeres y niñas en esferas de la vida diseñadas a la medida de los hombres, niñas y mujeres que muchas veces no han escuchado palabras de aliento, de apoyo o de reconocimiento. Y una sombra bajo la que se esconden todos aquellos “Días de” que no celebramos y que hablarían de la incorporación de los hombres a las tareas hiperfeminizadas, vinculadas al ámbito de la reproducción de la vida y poco valoradas socialmente.
Ojalá el reflejo que vemos, que nos muestra un mundo injusto donde las diferencias se transforman en desigualdades y nos impiden aprovechar el enorme potencial y talento que tenemos alrededor, sea motor de cambio para mejorar nuestra sociedad. Para que todos los niños y niñas sepan que, como dice el mural feminista de Ciudad Lineal, ’Las capacidades no dependen de nuestro género’.