El campo español, sin jóvenes: "El acceso a tierras es muy complicado"
"Es imposible levantar una explotación". El asedio de los precios, las bajas rentabilidades y ahora la guerra empujan a los jóvenes a abandonar el sector agrícola.
Aunque no lo parezca porque no llueve, sobre el campo español se abate una tormenta perfecta. No solamente acusa la gran inflación aupada por la guerra en Ucrania, que ha llevado los precios de los combustibles, abonos y semillas hasta las nubes, o las ventas a pérdidas por debajo de lo que cuesta que la tierra produzca. Sino que a resultas de todo esto, la incorporación de jóvenes a la actividad (su garantía de futuro) se convierte en una misión imposible por su falta de atractivo. El campo envejece y no hay relevo.
Así lo denuncia la Unión de Uniones de Agricultores y Ganaderos, con los datos del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA) en la mano. El último balance publicado, de 2020, muestra que apenas 57.797 de los beneficiarios de las ayudas directas al sector tenían menos de 40 años. En 2010 fueron 156.676, casi tres veces más.
El coordinador estatal de la Unión, José Manuel de las Heras, no oculta su inquietud a El Huffpost: “Es una situación que nos preocupa, nosotros como organización apostamos por los jóvenes, y bendecimos las ventajas que tienen de las ayudas del Estado y la PAC”. Pero no son suficientes y “de nada sirven” si no “hay jóvenes que se incorporen” y las reciban. En cualquier caso, desde la Unión recalcan que las ayudas llegan a cubrir, en el mejor de los casos, el 30% de los ingresos totales.
De las Heras cuenta que el difícil acceso a la tierra es uno de los principales problemas para los jóvenes que quieren empezar, y no es una cuestión solamente de que los alquileres de los terrenos sean altos. “Muchos agricultores que están en la edad no se jubilan porque las pensiones en el campo son muy bajas, y no les compensa pasar a vivir con 800 euros tal y como están las cosas”, sostiene De las Heras. Así se forma un tapón.
Carlos García Alonso, un joven agricultor de 28 años, atiende a este medio desde su tractor en Velliza (Valladolid), con el que prepara las tierras para la nueva campaña que empezará en septiembre. Tiene 100 hectáreas de secano, principalmente de cereal, y legumbres. Corrobora las tesis de De las Heras. “La mayoría de personas que se jubilan han aguantado un poco más porque la mayoría tiene la pensión mínima”.
Este joven afirma que lleva el campo “en la sangre”, su padre y sus abuelos fueron agricultores, y ahora trabaja el campo gracias a que se ha incorporado a la explotación familiar. “Es imposible levantar una explotación si no tienes una ayuda económica familiar”, cuenta García.
Una quimera. Si una persona joven quisiera empezar de cero, tendría que hacer una inversión extrema, explica García. Un tractor nuevo de 140 caballos puede llegar a costar 140.000 euros, más las rentas de la tierra, los abonos, las semillas...
Y a todo esto hay que sumar el alza de los precios, exacerbada por la guerra de Ucrania. “Si la tonelada de mineral de fertilizante en la anterior campaña estaba a 300 euros, este año ha estado a 900. Ha habido una media de subidas que ronda entre el 40 o 50% aproximadamente en los costos de producción”, explica De las Heras.
El encarecimiento de los aluminios y el hierro también afecta a las maquinarias, explica García: “Ahora mismo un preparador, lo que se conoce como un arado, cuesta el doble que hace dos años”. Subida a subida la rentabilidad se hunde cada vez más.
Por esa razón, Ismael Navarro Castell no ha podido abonar este año todo lo que le hubiera gustado. Trabaja una explotación de cítricos, especialmente naranjos, en la provincia de Valencia, en la comarca de la Ribera del Júcar. Tiene 40 años recién cumplidos, el límite para poder considerarse como joven agricultor. Estudió informática, pero decidió coger el testigo de los naranjos familiares.
“La agricultura es una profesión muy bonita, de continuo aprendizaje y muy enriquecedora, pero en materia económica es muy complicado y ha ido a peor”, afirma Navarro. Indica que toda se conjugan tantos factores que sacar beneficios es muy complicado, él lleva tres años a pérdidas. “Es normal que vayan desapareciendo explotaciones y que los jóvenes no quieran incorporarse, nadie va a querer hacerlo de cero porque los costes son muy elevados”, asegura Navarro.
Esta situación insostenible tiene su huella negativa también en el empleo y el cuidado de los naranjos. Normalmente Ismael contrataba cuadrillas de trabajadores para podar los árboles, algo “que se debe hacer cada año”. Este ha sido imposible. “Contrataba cuatro personas por hectárea, pero he tenido que recortar gastos de algún lado”.
El precio de los combustibles también aprieta. “El diesel agrícola ha duplicado su precio. Está en niveles de 1,40 euros el litro, el año pasado apenas pasaba de los 60 céntimos. Es una locura”.
Algo más de suerte que Ismael y Carlos tiene Lorena Rodríguez Fernández, que atiende el teléfono desde el pueblo donde vive y trabaja, Castromembibre (Valladolid). “Me gusta mucho la vida en el pueblo y quería apostar por el campo”, confiesa Rodríguez.
Tomó el relevo de manos de su padre en septiembre de 2019. Hizo una inversión e instaló placas fotovoltaicas para el sistema de riego de los almendros y pistacheros que puso en 15 de las 43 hectáreas de la explotación: “Tal y como esta el tema del gasoil y la luz en la actualidad, nos sale bien”.
Las inversiones en el campo son a largo plazo. Un pistachero puede tardar siete años en producir, explica Rodríguez. Las 28 hectáreas que no son árboles las explota con cultivos de secano, y todo lo que gana se va a cuidar y mantener la inversión. Trabaja el campo, pero por ahora y durante varios años no espera sacar beneficios de él, aspira a cubrir los gastos.
“No hubiera podido hacer todo esto sin la ayuda de mi marido y mi padre”, apunta Rodríguez. Actualmente ella, su marido y su hijo de dos años viven del sueldo de él, que tiene otro trabajo no vinculado con el campo. Para sacar adelante su proyecto tuvo que pedir dinero prestado al banco, poner todos sus ahorros y recibir una ayuda de su familia, además de las ayudas públicas que le otorgaron.
De otra manera, hubiera sido “imposible”: “Imagínate que alguien empieza de cero, suponiendo que tenga el terreno, que ya vale una pasta, tendría que instalar el riego, la maquinaria... En mi caso yo sigo usando el tractor de mi padre y espero que me dure muchos años más”. Se mire por donde se mire, parece tarea imposible.
Con todas las dificultades, Carlos García, el joven agricultor de Velliza, asegura que hay que tirar de ingenio e ir sorteando las dificultades como se pueda. “Ahora con esta sequía enorme tenemos que cambiar de cultivos, tirar más de garbanzo y guisante, que tiene menos costes. Habrá que buscar como sea la viabilidad de la explotación, pero si no se consigue, pues se echa el cierre y a otra cosa”, afirma García.
Desde Valencia, Ismael Navarro tiró de sus conocimientos de informática para tratar de sacarle algo más de beneficio a sus naranjas. Creó una página web, masquenaranjas.com, desde la que vende directamente su producto sin intermediarios, saltándose las cadenas de suministros de las grandes superficies, que muchas veces pagan por debajo de lo que cuesta producir.
“Me cuesta producir un kilo de naranjas entre 20 y 25 céntimos y este año me lo han estado pagando a 20, 15 o incluso por debajo”, se queja Navarro. Gracias a la web, ha conseguido no ahogarse: “He podido sobrevivir, porque ahí si que ganas algo por kilo, pero no puedo canalizar todo el volumen que yo produzco por esa vía”.
Venta a pérdidas
Si el trabajo que hace un agricultor ni siquiera da para cubrir los costes de producción, ¿cómo va a resultar atractivo para los jóvenes o para cualquiera? Esa es la reflexión que hacen desde la Unión de Uniones. Este hecho se conoce como venta a pérdidas y es el talón de Aquiles del sector primario.
De las Heras exige que se garantice que lo que le ha pasado a Ismael, vender por debajo de lo que le cuesta producir, quede prohibido por la Ley de Cadena Alimentaria que no termina de cuajar. “Queremos que se contemplen todos los temas del comercio que garanticen que no se encarezca el producto para el consumidor final y que el agricultor cobre en su justa medida″.
Carlos y su familia también se han visto afectados por la venta a pérdidas. “Si nos cuesta producir las lentejas a 70 céntimos el kilo, nos las quieren comprar a 50, y no hay más opción”. O las tomas o las dejas.
La única garantía de futuro del campo español mengua sin remedio aparente. Sin ellos, no habrá futuro para el sector primario, según la Unión de Uniones y la lógica universal. Los agricultores reclaman más apoyo, menos burocracia y que se respete la cadena de trabajo.
Precios elevados, difícil acceso a tierras y vender por debajo del coste de producción, una combinación que aboca al cierre a muchas explotaciones y que empuja a los jóvenes a dedicarse a otra cosa. En la actualidad, compensa más comer tierra.