Convivir cuando tu pareja es una persona con trastorno límite de personalidad (TLP)
Ser pareja de una persona con TLP implica hacer frente a una serie de desafíos adicionales.
No existe la relación de pareja perfecta; la inseguridad, los celos o los conflictos aparecen en mayor o menor medida en la vida de todas y todas. La persona con trastorno límite de personalidad (TLP), independientemente de su género u orientación sexual, se relaciona con dificultades añadidas. Estas relaciones afectivas acostumbran a ser pasionales, conflictivas e incluso caóticas en algunos momentos. Por tanto, ser pareja de una persona con TLP implica hacer frente a una serie de desafíos adicionales. No son siempre los mismos, no se dan en la misma forma e intensidad y varían en cada persona y situación.
En el inicio de toda relación de pareja, tendemos a mostrar nuestra cara más amable y seductora. La persona con TLP se muestra apasionada y entregada. Poco a poco va emergiendo una cara B en la que encontramos dependencia, inseguridad, hostilidad o ira. No son rasgos ajenos al común de los mortales y tendemos a atribuirlos a desajustes del inicio, a una crisis coyuntural o al propio enamoramiento. Cuando conocen el diagnóstico, los allegados pueden mostrar reticencias o resistencias iniciales. Es complicado aceptar que el otro padece un trastorno. Sin embargo, cuando es aceptado suele acoplarse como como una pieza que da sentido a la experiencia anterior.
Entender el TLP ayuda a unir esos cabos sueltos que enredan la relación de pareja. Es crucial que el psicólogo/a ofrezca información clara y recursos para que el conviviente entienda el diagnóstico. Comprender el TLP hará que encontremos sentido a muchas de situaciones en las que nos hemos encontrado perdidos. Si además participamos en un proceso de terapia, podremos aprender y aplicar pautas que mejoren la convivencia, nuestro propio bienestar y, de manera indirecta, el de la persona diagnosticada.
Ser pareja de una persona con TLP implica lidiar con extremos; es importante disfrutar de los buenos momentos, e intentar dimensionar en su justa medida aquellos no tan buenos. La pareja, debe hacer un esfuerzo en la gestión de sus propias emociones. No debe adoptar posturas pasivo-agresivas, ni tampoco reacciones puramente agresivas. No todo el mundo tiene la capacidad para pasar del amor al odio, y menos aún del odio al amor. Si entra en el juego de hielo y fuego, se saldrá escaldado.
En la personalidad borderline la entrega afectiva acostumbra a ser infinita con los que están más cerca. Sin embargo, su exigencia también es enorme, y ante la frustración de sus expectativas, pueden reaccionar con agresividad y hostilidad. El chantaje emocional es cotidiano; no tiene un carácter instrumental y se da de forma casi involuntaria. Ante el dolor, es fácil sentirse culpable, sentir que no se está a la altura. Es importante ser consciente de que hacemos lo que podemos y de que no somos el motor del sufrimiento ajeno.
Cuando se convive con una persona con TLP es crucial mantener una actitud sosegada y serena en todo momento. La personalidad borderline implica impulsividad y serias dificultades para regular sus emociones. Su pareja debe hacer un doble esfuerzo en la gestión de las propias. El conviviente debe estar dispuesto a ofrecer seguridad, apoyo y comprensión. Lo cual incluye aceptar las idas y venidas, y aunque resulte una tarea titánica, perdonar y hacer borrón y cuenta nueva cada cierto tiempo.
Al igual que en otros trastornos mentales, la pareja corre el riesgo de supeditar el bienestar del otro al propio. La vulnerabilidad de la persona diagnosticada hace que pongamos la propia en un segundo plano. Es una experiencia compartida entre los allegados la sensación de abandono de uno/a mismo/a. No debemos olvidar que no somos enfermeros, psiquiatras o psicólogos. Él o ella no es nuestro paciente, no estamos ahí para asistir sus necesidades. Debemos preservar el autocuidado; nuestro disfrute y bienestar serán elementos clave para la viabilidad de la relación de afectiva.
La vulnerabilidad, las necesidades afectivas y el vacío identitario de la persona con TLP hace que se anexe al otro con intensidad. El ser querido es percibido como una extensión de si mismo y cuesta aceptar que tiene entidad propia. Y por tanto, cuando atiende sus propias responsabilidades, necesidades, o intereses, puede ser percibido como una agresión o como el inicio del abandono. La pareja por tanto, se ve avocada a negociar constantemente sus espacios, a sentirse culpable por mantenerlos o simplemente, a renunciar a los mismos.
Como mencionaba el punto previo, las personas con TLP tienden a establecer relaciones de dependencia. El miedo al abandono es una constante y por ello reaccionan con recelo ante aquellas relaciones que le son ajenas. Los otros son amenazantes, y abundan los comportamientos de descrédito o control. Son comunes el “ese sólo te llama cuando quiere algo” o “nadie te quiere como yo”. La pareja se siente presionada para abandonar aquellas relaciones de amistad o incluso familiares en las que no está involucrada la persona con TLP. Es importante mantener o recuperar poco a poco aquellas relaciones que son relevantes.
Comprender, apoyar y perdonar no implica pasar todo por alto. La pareja debe encontrar un equilibrio que le permita ser flexible y comprensiva, y sentar unos límites claros. No todo vale, y el TLP no debe ser una carta que justifique cualquier comportamiento o permita el abuso. La cesión sistemática dificulta que el otro entienda nuestro punto de vista. En el largo plazo, favorece el desgaste y los conflictos que tanto intentamos evitar inicialmente. Se trata de proteger el propio bienestar y hacer ver al otro, siempre armados de paciencia, cuando su comportamiento no es adecuado.
La pareja no diagnosticada debe ser consciente de sus propias motivaciones y emociones. Al fin y al cabo, no tiene por qué ser un adalid de racionalidad y rectitud. Acudir al psicólogo siempre es una buena idea, siendo consciente de que no tiene por qué ser un proceso largo. En primer término, el foco debería estar en la exploración y análisis de las implicaciones de la convivencia en el propio bienestar. En segundo término, como afecta a la persona con TLP y a la propia dinámica de relación. La culpa, la rabia, el rencor, el deseo de sobreprotección juegan un papel muy relevante y tienden a generar dinámicas de relación muy perniciosas.
Cuando es posible, puede ser buena idea participar en el proceso psicoterapéutico de la persona con TLP. El conviviente debe disponer de unas pautas de actuación claras tanto ante el conflicto cotidiano, como en situaciones de crisis. No olvidemos que la persona que padece el trastorno puede poner en riesgo su propia integridad, ya sea con comportamientos de riesgo, prácticas autolesivas o intentos de suicidio. El detonante en muchas ocasiones se sitúa en el ámbito afectivo, en la propia relación de pareja.