Creencias y salud
Todos tenemos creencias, el ser humano no puede permitirse sostener una visión del mundo únicamente armado de lógica, ciencia o de su propia capacidad de análisis. Por eso necesitamos creer. Es verdad que los descubrimientos científicos nos van ayudando a entender y hacer pie en la roca del fundamento matemático, físico, químico, biológico y de los demás órdenes de conocimiento. Pero nuestro universo es vasto y nosotros somos criaturas ignorantes. Las creencias siguen siendo, a día de hoy, fundamentales en todos los campos de la existencia.
Con respecto a la salud, podemos decir que hay tres fuentes de creencias: las provenientes del ámbito familiar y cercano, las de los medios de comunicación e Internet y las del mundo sanitario oficial y alternativo. Las más importantes son las primeras, por quedar grabadas en nuestra infancia y juventud. Si de pequeños en casa usaban tisanas u homeopatía, es bastante frecuente que de adultos sigamos recurriendo a estos remedios. Por otro lado, cuando buscamos información o solución a problemas de salud, solemos recurrir a nuestro círculo de conocidos que, con solicitud, nos ofrecerán sus propias creencias con la intención de que las hagamos propias. Cuando decidimos ir a Houston a tratarnos un cáncer en lugar de seguir el mismo tratamiento en el hospital comarcal, lo hacemos por una mezcla de motivos que no suelen incluir la información matemática de eficiencia o índices de curación, sino la opinión de los demás o nuestras creencias al respecto.
A los medios de comunicación les gusta ofrecer constantemente noticias de salud, sabedores del interés que inevitablemente suscitan. Solemos asistir a una pugna de titulares que rozan o se despeñan en alarmismos y exageraciones en una dura lucha por la notoriedad del contenido. A esto se añade la facilidad de buscar información sobre salud en Internet, pareja a la dificultad de discriminar la calidad de lo encontrado. Cuando buscamos respuestas a nuestros problemas de salud en la red, solemos terminar más confundidos. En este tiempo de exceso de información, paradójicamente estamos más desinformados que nunca.
Finalmente recurrimos al mundo sanitario cuando no tenemos más remedio. Y al hacerlo, nos podemos acercar tanto al centro de salud o al hospital como a una consulta de terapias alternativas, herbolario o servicio no regulado. En ellos encontraremos respuestas con distinta base científica y, lo que nos ocupa en esta reflexión, con diferente proporción de creencias. En muchos casos, se termina llamando a la puerta de las terapias complementarias, al no encontrar respuesta en la medicina imperante. Muchas afecciones crónicas o problemas que solapan los ámbitos físico, psicológico y existencial no tienen remedios conocidos en el actual nivel de desarrollo científico, pero ciertas tradiciones como la Medicina Tradicional China llevan siglos ofreciendo su propia aproximación. Otras muchas terapias tratan de llenar el vacío que la medicina oficial no es capaz de abarcar.
La medicina ortodoxa se basa en la ciencia, pero incluso con la proyección que esta le provee, se sigue enfrentando a enormes lagunas para las que solo puede proporcionar creencias. Ante un diagnóstico de síndrome de intestino irritable, por ejemplo, un médico general podrá descartar otras enfermedades para llegar al diagnóstico, pero no podrá proporcionar remedios basados en evidencia científica, dado que para esta afección no los hay.
Por el lado de las terapias alternativas, nos encontraremos generalmente con reducido soporte científico y grandes desarrollos teóricos, en ocasiones brillantes, basados en reflexión, deducciones, empirismo y en creencias de todo tipo. Si baso la totalidad de mi práctica médica en un postulado indemostrable como "que el agua tiene memoria", lo que construya desde ahí tendrá base creencial no susceptible de aplicar método científico. Si lo hago basándome en energías que no son detectables ni medibles, me pasará lo mismo. No niego la potencial capacidad de sanación a priori de ningún método o técnica, tan solo pongo en evidencia la diferente proporción de creencias que tendré que asumir según oriente mi decisión en uno u otro sentido y la solidez científica o falta de ella a la hora de argumentar mis tratamientos.
Si decido tomar un vaso de agua y creo firmemente que hacerlo de una determinada manera me ayudará a sanar, seguramente encuentre el mismo alivio que si elijo a un terapeuta energético para que, imponiéndome sus manos, cure mi aflicción. Este efecto ha sido estudiado en profundidad, pero seguimos sin entender completamente su poder. En el proceso de curación intervienen muchos factores y su complejidad no ha sido desvelada del todo. Por un lado, tenemos los factores personales entre los que creencias y expectativas tienen gran peso. Por otro, los circunstanciales, entre los que la escucha, empatía, consciencia, ritual y medios utilizados son fundamentales.
Los chamanes del paleolítico eran especialistas a la hora de utilizar estas circunstancias de la mejor manera. Conseguían curaciones en un considerable número de casos, posiblemente alrededor del 90%, que es semejante a lo que yo mismo consigo en mi consulta de medicina de familia. La mayoría de los procesos menores de enfermedad son autolimitados y terminan curando con el tiempo. Lo que el chamán no pudo conseguir casi nunca es solucionar una neumonía complicada, una herida gangrenada, un cáncer avanzado o una esclerosis múltiple. Cosa que, dicho sea de paso, tampoco está entre mis posibilidades si trabajase de forma aislada ni en las de un acupuntor, homeópata o terapeuta energético por muy buenos que sean en su campo.
Uno de los factores que hace muy potente la medicina actual es su funcionamiento coordinado. De forma independiente, los médicos hacemos poco, pero coordinados, es posible solucionar y abordar multitud de problemas. En el ámbito de terapias alternativas nos encontramos con generalistas en casi todos los casos, lo que, dada la complejidad del ser humano, es un limitante a la hora de enfrentar casos poco frecuentes, complejos o fuera del ámbito de conocimiento del terapeuta.
Es necesario apuntar aquí una crítica a la forma ortodoxa de ejercer la medicina basada primordialmente en el plano biológico y en la hiperespecialización de los facultativos, lo que convierte en muchos casos al paciente en un mecanismo al que es preciso ajustar una determinada pieza. Perder de vista la totalidad de los ámbitos que constituyen el ser humano es un error de peso. Coordinar una aproximación médica global-generalista con otra específica-especializada, teniendo en cuenta las dimensiones física, psicológica, social y existencial, debería ser una clara prioridad, pero con frecuencia, no se da en sistemas sanitarios que devienen en cadenas de montaje industrial. Esto hace que el paciente, en muchas ocasiones, no se sienta atendido correctamente y busque a otro terapeuta fuera del sistema que escuche mejor las dimensiones que en el hospital tal vez no fueron capaces de atender.
Creo necesario ser muy respetuoso a la hora de entrar en el ámbito creencial de los demás. Pero eso no nos exime de tratar de establecer unos mínimos límites de seguridad y prudencia. Para cuestiones menores de salud, como resfriados, gastroenteritis, aerofagia, artrosis, estrés y demás, encontraremos menos limitaciones éticas a la hora de elegir un tratamiento ayurvédico, fitoterápico o antroposófico. Si nos enfrentamos a cuestiones traumatológicas complejas, quirúrgicas, oncológicas, infecciosas o médicamente serias, la cosa cambia y parecería adecuado tener al corriente al médico responsable si decidimos compaginar el tratamiento con terapias alternativas o directamente entregarnos a ellas. La discusión de caso entre médico y terapeuta debería ser norma y no excepción.
Lamentablemente, esto requiere una amplitud de mente que no es fácil de encontrar. Lo habitual es hallar hostilidad y desconfianza ante los que piensan diferente o tienen una base de creencias distinta, lo que induce una ausencia de diálogo que, si se diera, beneficiaría claramente al paciente. No me cabe duda de que surgirán desavenencias de criterios y problemas bioéticos que precisarán de reflexión y diálogo por todas las partes. Tampoco que en la gran mayoría de las ocasiones terminará prevaleciendo el criterio del paciente, que es el que, al fin y al cabo, elegirá el curso de acción que más beneficio suponga le aporta.
Como vemos, el panorama es complejo y lo será más cuando irrumpan en escena los diferentes algoritmos de medicina personalizada e inteligencia médica artificial que, una vez más, elegiremos según nuestros gustos, preferencias y creencias. Por si no teníamos suficientes terapeutas ahora, tendremos otro más en nuestro móvil. No quiero ser agorero, pero no me resisto a recordarles ese viejo refrán con un punto de ironía: "Un médico cura, dos dudan, tres, muerte segura". La cosa se va a poner interesante.