Carta al recién diagnosticado de esclerosis múltiple: bienvenido al club
Estimado compañero, soy consciente de que puede sonar a pitorreo que te dé la bienvenida al club de los escleróticos. Como todos, si pudieras darte la vuelta y salir por la puerta que has entrado limpio de polvo y paja, lo harías, pero desgraciadamente la vida no es así, hay cosas que si nos han tocado, ahí están, sólo nos toca vivirlas, y es en esa vivencia donde podemos establecer la verdadera diferencia. No es lo que te acontece en la vida lo que te marcará como persona, sino la forma en la que afrontas aquello que te acontece. Imagino que ahora mismo tendrás el susto metido en el cuerpo. Te aseguro que no es para tanto. Sé que no soy el más indicado para decirlo, pues ahora mismo me puedes encontrar en esta silla de ruedas de la que no me despego salvo para pasarme la cama y con verdadera dificultades para escribir esta carta. Insisto, no es para tanto. Sólo un pequeño porcentaje de afectados por esclerosis múltiple terminan en silla de ruedas, y este porcentaje, gracias a la investigación, va en descenso. Estadísticamente, yo ya ocupo un punto de ese pequeño porcentaje por lo que tú ya tienes más probabilidades de no estar en él. No es un favor que te hago, te aseguro que me lo pensaría mucho si me hubieran dado la oportunidad.
Imagino que, como casi todos, ya te habrás metido en Internet y habrás encontrado una larga relación de síntomas que habrán ido complicando tu estado anímico. Nadie acumula todos esos síntomas, seguramente ya habrás oído hablar de la enfermedad de las mil caras y es que cada afectado es diferente. Compartimos muchos síntomas, pero otros no, y si apareces por el local de una asociación, lo que menos vas a ver es a gente como yo. Encontrarás personas, muchos años cargando con la enfermedad, a las que si ves en otro lugar, nunca podrás deducir que padecen esclerosis múltiple. Hoy no sabes cuál será tu evolución, corremos el peligro cuando nos diagnostican de hacer un duelo por anticipado y, especialmente, hoy, cuando nuestras expectativas físicas han mejorado. La gran mayoría de los diagnosticados hoy, dentro de veinte años os encontraréis, con seguridad, mucho mejor que la gran mayoría de los que hoy fuimos diagnosticados hace veinte años.
De cualquier modo, una enfermedad así, crónica y degenerativa, ha llegado para cambiarte la vida y esto no siempre es malo. No pretendo ningunear la enfermedad, simplemente quiero hacerte ver que problemas de ese calado en la vida nos suponen un reto que superar y llegan para poner entre interrogantes nuestro ser, nuestra calidad humana. Intentar eludir estos interrogantes no sólo es imposible, sino que también es estúpido. Es posible que haya cambios drásticos y es posible que no. Es posible que estés obligado a despedidas y renuncias, pero también es posible que no; lo que sí es seguro es que esto afectará de alguna manera a tu forma de ser y, ya puestos, que sea para bien, que nuestra renuncia a grandes futuros nos suponga vivir intensamente el presente, que la bajada de escalón que supone nuestra dependencia, si llega, nos aumente la sensibilidad hacia todos los que todavía se encuentran en escalones más bajos, y que ese golpe emocional nos aumente la capacidad de escucha, nos haga replantearnos nuestra jerarquía de intereses y nos abra la mirada para ser capaces de descubrir y sentir el sufrimiento ajeno.
Te aseguro una cosa: esta enfermedad no tiene por qué arrebatarte la felicidad, al contrario, paradójicamente puede ocurrir que entonces descubras una felicidad que anteriormente parecía imposible de vivir en este mundo de insatisfacción permanente y competición continua. Con este sermón quiero decir que, incluso en un estado físico similar al que yo me encuentro, la felicidad es posible. No pretendo insinuar que no habrá momentos malos, más de los deseables, ni quiero decir con ello que no sea cuestión de algo de fortuna, sino que también nosotros construimos el tipo de espacio que nos rodea. No llegarás a este extremo físico, estoy convencido de ello, pero aprovecha la ocasión para mandar a hacer puñetas el mundo asfixiante que te rodee, este sí esclerotizado, y comienza a construir uno bastante más oxigenado, eso sí, siempre empezando por ti.
Ahora sí puedo decirte bienvenido al club, seguramente nos encontremos en el camino, y espero que para ese momento nadie ni nada nos haya arrebatado la sonrisa en la boca. Un fuerte abrazo.