Confieso que he mentido
El debate en torno al manejo de las redes sociales por grupos interesados que actúan en la sombra ha reabierto de nuevo la discusión en torno a los medios de comunicación y su papel e influencia en la sociedad. De lo que se acusa a quienes a través de la robotización de las máquinas tratan de manipular el comportamiento de la gente es de que actúan de manera abusiva y bajo el velo del anonimato.
Son dedos programados para sembrar a lo largo y ancho de la red datos y opiniones cuyo único propósito es engañar la capacidad de decisión de quienes las leen. Las investigaciones abiertas en Estados Unidos y el Reino Unido a raíz de las últimas elecciones presidenciales y del referéndum sobre el Brexit señalaban a Moscú como el gran estimulador de las campañas que se hicieron en esos países para influir sobre el voto de la gente. Quizá sea así. El tiempo lo revelará.
Pero en cualquier caso lo más preocupante es que, sea quien sea el promotor de estas estrategias, existe la posibilidad de hacerlo y de no responder de ello. Es la coartada perfecta del anonimato. Las noticias corren a toda velocidad, en formato digital, sin que quien las difunde se juegue algo. Las redes son armas de influencia masiva porque la información, falsa o cierta, es una mercancía que viaja sin pasaporte. Su alcance a través de las redes sociales depende más del ecosistema de influencias que se construyen con los enlaces de difusión (seguidores e influencers) que de su certeza. La pluralidad lo aguanta todo.
Este uso de las redes por parte de grupos poderosos está permitiendo revisar de nuevo, con mejores expectativas que en las últimas décadas, el papel de la prensa. Las acusaciones que evidenciaban el uso instrumental de la información que, de acuerdo a sus intereses, hacían los medios, sigue en pie. Los territorios de complicidad entre el poder y la prensa se han engrandecido en estos últimos veinte años (los consejos y las redacciones son cada vez más dependientes).
Nada hacía presagiar que el uso de las redes sociales, tal y como en algunos casos se está produciendo, pudiera elevar el reconocimiento de la prensa como medio de información. Al contrario, su condición alternativa y casi artesanal, les daban a las redes la oportunidad de convertirse en un aliado de la ciudadanía frente a los abusos de la prensa. Era la respuesta de la gente a la ocupación de los medios por parte del poder.
Sin embargo, aun siendo un espacio de esperanza para ensanchar la pluralidad y la participación ciudadana, para enriquecer con más actores el debate público, las redes se han convertido en un nuevo estímulo para la emergencia de lo que sugiero llamar el nuevo periodismo. La comunicación en manos de la tecnología se ha convertido en un mecanismo de dominación. Tal y como anticipaba Jürgen Habermas hace unas cuantas décadas en su libro "Ciencia y técnica como ideología", "hoy la dominación se perpetúa y amplía no sólo por medio de la tecnología, sino como tecnología; y esta proporciona la gran legitimación a un poder político expansivo que engulle todos los ámbitos de la cultura".
La prensa, aun no siendo transparente en sus intereses, tiene nombre (cabecera, escaletas, programas, ...), sus noticias son firmadas por profesionales concretos y sus procedimientos de trabajo están sometidos a criterios consensuados no sólo por ellos sino por la propia sociedad. Sus seguidores, lectores y oyentes deciden cada día si ratifican su credibilidad hacia ellos o si, por el contrario, deciden cambiar la posición del dial o la cabecera bajo la que se informan.
Si la crítica hacia los medios ha crecido es porque existen unas cuantas convenciones que revelan su vulnerabilidad. La clientela del periodismo puede sancionar y criticar a sus proveedores de información. La de las redes sociales manipuladas por intereses en la sombra no tiene con quien discutirlo. Es uno de los peores modelos de unilateralidad que he visto en los últimos años. La fuerza de la robotización al servicio de la creatividad, falsa o manipulada, es uno de los mayores ejercicios de totalitarismo que podemos vivir en el ámbito de la opinión pública y de la democracia.
Por eso, con el debate de los medios y de las redes encima de la mesa, el nuevo periodismo que está por llegar, el periodismo que pesa, tiene la oportunidad de recomponer su papel y de reconciliarse con las reglas de las sociedades democráticas: transparencia, autoría, clarificación de intereses, ...
Pero la reconciliación, para que se produzca, necesita que se concreten los pilares a partir de los cuales sea posible creer que otro periodismo es posible. Aunque sea difícil acotar los pilares del nuevo periodismo, el que quizá ejerzan en el futuro quienes hoy estudian en las escuelas de Comunicación, creo que hay nueve que no deberían faltar:
1) Las empresas periodísticas deberán revelar la identidad de sus accionistas cuando superen el 1 por ciento de su capital.
2) Las empresas periodísticas no podrán participar en otros negocios o su participación no podrá superar el 5 por ciento.
3) Las empresas periodísticas deberán transparentar quiénes son sus consejeros y en representación de qué accionista ocupan su silla.
4) Todos los medios deberán declarar en sus páginas web cuáles son sus principios editoriales (los criterios ideológicos con los que guían sus informaciones.
5) Los redactores tendrán reconocido el derecho a la cláusula de conciencia y lo podrán ejercer individual y colectivamente.
6) Todas las informaciones deberán ir firmadas por su autor y los perfiles de los redactores estarán publicados en la página web del medio.
7) Salarios dignos para los profesionales y limitación temporal de los periodos de prácticas.
8) Que los salarios más altos en las empresas periodísticas no puedan superar 12 veces el de los trabajadores con sueldos más bajos.
9) Los medios tendrán la obligación de publicar los ingresos obtenidos a través de la administración y de las empresas públicas y quienes son sus 10 principales anunciantes.
Las redes están por hacerse. Es necesario proponer y discutir un orden que permita, como en el mundo del periodismo, criticar su funcionamiento y acudir a la epistemología para clarificar las reglas del juego.
Su declinación no puede recaer en los dueños de los nuevos medios (Facebook, Google, Twitter, ...). Exige tiempo, neutralidad y mayor capacidad crítica por parte de quienes asuman la tarea de definir los límites. Sin embargo, de lo que podemos estar seguros es de que el periodismo actual, el nuevo periodismo, tiene otra vez la posibilidad de reivindicarse y demostrar que su papel para darle vida y consistencia al espacio público sigue siendo fundamental.
Como afirmó José Saramago en su novela La Caverna "qué difícil es separarnos de aquello que hemos hecho, incluso cuando lo hemos destruido con nuestras propias manos". Pero creo que, en este caso, la prensa, los proyectos emprendedores en torno al periodismo, vuelven a tener la oportunidad de ser agarrados por sus clientes: la ciudadanía. Por eso, creo que esta profesión debería empezar por confesar que durante mucho tiempo ha mentido. Sólo su compromiso con la enmienda puede engrandecer su futuro.