Así se retoca una imagen para el Festival de Cannes
El Festival de Cannes lo ha vuelto a hacer. Ha cogido una foto antigua de la actriz Claudia Cardinale y la ha adelgazado aún más para diseñar su nuevo cartel. La polémica estaba servida y las redes han entrado al trapo: que si ella ya estaba bien por aquí, que si es una expresión artística por allá. Los fotógrafos argumentan que las hamburguesas también se retocan y nadie se queja porque es publicidad. Las mujeres denuncian que están hartas de ver su cuerpo reducido siempre a unas tallas irreales. Ella misma resuelve que "es cine y nada más". El caso es que aquí estamos otra vez debatiendo sobre la representación de la mujer en los medios. No hay más remedio.
La propia actriz ha querido restar importancia al asunto declarando que "la imagen ha sido retocada para destacar ese efecto de ligereza y transportarme hacia un personaje de sueño: es una sublimación". Claro, qué va a decir ella, que estará más que encantada de aparecer en el cartel. "Antes delgada que invisible" habrá pensado. El caso es que este certamen no aprende y cada año va a peor. Cuando no es criticado por la escasa representación femenina de directoras y mujeres en el cine, lo es por expulsar a las invitadas que no llevan tacones. Este año le ha tocado al Photoshop.
La pregunta que aquí se plantea es ¿dónde están los límites del retoque? ¿Se puede desfigurar a alguien sin medida en nombre del arte? ¿o existe un número de centímetros que ya sea cuestionable? Quizás la solución pase por dejar de interpretar las imágenes como elementos aislados (o envasados al vacío) y asumir que se desenvuelven en un contexto social. Muchas veces, quienes generan imágenes piensan que su proceso de trabajo termina cuando la foto sale de la imprenta. Ya está, me puedo ir a casa y cobrar la factura. Pero su compromiso no termina ahí. Una imagen, emitida desde el soporte que sea, establece un diálogo con las personas que la reciben. Esa relación puede desencadenar diferentes comportamientos que a su vez pueden afectar a otras muchas personas. Ser conscientes de las preocupaciones y de los conflictos sociales con los que nuestras imágenes van a convivir no es tanto pedir. Nos pasamos el día exigiendo responsabilidad a los medios, denunciando las enfermedades que causa la extrema delgadez de las modelos, pidiendo mayor diversidad a la hora de representar a hombres y mujeres. Era evidente que esa foto retocada de Claudia Cardinale iba a herir sensibilidades. Quien diga que no lo sabía no vive en este mundo, no lee los periódicos, ni tiene redes sociales. Quien diga que es sólo cine o ficción es un irresponsable.
Los tiempos han cambiado y ahora todas las personas podemos crear imágenes. También imágenes que contesten a otras imágenes. Por eso las redes se llenan de memes cada vez que algo nos impacta o nos indigna. Cuando se crea una imagen que no gusta, que ofende o que genera rechazo, lo más razonable que puede hacer una empresa es retirarla. ¿Imagináis que un cliente se dirija a su tienda para decir que no está satisfecho con un producto y le contesten: pues es lo que hay, se lo come con patatas?. El público siempre tiene la razón, y en el caso del cartel del festival francés ya se ha manifestado. No es censura, es hastío. Ya está cubierto el cupo de mujeres etéreas que acaban por desaparecer. Queremos otros modelos. Necesitamos imágenes que nos expandan no que nos achiquen. Si yo estuviese en el equipo directivo del festival cambiaría ese cartel ipso facto. Aún tienen la oportunidad de demostrar que nos escuchan y que les importamos, aunque se hayan equivocado. Si no lo hacen, serán el certamen machista un año más: somos muchas (y muchos) los que nos seguiremos manifestando.