Combatir el cambio climático, un renovado y urgente desafío para 2020
Balance y repaso de fracasos, logros y retos sobre el que es uno de los grandes temas no resueltos de la humanidad
El 2019 fue un gran año para la ciencia climática, pero el inveterado desfase entre sus avances y la urgente acción no permiten ser optimistas. Sin embargo, ha habido éxitos y conatos dignos de resaltar, mientras las cifras de la emergencia climática dieron más razones para la preocupación.
Con la decepcionante reunión climática de Madrid (COP25) se ha agrandado más, si cabe, la brecha entre inmovilismo y ciencia. No solo por la negativa manifestada por los mayores contaminadores, sino por no llegarse a objetivos más ambiciosos. Si hay que señalar con el dedo, los principales escollos fueron Estados Unidos, China y la India. El Presidente Trump sigue en sus trece, por lo que tampoco fue una novedad su renuncia al Acuerdo climático de París (COP21), y cabe subrayar también la falta de compromiso de países de gran tamaño e importancia estratégica como Australia, Brasil y Rusia.
En términos generales, la reciente edición de la Cumbre del Clima ha supuesto un nuevo menosprecio a la cada vez mayor y más abundante prueba científica sobre la gravedad de la crisis climática. Y, desde un enfoque práctico, la cita madrileña fracasó en el objetivo fundamental de implantar a partir de 2020 el Acuerdo de París (que finaliza el 4 de noviembre de 2020), acabando en una simple formulación de buenas intenciones.
En 2020, ni de broma cabe esperar que se alcancen los niveles de recortes de emisiones necesarios, puesto que en el encuentro no se aprobó un texto que instara a todos los países a comprometerse a llevarlos a cabo.
Mirando atrás, estas últimas conversaciones sobre el clima de las Naciones Unidas fueron tan calamitosas como cualquier otra de las celebradas anteriormente. Todo un despropósito, habida cuenta de lo que hay en juego y el tiempo que ha pasado desde la primera reunión, que acogió Berlín hace casi un cuarto de siglo.
Afuera, sin embargo, ha habido motivos de celebración. La fuerza que ha cobrado el activismo y la mayor atención mediática, con implicación de los mass media y la Red de forma inédita, permiten afirmar que el 2029 ha sido, en estos ámbitos, el despertar climático.
El reloj climático continúa corriendo en nuestra contra, sin embargo. Mientras celebramos cambios importantes, pero no fundamentales, el cambio climático prosigue: el nivel del mar avanza y siguen desatadas las emisiones de CO2. Durante el año que se va, de nuevo, los eventos extremos dejaron mella en distintos puntos del planeta, cual ruleta rusa. Entre otros muchos, fueron noticia incendios forestales sin precedentes en el Amazonas y en el Ártico. Todos ellos incendios masivos que reflejaron la emergencia climática en todo el mundo, provocando graves consecuencias tanto a nivel local como con respecto al clima global.
En España, entre otros eventos extremos, se ha vivido un año de máximos meteorológicos. Según la AEMET, debido al cambio climático, ha aumentado exponencialmente la frecuencia de las olas de calor severas, multiplicándose por diez respecto a los años ochenta y noventa del pasado siglo.
Estos registros nacionales encuentran su paralelo a nivel global, con máximas temperaturas mundiales registradas de récord. Los últimos cuatro años han sido los más cálidos de los que se tiene constancia y la temperatura media mundial ha aumentado ya 1,1 grados centrígrados, en relación a la época industrial. En nuestro país, el incremento ha sido de 1,7 grados y, como novedad normativa, se espera para 2020 la aprobación de la Ley de Cambio Climático y transición energética en pro de una generación de electricidad totalmente renovable en 2050, así como una Ley de movilidad sostenible y un PNIEC más ambicioso para cumplir con el límite de 1,5 grados centígrados.
De cara al próximo año, aunque solo sea por no pecar de cenizos, es importante abrir una puerta a la esperanza. Si bien el balance es para echarse a llorar, pues la acción climática efectiva sigue pendiente y la cuenta atrás no perdona, también hay motivos para estar atentos al futuro.
No en vano, a pesar de los pesares, en 2019 se ha progresado en aspectos puntuales que, aun siendo insuficientes, no dejan de ser valiosos como gesto y como avance. La negociación de un acuerdo a nivel europeo para alcanzar la neutralidad política a mediados de siglo es un buen ejemplo en el plano regional. Y, dentro de este contexto, antes de noviembre de 2020 se abre el proceso para revisar al alza el objetivo de 2030.
Otro avance comunitario en 2019 lo protagonizó el Banco Europeo de Inversiones, con su deseo de posicionarse activamente en la lucha contra el cambio climático, anunciando el fin de la financiación a proyectos de combustibles fósiles a partir de 2022.
Más allá de adelantos parciales, el gran desafío es ir dando pasos de forma puntual hasta que las acciones se globalicen. Un proyecto que merece destacarse de cara a 2020 es la aprobación de un Tratado Global de los Océanos que proteja el 30 por ciento de los mismos para 2030. Pero las Cumbres del Clima organizadas por la ONU son las que centran la atención.
Tras el fiasco de Madrid, cabe remontarse al Acuerdo de París como gran éxito para poner freno a la emergencia climática, pero aun tratándose de una resolución casi universal, que unió a muchos de los países en 2015, fue y sigue siendo papel mojado. Ahora, las esperanzas están puestas en la próxima edición de la cumbre climática, que tendrá lugar en Reino Unido. Será la COP26, y se celebrará en Glasgow del 9 al 19 de noviembre de 2020.
Arrancar de una vez por todas, conseguir un compromiso global vinculante sigue siendo la gran tarea pendiente. ¿Pero, cómo obtener tal objetivo? Deshacer el nudo gordiano podría no tener otro secreto que dar ejemplo a nivel local hasta lograr que se muevan esas grandes economías que impiden los avances necesarios para regular los mercados de carbono. No es descabellado pensar que solo así la actuación global cobrará entidad, y que lo haga a través de medidas efectivas establecidas como objetivos de carácter vinculante. Y, por último, están cobrando una creciente importancia los medios de comunicación y del activismo, un tándem inseparable, cada vez más fuerte y unido.
Uno de los personajes del año ha sido, sin duda, Greta Thunberg, poderoso icono de este clamor, cada vez más poderoso, al que se contrapone a su polémica figura, que ha tenido que soportar un trato miserable de muchos por cantarnos las verdades más molestas. Quizás, impulsados por una imperdonable inmadurez frente a una niña tan madura, curiosa paradoja, o puede que simplemente llevados por el irracional deseo de matar al mensajero.
Por suerte, la ciencia mima a esta joven sueca (fue escogida por Nature entre las 10 personas más importantes en ciencia en 2019), y otros muchos la animan. Medios de prestigio, como la revista Time, la han nombrado persona del año. Y, sea como fuere, con Greta o sin ella, tanto de cara a 2020 como en años venideros, parece claro que ejercer presión mediática para hacer mejor las cosas puede acabar convirtiéndose en la clave que permita, por fin, hacer la diferencia.
De lo contrario, se nos comerá el inmovilismo. Y nuestro planeta se irá convirtiendo en un lugar inhóspito, sin punto de retorno. No es ciencia ficción, alarmismo ni tremendismo. Es predicción científica pura y dura afirmar que caminaremos hacia la extinción humana y de muchas otras especies, sin prisa pero sin pausa para cada uno de nosotros, y de un modo acelerado si medimos el tiempo en términos geológicos.
Porque el nuestro es inmovilismo imperdonable, puesto que las advertencias científicas no cesan de informar y llamar a la acción de forma urgente. Además de los mordiscos que ya está dando el cambio climático en forma de aumento de temperaturas, incremento del nivel del mar y eventos extremos.
Un inmovilismo que, por cierto, me pone en bandeja reciclar un antiguo artículo que escribí sobre la COP21, titulado Dificultades tras el histórico Acuerdo del Clima de París. Me permito, por lo tanto, acabar como hice entonces, señalando que si bien lograr avances es difícil, nos va demasiado en ello para no seguir intentándolo. Ya entonces dije, y sigo diciendo ahora: “Todo un desafío, enorme, sin duda, pero la recompensa también lo es. Nuestra propia supervivencia está en juego, y también la del mundo, tal y como lo conocemos. En el peor de los casos, la vida seguirá abriéndose paso, pero ya sin nosotros. Quizá el planeta salga ganando”.