Chanel Nº1
Chanel Nº1CARLOS ALEJÁNDREZ 'OTTO'

Mi primo trabajó en uno de los últimos grandes circos patrios, aquel cuyo dueño, cuando llegaron los años de elefantes flacos y le cortaron la red de las subvenciones, envidioso de los trapecistas, se columpió de una soga. No necesitó redoble para su salto mortal.

Antes de cada función, y para caldear las lonas, se sorteaba una brillante bicicleta que presidía el portón de salida. El jefe de pista, vestido de portero del Wellington, se situaba en el centro de la arena, encañonado por un foco ciclópeo; hacía callar la fanfarria de tambores y flautas, y anunciaba con voz de barítono la gran rifa.

-¡A ver, una manita! ¡Una manita inocente!

Desde las primeras sillas, un padre arrobado le ponía a su criatura en los brazos. Como quiera que el niño lloraba, el de las chorreras elevaba aún más la voz.

-¡Vamos, apresúrense! ¡Que la bicicleta puede ser suya! ¡Compren los últimos números, señores! ¡Ha llegado el momento! A ver, chiquitín, mete la mano en la bolsa y saca un papelito, príncipe.

La mano era inocente, desde luego; no tanto la bocaza del jefe, que siempre cantaba el número treinta y seis, el de la localidad que ocupaba mi primo disfrazado de espectador.

Cierta noche, al acabar la función, se dirigió a él un padre de familia que había acudido a los dos pases de aquel domingo, ya fuera porque el primero le había encantado, ya porque su numerosa prole le obligaba a dosificar los hijos.

- ¡Vaya suerte, amigo! Ganar dos sorteos en un día… Ha tocado usted pelo, ¿eh?

-Sí -respondió mi primo sin inmutarse, mientras pensaba en el del chimpancé con el que había pasado la noche.

A conclusión parecida llegó un famoso escritor al que habían prometido el premio Nadal, y que se supo, en plena cena de entrega, relegado por Carmen Laforet, una desconocida que, le explicaron al novelista ofendido, había presentado una obra indudablemente mejor.

-¿Y desde cuándo se premia a los mejores y no a los amigos?

Y temblaron las copas de cava.

¿Y desde cuándo se premia a los mejores y no a los amigos?

Lo del tongo en concursos y competiciones variadas no es, ni mucho menos, un recuerdo de nuestro menesteroso ayer, de apagadas cerilleras, ternos remendados y tabaco de contrabando. Por el contrario, ni la modernidad en la que nadamos a braza, ni la tecnología punta que dominamos como si hubiéramos nacido con teclado incorporado, han logrado acabar con el trapicheo de honores y prebendas.

Nadie ignora que ciertos galardones que premian la escritura vienen dados de antemano; con tanta antelación, en ocasiones, que el ganador ni siquiera ha comenzado su manuscrito. En muchos casos se justifica aludiendo a la filantropía de las editoriales convocantes.

Vale.

Pero agradeceríamos que el elegido nos ahorrara el bochorno de verle declarando a la prensa que no se lo esperaba.

Más grave me parece el caso si son instituciones públicas las que permiten el tejemaneje y la tela que se lleva el agraciado sale del presupuesto.

Oficié de jurado en un concurso de cocina auspiciado por un ayuntamiento cuyo nombre callo para parecerme en algo a Cervantes. Tras el agasajo inicial a tan ilustre y excepcional jurado (lo decía el concejal de cultura, no yo), se me insinuó que puntuara al alza a un inspirado que había perpetrado, pásmense, un futbolín ensartando por los ojos acartonadas truchas. Las bolas, no lo recuerdo bien, serían esferificaciones de colorines.

-Ahí no hago yo el saque de honor ni harto de prieto picudo, no me jodas -dije.

Pese a mis blasfemias, el truchicida ganó uno de los premios. Se ve que las dotes de persuasión del organizador habían calado hondo y su ahijado no se quedó sin bautizar, que para eso tenía padrino.

Para atenuar mi mala leche (nada desprecio más que la cocina banal, esperpéntica, donde lo que prima es el espectáculo) me alegró la mañana un diálogo que pillé en el aire.

Inoportuno, un colega de reconocido prestigio en la ciudad del frío había desaparecido en el momento de la entrega de galardones.

-Niña, ¿dónde coño anda tu marido?

-En la barra, pajeándose al de la Junta, a ver si le dan el coto.

Pajeándose, dijo. Qué hermosura en estos tiempos en los que, ignorando que somos hijos de Quevedo, del hideputa converso de Talavera, de Cela…, quieren amordazarnos con un lenguaje descafeinado y melifluo.

Aunque lo preocupante del último pucherazo al que hemos asistido es la posibilidad de que el torcimiento de la votación conlleve censura.

Me refiero (ya lo han intuido, el titular me delata) a la decisión de un jurado opaco que ha entregado el premio del Benidorm Fest a la cantante Chanel, dejando fuera a las ganadoras de las votaciones populares, Rigoberta Bandini y el grupo Tanxugueiras.

La Bandini canta a la teta con un estribillo que me hace añorar los biberones de leche desnatada; canción, la suya, que se quiere reivindicativa y resulta ñoña.

En cuanto a las paisanas de Rosalía, más les habría valido musicar un verso de esta, de Ferreiro, de Valente, o uno de los bellísimos poemas gallegos de Lorca. Incluso la guía de teléfonos (de ese tiempo parece la canción) tiene más atractivo.

La posibilidad de que una mano oscura haya dictado quien no debe ir a cantar a Eurovisión ha sacado ascuas del Botafumeiro, las piedras de afilar de sus cajones y un Halley de enconadas chispas.

Hay quien habla de intereses bastardos alrededor de los derechos de autor y los contratos discográficos.

Hay quien barrunta que la decisión la ha provocado el miedo a mostrar un país diverso, sensual, atrevido y vivo

Y hay quien barrunta que la decisión la ha provocado el miedo a mostrar un país diverso, sensual, atrevido y vivo (que cambie de ginebra o de orejas).

Chanel, solvente cantante y aún mejor bailarina, ha malgastado su hermoso y bien trabajado cuerpo en un híbrido en el que se solapan el rap latino y aromas de Rosalía (la catalana, claro). Pese a como me rechinan su spanglish y su letra pachanguera, se me antoja, con mucho, la mejor.

Ahora, que nos pueden cortar el gas a puro cañonazo y las facturas de luz y gasolina nos cortan el aliento, que los chanchullos de un festival hayan copado portadas y llegado al Senado solo puede entenderse como homenaje a Berlanga.

La bellísima Chanel ya se defiende sola. Y, para escalar el Tourmalet de la fama, dudo que necesite una bicicleta oxidada.