Cinco recomendaciones cinematográficas para pasar el confinamiento
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Cinco recomendaciones cinematográficas para pasar el confinamiento

Retro television test pattern with Coronaviurs warningsmodj via Getty Images

El cine, como la literatura, o quizá en algún sentido, más que ella, nos habla de nosotros mismos, de nuestras alegrías y de nuestras tristezas, de nuestras frustraciones y de nuestros sueños, de nuestras contradicciones y de nuestras líneas rectas. Por eso, cuando hablamos con alguien conocido, un amigo o un familiar, sobre un sentimiento o una sensación, acudimos muchas veces a las imágenes del cine: “es como cuando, en Casablanca, le piden a Sam que vuelva a tocar As time goes by”, podemos decir para hacer alusión a un recuerdo que no parece alejarse de nuestra mente y que nos trae sensaciones de una felicidad indescriptible. Alegría, pena, esperanza, risa, desesperación, miedo, frustración, todo eso es lo que nos proporciona el cine. Y todas esas sensaciones tenemos que canalizarlas de alguna manera en una situación como la que estamos viviendo en estos momentos. ¿Por qué no hacerlo, pues, con la ayuda del cine? Estas son mis cinco recomendaciones cinematográficas, y las razones por las que he elegido estas películas para un momento como el actual. Todas ellas son películas que he visto confinado.

Esta película de James Gray me parece una auténtica obra de arte. Por lo que sugiere más que por lo que muestra, por la belleza de sus imágenes, por el tempo de sus escenas, su cadencia, su lentitud. Pero sobre todo me impresiona mucho porque refleja bien la idea de búsqueda permanente. Creo que es una película profundamente existencialista. El protagonista, un Brad Pitt que está en su mejor momento de forma, es una persona perdida, que sabe que le falta algo pero no encuentra qué es exactamente lo que le falta. Hasta que le dicen que su padre, un condecoradísimo astronauta al que todos creían muerto en su última expedición a un ignoto planeta en busca de vida alienígena, parece haber dado señales de vida. Pitt, también astronauta, como su padre, encuentra de repente el leitmotif de su vida: encontrar a su padre, verle aunque sea una vez más, una última vez. La película está llena de sentido profundo. Plantea el daño que hace la ausencia de personas que fueron claves en nuestras vidas. Y que es legítimo querer intentar recuperarlas, aunque sea en sueños, aunque sea en el cine. 

Esta película es de una belleza indescriptible, es un cerezo en flor. Y trata de un tema tremendo: la lepra. ¿Una película bella, sobre un tema tan arduo? Si efectivamente, están leyendo bien: es simplemente bellísima, sublime. Tokue es una ancianita maravillosa que se acerca un día a un puesto de venta de “dorayakis”. Los “dorayakis” son como una especie de pan-cakes, que se rellenan además con una melaza a base de judías que se llama “anko”. Pues bien, Tokue propone a nuestro protagonista, que regenta el puestecito de “dorayakis”, ayudarle haciendo el “anko”. Nuestro amigo, el encargado del puesto, no acaba de controlar el fascinante y milenario arte de realizar “anko”, y tras mucho intentarlo, siempre lo compra al final de manera industrial. “Matas el dorayaki si lo haces así” le dice la ancianita. Finalmente se decide a contratarla, y tras unos días, el puestecito, al que apenas iban antes algunas colegialas de un instituto cercano, se pone de moda: ahora hay colas para hacerse con el preciado “dorayaki” relleno del nuevo “anko” que hace Tokue. Sin embargo, al cabo de unos meses, la gente deja de ir misteriosamente al puestecito: “Es el invierno, la gente no sale” dice nuestro protagonista. Pero todos sabemos que no es así, y Tokúe la primera. Es por sus manos. Es por su enfermedad. Esta obra de arte te habla de los desheredados de la sociedad. De los parias. De los que no tienen nombre ni apellidos. De los invisibles. A pesar de lo cual, reside en ellos una mirada sobre la vida, la naturaleza, el amor y la amistad, que al común de los mortales muchas veces se nos escapa.

Aparentemente una cinta menor, esta película, rodada casi en secreto por el director Drake Doremus, fue presentada en el festival de Sundance en 2017. El tema de la película es el tema de moda: amor, sexo, y por medio las apps de citas tipo Tinder. Dos jóvenes-no-tan-jovenes-ya se encuentran a través de una app una noche. Antes de acostarse, hablan, hablan, y hablan, y hasta se toman un par de cervezas sin que el tema maldito de “en tu casa o en la mía” aparezca. Inmediatamente se caen bien y hasta se enamoran. Pero las apps no les dejan tranquilos. Y la relación entra inmediatamente en el aburrimiento. “Podemos hacer lo que queramos, siempre que nos lo digamos” le dice ella a él. A partir de ahí, se activa una espiral absolutamente destructiva que apunto está de acabar con la relación. Me ha gustado mucho, plantea el tema del impacto de las apps en las relaciones, y de lo complicado que es desarrollar estrategias de confianza en una relación sentimental hoy en día, con la cantidad de estímulos y oferta que existe “en el mercado”. Llámenme clásico, pero sigo pensando que el hombre está antropológicamente programado para las relaciones monógamas, y que tres, no digamos ya más, son multitud en una relación, con o sin app de por medio. Además, las apps están dejando yermo lo que alguna vez floreció. Todo esto se plantea en esta cinta aparentemente sencilla, con un tratamiento sin concesiones, moderno, y donde las moralinas de toda índole y condición están, gracias a los cielos, ausentes.

Ojalá los miembros del Eurogrupo pararan durante el par de horas que dura la cinta para visionar esta joya que lleva la firma de mi admiradísimo Costa-Gavras. Comportarse como adultos, “Adults in the room” en su título en inglés, está basado en el libro de la misma rúbrica que escribió en su momento Yanis Varoufakis, el que fuera Ministro de Finanzas del gobierno griego de Syriza, en el momento en el que este país estaba asediado por los halcones (buitres carroñeros, diría yo) de la austeridad pangermánica. Lo peor de todo es que la historia se repite, no se si como una tragedia o una farsa o como una mezcla de las dos, pero el caso es que se repite: estamos ahora en las mismas en las que estábamos por entonces, en 2015, cuando el euro se iba a romper por el supuesto comportamiento irresponsable de los países del sur. La cinta cuenta casi con un detalle microscópico en qué consistieron las negociaciones entre el Eurogrupo y Grecia sobre uno de los tantos rescates que se tuvieron que operar en el país, desde Enero hasta Julio de 2015, que fue cuando finalmente Varoufakis tuvo que dimitir, impotente y agotado ante lo que fue la constatación de la derrota griega a manos de Alemania y sus amigos. La cinta no deja títere con cabeza, nos habla de lo mal que está Europa, de por qué no tiene solución, y de hasta qué punto se ha instalado la narrativa de los países del Norte en la que el mundo está dividido en dos sub-especies, la de los probos y la de los malignos gastadores insolidarios. El caso es que, a la primera de cambio, con Coronavirus de por medio, ya estamos en las mismas. Estoy esperando escuchar a Angela Merkel o a Mark de Rutte decir que en lugar de Covid-19, lo tenían que haber llamado PIGS-19. Una joya que no os podéis perder para seguir los últimos acontecimientos en tiempo real, aunque sea retrospectivamente. Y si, estoy de acuerdo: son como niños, peor que niños. La escena final del baile-acorralamiento que le hace el Eurogrupo a Tsipras es absolutamente memorable.

“Nací cuando ella me besó; morí cuando me abandonó; viví unas semanas mientras ella me amó”. Quien no ha querido decir estas palabras alguna vez. Y quien no las haya dicho nunca, entonces es que no ha vivido jamás. “En un lugar solitario” es la joya de la corona de la filmografía de Nicholas Ray. Tenemos en la película a un Humphrey Bogart que se sale literalmente de la pantalla y una Gloria Grahame de una sinuosa y misteriosa belleza que conmueve a lo largo de toda la película, más si cabe porque la actriz personifica a una dura con buen corazón. La primera parte de la película es propia de un film de serie B: se produce el asesinato de una mujer de forma completamente casual, y nuestro protagonista es acusado de él. Hasta ahí, estamos ante una película enteramente convencional. Pero a partir de ese momento, aparece en escena ella y entonces…se desata la caja de los truenos. Dixon Steele, un escritor con un carácter duro y poco controlado, proclive a la pelea, se enamora locamente de Laurel Gray, una actriz que solamente ha hecho papeles secundarios en películas terciarias. Ella también se enamora de él. Pero su amor por él es maternal, suave y tierno; el de él por ella es posesivo, violento y desbocado, como el de un caballo sin domar. A ella le asalta, tras una conversación con la policía, la duda…¿y si realmente, como dice la policía, hubiera sido él quien mató a la chica? La duda, que al principio rechaza, le va corroyendo la mente, hasta convertir la relación con Steele en una atmósfera sin oxígeno. Es la duda perenne la que mata la relación en esta fábula en la que el asesinato del principio es solamente una metáfora, una excusa de lo endiabladamente dificiles que son las relaciones pasionales, en las que uno de los dos, o quizá los dos, sospechan que hay algo en el otro que no funciona, aunque ello no tenga finalmente nada que ver con la verdad.