Cómo conquistar la auténtica autenticidad

Cómo conquistar la auténtica autenticidad

Tal vez la autenticidad no venga de esforzarse, sino de dejarse ir.

Lyamport Galina Vyacheslavovna via Getty Images

La autenticidad es el nuevo mantra. Como espectadores, nos dejan cada vez más fríos los efectos digitales, que continúan su escalada asintótica invirtiendo cada vez más dólares en incrementarnos cada vez menos latidos. Y nos refugiamos en cintas como Parásitos o Joker, que casi huelen a analógico por el desnudo realismo de sus personajes, aún siendo estos insólitos. Como consumidores, desviamos la mirada ante promesas hiperbólicas, vendedores hype y malabaristas del clickbait. Y como ciudadanos cada vez nos asquea más esta política actual de circo y selfi que tanto abunda y que tanta hambre de la verdad nos despierta.

Dice Byung-Chul Han que estamos en la era de la producción del yo, en la que nos autorrealizamos y nos autooptimizamos constantemente, llegando a alienarnos a nosotros mismos como se llegó a decir que nos alienaba el trabajo. Sin poner en duda que cualquier exceso es nocivo, lo cierto es que hoy, quien más y quien menos, anhela ser una mejor versión de sí mismo. Y de ahí una carrera, en algunos casos desesperada y verdaderamente alienante, por ser grandes líderes, por hablar mejor en público, por coleccionar seguidores y likes, por ser mejores padres, por tener mejores hijos y porque los hijos de nuestros hijos sean también, a nuestra imagen y semejanza, mentes triunfantes en cuerpos perfectos. La pregunta es si la autenticidad también se puede producir. O, quizá, mejor dicho, la gran pregunta es cómo se puede producir la autenticidad en uno mismo. 

Aunque se trate de una mera labor de introspección, la búsqueda de la autenticidad como juego de tensiones es, cuando menos, sospechosa. Porque siempre quedará la duda de si al forzarla no la estaremos pervirtiendo.

Incrementar la capacidad cardiorrespiratoria, conseguir más competencias digitales, buscar un mejor colegio para nuestros hijos y todos los objetivos del yo que, sanamente o no, persigamos, se basan esencialmente en un juego de tensiones. Nuestro cuerpo tira hacia atrás, y nosotros nos esforzamos para empujarlo hacia delante cada vez que salimos a correr. Lo digital nos asusta, y nosotros luchamos por hincarle el diente, aunque para eso tengamos que tirar de desvelos o de talonario. Y un buen colegio, bueno de verdad, es hoy día como el Shangri-La moderno, tan brillante como esquivo. Y precisamente por eso incrementamos la tensión y peregrinamos de un centro educativo a otro, hoja de cálculo en tablet, para evidenciar las bendiciones de uno contra las carencias de otro. Y vuelta al talonario.

¿Se es más auténtico cuanto más se desea serlo? ¿Cuantos más aditamentos deseables nos apliquemos? ¿Cuanto más nos miremos al espejo escudriñándonos a fin de averiguar qué nos falta para ser nuestro verdadero yo? Incluso aunque se trate de una mera labor de introspección, la búsqueda de la autenticidad como juego de tensiones es, cuando menos, sospechosa. Porque siempre quedará la duda de si al forzarla no la estaremos pervirtiendo.

Frank Ghery propone un ejemplo tan ingenioso como ilustrativo: en nuestra firma revelamos nuestro yo. Una firma es una manifestación visual de nuestra persona, un gesto que expresa nuestra diferencia, nuestro yo auténtico.  La clave está en que producir ese pequeño manifiesto de singularidad es un acto automático, algo que hacemos sin gastar energía, sin apenas pensarlo. Y que, sin embargo, nos identifica inequívocamente. Quizá esta sea la clave. Tal vez la auténtica autenticidad no venga de esforzarse, sino de dejarse ir. Quizá no sea un juego de tensiones sino de relajaciones. De aflojar hasta conquistar todos esos estados que nos hacen sentir que habitamos cómodamente la completa extensión de nuestra identidad verdadera. Relajémonos y alegrémonos: es probable que la autenticidad auténtica, el nuevo mantra del desarrollo personal, sea un logro que se puede conquistar simplemente abandonándose.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Escritor desde que tengo memoria, directivo durante buena parte de mi vida y siempre un alma intensa. Con el tiempo he ido acumulando gran cantidad de títulos y cargos de los que intento liberarme para ser yo mismo la mayor parte del tiempo. Escribo para aclarar pensamientos o para recordar cosas que considero importantes. A veces lo hago solo porque mis ideas desbordan lo que soy y necesito colocarlas en algún sitio. Pero sobre todo trato de dar sentido a lo que nos ocurre. Por eso soy feliz si alguien encuentra luz o calor entre mis líneas aunque, por fortuna, tengo muchas otras maneras de serlo. Lo que pondría en mi tarjeta de visita, si tuviera una, sería Director Creativo.