Carta abierta a la profesora de mi hijo autista
Cuando nos conocimos, yo era la madre enfadada y sobreprotectora con la que temías interactuar. Correos electrónicos, llamadas telefónicas, reuniones en persona: tus labios se apretaron antes de forzar una sonrisa. Ya conocías a madres como yo y a niños como el mío. Cuando mi hijo salía de clase corriendo, ponías los ojos en blanco. Cuando él caminaba por el fondo de la clase, callabas sus murmullos.
El cambio a tu clase fue difícil y a veces doloroso, ya que las necesidades de mi hijo autista te resultaban abrumadoras al principio. Tus ideas y etiquetas firmemente arraigadas fueron un objetivo brillante que puse en mi punto de mira y no tuve paciencia cuando no supimos entendernos la una a la otra.
En colegios anteriores, los profesores confundían la discapacidad de mi hijo con un comportamiento intencional, sobreestimaban su capacidad de adaptación y subestimaban su intelecto y su corazón. Tú parecías del mismo palo.
Yo había dado clases en primaria antes de ser madre y sabía que los profesores, agotados y con poco apoyo, a menudo no tenían la capacitación o la flexibilidad para aprender sobre los niños con necesidades especiales e integrarlos en sus aulas. Los profesores pueden quedarse estancados en su concepción del aprendizaje. ¿Y por qué no iban a hacerlo? Los exámenes estandarizados exigen resultados en forma de números. A los que se salen de la media, sobre todo si tienen buenas notas, solo se les presta especial atención si obstaculizan las clases.
Y comportamientos como el de mi hijo obstaculizaban la clase.
Pero tú no eres como los otros profesores. Mantuviste tu postura de manera admirable y hasta irritante y luego algo sucedió cuando el otoño dio paso al invierno.
¿Había alguna grieta en tu armadura y una de las sonrisas de mi hijo consiguió penetrar? ¿Estabas agotada una mañana por tus propias batallas de la maternidad y mi hijo te trajo un lirio de origami al escritorio a modo de nerviosa oferta de paz? ¿Acaso nos hicimos pedazos las dos en nuestro encuentro y conectamos brevemente sobre lo difícil que era todo esto?
No sé exactamente cuándo comenzó el cambio, pero de repente mi hijo quiso ir al cole. Empezó a escribir poemas sobre ti y sobre sus compañeros en la mesa del comedor. A la hora de acostarse me contó una historia graciosa sobre la palabrota que se le escapó al equivocarse en un problema de matemáticas y me explicó cómo te echaste a reír hasta llorar. Entonces le aseguraste que no se había metido en problemas y que lo usaría como una experiencia de aprendizaje para la clase.
"Creo que ahora me comprende", dijo.
En la reunión del equipo en enero, me saludaste con un abrazo. Hablamos brevemente sobre el progreso de mi hijo, sus nuevas amistades y la forma en que el asesor escolar estaba aplicando modelos de enseñanza flexibles para toda la clase, en lugar de enfocarse solo en un estudiante. Bromeaste sobre que tu marido necesitaba un apoyo similar.
Luego pasamos a hablar sobre el autismo en las aulas y cómo los profesores pueden entender, incluir y replantear sus enfoques para los alumnos autistas. Todo el mundo sonrió y escuchó. Los otros profesores y jefes de estudio no actuaron de esta manera. Ni para niños como el mío ni para madres como yo. ¿Qué es lo que cambió?
Tú cambiaste. Te apartaste de tu concepción inflexible y viste a mi hijo. Se convirtió en una persona para ti, en lugar de un diagnóstico o un problema que resolver. Lo viste esforzarse, aprender y crecer, y seguiste su ejemplo.
Te volviste flexible, demostrando que sí, que los adultos también pueden adaptarse y superar situaciones incómodas y difíciles. Transformaste las ideas que tenía mi hijo sobre el colegio y su papel como estudiante. Incluso su papel como persona, en general, a la hora de interactuar con otros y entender su lugar en este mundo. Las madres protegen a sus hijos de las situaciones difíciles, pero son los profesores quienes crean comunidades en el colegio y en clase. Ellos deciden quiénes son incluidos y quiénes son acosados.
Cambiaste el enfoque de la inclusión para el profesorado del colegio, lo que cambió su forma de dar clase a los estudiantes autistas. Creaste un aula donde los estudiantes sin discapacidades aprendieron con (y de) los estudiantes con necesidades especiales. Aprendieron a ver a mi hijo como una persona con aptitudes que aportar y diferencias que explorar.
Esta semana, mi hijo ha ganado el concurso de poesía del colegio. Ahora toma el autobús para ir al colegio, camina con otros niños tranquilamente en la entrada y choca la mano con sus amigos en el pasillo. Anoche hablamos sobre la escuela secundaria a la que irá el año que viene, sobre tener un compañero de taquilla y sobre apuntarse a una banda, tal vez.
Mi hijo tiene la profesora que siempre soñé que tuviera. Tú.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.