Corrupción gubernamental, prensa y ciudadanos en México
No hacemos nada más que memes, comentarios y chistes ácidos y nada más.
“Todos los hombres culpan a la naturaleza y al destino, pero su destino es sobre todo el eco de su carácter y de sus pasiones, sus errores y sus debilidades”.
John Green
México es un país donde la corrupción domina la vida institucional.
¿Cuántas veces en las últimas décadas hemos escuchado en México que la corrupción va ser erradicada por tal o cual gobierno? No hay números que lo abarque por su amplitud.
¿Cuántas veces han cumplido los supuestos paladines que prometen el fin de la impunidad, elemento clave para que exista la corrupción generalizada? No hay números, casi nadie queda sin mancha.
Si la memoria no me falla, en mi país, desde la renovación moral que supuestamente inició Miguel de la Madrid en 1982, ninguna de estas dos cosas han ocurrido a nivel federal, y tampoco en los estados.
Sin embargo, esta promesa se ha repetido una y otra vez, sexenio tras sexenio (somos un régimen presidencialista sin reelección con períodos de seis años). Nos prometen el final del arcoíris y siempre caemos.
Y mientras tanto, se han privatizado de forma turbia paraestatales; se extendieron concesiones que atentan contra el ecosistema de Cancún y otros lugares turísticos; han muerto personas en socavones que aparecen en las carreteras más turísticas del país; se han presentado acusaciones de incumplimiento de los pueblos que cedieron sus tierras para el nuevo aeropuerto de Santa Lucía; grupos Higa y casas blancas han proliferado; Duartes han ido y venido y se salieron con la suya; se han señalado la existencia de contratos a modos, asignaciones directas sospechosas; generación de leyes a modo; compras fantasma o en las que de plano se ignoró la normativa por parte de las autoridades elegidas y se pasó por alto los conflictos de interés. Es decir, que vivimos con una falta aguda de transparencia en casi todos los gobiernos.
Ningún Gobierno Federal, insisto, de los últimos 35 años ha estado libre de una pléyade de estos señalamientos y acusaciones. Vamos, ni siquiera han logrado que se reduzcan de forma sustantiva.
Y pese a todo, o quizá por esto, el discurso de la clase política siempre ha derivado su responsabilidad a otros en lugar de avocarse a una solución efectiva del problema. En algunos casos, raros, los dardos se dirigen contra agentes del propio gobierno que no cumplen el debido proceso o acusan falta de leyes adecuadas para castigar a los responsables.
En otras ocasiones, las más, se han criminalizado/acusado a las víctimas y en el colmo del cinismo se ha mencionado que es un problema cultural, dando por sentado que no hay nada que hacer (un discurso paralelo al que pronuncian que aquellos que defienden el machismo asesino y dicen que así es nuestra sociedad).
La solución, a mi parecer, proviene de dejar atrás la actitud de nosotros ciudadanas y ciudadanos de ser solo unos muppets y volvernos ciudadanos de verdad.
Y es que, sin entender cómo nos dañamos a nosotros mismos, hemos adoptado la misma actitud que los viejitos del palco de ese show, criticamos y tenemos un comentario ácido listo para todo pero no salimos del palco, ni tratamos de mostrar cómo solucionar los desastres que suceden en el escenario o de buscar que los malos actores paguen por su falta de pericia, solo por no salir de nuestra zona de confort. Tenemos mucha boca, pero nos faltan pies para movernos y ponernos en acción.
Por si fuera poco dejamos solos a los que se deciden a realizar acciones y no entendemos que los gobiernos son nuestros empleados, hayamos votado o no por quien ganó en las urnas, y por lo tanto nos deben de rendir cuentas, siempre y de todo lo que hacen.
Mientras esto sucede, las acciones más visibles para denunciar y combatir la corrupción las han realizado algunos periodistas y medios. Por fortuna existe una cierta tradición en la que se han denunciado los excesos y abusos por medios como la Proceso y periodistas como Carmen Aristegui.
Los dos casos de mayor resonancia de los últimos años han sido el gran reportaje de Animal Político titulado La Estafa Maestra y el reciente Bartlett, bienes raíces realizado por el equipo de Carlos Loret de Mola. En ambas ocasiones se denunciaron irregularidades de cientos de millones de pesos.
En un caso, el entonces presidente dejó claro que no realizaría ninguna acción. “Tranquila Rosario”, dijo y hasta hace unas semanas esa fue la norma. Ella se encuentra en un reclusorio, pero ya están surgiendo, como siempre, pruebas de irregularidades en el proceso que se lleva en su contra. Tal y como ocurrió con Javier Duarte.
En el segundo caso se cuestionó, con datos aparentemente sólidos, la falta de claridad y apego a la realidad de la declaración patrimonial del actual director general de la CFE y el posible fraude que esto constituye. Su defensa inició cuando la secretaria de la función pública que salió a su defensa en primera instancia, sin investigación de por medio. Bien podrían haber dicho, “tranquilo, Manuel”.
Los papelones que los gobiernos se esfuerzan en hacer en la defensa de lo indefendible parecen surtir efecto y las investigaciones que los periodistas nos entregan no han tenido un impacto equivalente a lo que muestran y denuncian.
De nuevo, esto es en gran parte culpa de nosotros, la sociedad civil, el pueblo bueno, los de a pie, las personas comunes o como quiera usted denominarse.
Meter a la cárcel a Javidú o Chayito con métodos que garantizan que siempre exista una compuerta de emergencia a mediano plazo no es más que replicar el mismo modelo que llevó a la cárcel a Raúl, el hermano incómodo y que le permitió gozar de una libertad inmerecida o al menos, cuestionable, en el mediano plazo.
Y somos nosotros, desde nuestro palco, quienes no hacemos nada más que memes, comentarios y chistes ácidos y nada más. Olvidamos que, en el peor de los casos, podemos influir de forma directa, votando o participando en consultas para que esto se termine. Olvidamos nuestra responsabilidad y votamos con la tripa, por consigna y sin ver quiénes son los candidatos, cuáles son sus propuestas y cómo las llevarán a cabo y sobre todo, si yo estoy de acuerdo. Olvidamos que tenemos pies y nos podemos poner en movimiento, sin hombres iluminados o partidos eternizados en el poder.
Decir que todos los partidos y políticos son la misma mierda no es más que otra expresión de la falta de responsabilidad en nuestras acciones, una excusa para no caminar por nosotros mismos y nos ponemos al nivel de los gobiernos que echan la culpa a los demás, por deporte y para no aceptar nuestra responsabilidad.
Así de nada sirve que haya personas que se juegan la piel investigando las corruptelas de los que están o estuvieron en el poder, porque los ciudadanos condenamos esas investigaciones a ser una anécdota o chiste más.
Si no entendemos que NOSOTROS, los indolentes mexicanos, creamos a los políticos y las situaciones que nos lastiman y dañan a la larga por no presionar, exigir rendición de cuentas y castigar a los que no cumplan, no tenemos salida.
Nos volvemos cómplices directos en esas mismas acciones ilegales al hacernos de la vista gorda ante lo que sabemos que es corrupción. Fomentando la impunidad, y alimentamos al monstruo que finalmente nos devorará.