Consideraciones sobre unas hipotéticas segundas elecciones
De no llegar a un acuerdo se constataría que la izquierda, cuando no es derrotada, se derrota a sí misma.
Falta poco más de un mes para que se disuelvan las Cortes Generales y el fantasma de las segundas elecciones está cada vez más presente. Preparados para este escenario de segundo asalto electoral, las especulaciones cotizan al alza. Partidos y medios de comunicación intentan adentrarse en el comportamiento político de los ciudadanos y averiguar en qué medida y a quién se castigaría o premiaría en una hipotética convocatoria que nos esperarían a principios de octubre.
En esta lógica, un tanto catastrofista, todos nos planteamos ya cual sería el resultado, o por lo menos, las tendencias para los próximos comicios. Si queremos dar respuesta a estas incógnitas, no podemos quedarnos en la superficialidad que nos aportan las encuestas meramente electorales. Tendremos que ir más allá, y en clave analítica, estudiar los sentimientos que rodearían estas hipotéticas elecciones.
En este caso, los sentimientos irían por barrios; por un lado, la izquierda, autodestruida por la incapacidad para llegar a acuerdos, y por otro lado, la derecha, resucitada, buscará ahora unos resultados que le permitan extrapolar los pactos de Madrid y Murcia al plano nacional. Ahora bien, ¿cómo influirían estos sentimientos en el comportamiento electoral?
La abstención siempre ha sido el principal enemigo de la izquierda. La participación en los pasados comicios del 28 de abril fue una movilización excepcional, la mejor en lo que va de siglo (75,75%). Estos datos, en mi opinión, se deben a (1) un aumento en la oferta de partidos políticos con la irrupción de Vox, y (2) al “efecto llamada” desde la izquierda para impedir la culminación de lo que ellos llamaban el “Trío de Colón”.
Cuatro meses después y con una sesión de investidura fallida de por medio, los ciudadanos empiezan a buscar culpables y, según datos de Metroscopia para Heneo, los encuentran: un 31% de los españoles culpa al PSOE de una repetición electoral (seguido de un 20% que culpa a Ciudadanos y un 17% que culpa a Unidas Podemos).
Considerando que el 48% (agregado de PSOE y UP) responsabiliza a la izquierda de que no se forme un ejecutivo, las tendencias electorales de ambos partidos se estancan, y en el caso de la última encuesta de Celeste-Tel para eldiario.es, Unidas Podemos bajaría en 6 sus representantes en el Congreso de los Diputados.
¿A dónde quiero llegar? Unas segundas elecciones supondrían un nuevo fracaso del dialogo en la política española, como ya ocurrió después de las elecciones del 20 de diciembre de 2015. Los fracasos tienden a crear descontento político que se manifiesta en las siguientes elecciones con una disminución de la participación, como ya pasó en las elecciones del 26 de julio de 2016, donde la participación cayó en casi 4 puntos porcentuales.
Si bien, aquel contexto era muy diferente, en ambos comicios, el bloque de la derecha, conformado por el PP y Ciudadanos, no tenían escaños suficientes como para poder formar un gobierno que no necesitase por lo menos de la abstención de los nacionalistas o del PSOE, como acabaría ocurriendo a finales de octubre de 2016. Ahora el panorama político para la izquierda es muy distinto, tiene bajo su responsabilidad la formación de un gobierno que, con pactos y alianzas naturales, sería posible. De no llegar a un acuerdo se constataría que la izquierda, cuando no es derrotada, se derrota a sí misma.
Como consecuencia, de cara a unas segundas elecciones, el fracaso de la izquierda puede que no se castigase cambiando su voto, pero si se castigará con la abstención del votante defraudado de centro-izquierda (perfil ideológico más abstencionista). Por lo tanto, no tan importante es la tendencia electoral o la intención de voto, sino la legitimidad con la que llamas a tus votantes a unos nuevos comicios por tu incapacidad de llegar a acuerdos. ¿El resultado de esto? Abstención. Abstención que será bienvenida entre sus rivales políticos de la derecha.