Bélgica, el país que persigue a los curas pederastas y repara a las víctimas
Como acaba de ocurrir en Francia, la Iglesia ha investigado a su propia gente, se ha creado una comisión, hay criterios para dar indemnizaciones y hasta actos de perdón.
El vestidito de cristianar se sostiene casi en el aire. Está hecho de cristal, pero más parece de espuma o de coral. Blanco inmaculado, puro, limpio, pero también inquietante, paño rígido sin niño, solitario y mudo. Es una escultura y con ella se recuerda en iglesias y catedrales de Bruselas, Amberes, Brujas y Buizingen, en Bélgica, a los niños abusados sexualmente por religiosos en el país.
Queda mucho por hacer, pero tanto la Iglesia católica belga como los sucesivos Gobiernos han abordado el problema de la pederastia ejercida por obispos, sacerdotes, seminaristas, catequistas, monjes y monjas, un caso realmente insólito que toca recordar en estos días en que Francia comienza a hacer aflorar su propio drama, con la confirmación de al menos 216.000 víctimas de abusos registradas en 50 años.
La jerarquía católica ha investigado y ha abierto oficinas de asistencia, se ha creado una comisión parlamentaria y se ha establecido un protocolo de compensaciones económicas a las víctimas, que ya ha entregado casi cinco millones de euros. Hay hasta un día al año que las recuerda. El contraste con lo que hace -o, mejor, no hace- la Conferencia Episcopal española clama al cielo.
Hasta aquí hemos llegado
Fue en abril de 2010 cuando Bélgica abordó el caso que lo cambiaría todo: el entonces obispo de Brujas, Roger Vangheluwe, fue obligado a dimitir después de haber reconocido que había abusado de uno de sus sobrinos desde que tenía cinco años y hasta los 13. No quería irse del cargo, pero se destapó el abuso sobre otro sobrino más, del que no trascendieron detalles, y tuvo que colgar los hábitos. Era tan poderoso, tan influyente, tan reconocido por los católicos del país, que su caso causó un vendaval.
Las apostasías pasaron de 66 a 1.700 en un año y la Iglesia local decidió emprender un camino sin retorno que incluía una petición de perdón público, una investigación auspiciada por ellos y llevada a cabo por la Universidad Católica de Lovaina y la colaboración plena con las autoridades para dar con los abusadores y ayudar a sus víctimas.
Lo que empezó con un caso concreto se convirtió en sólo cinco meses en un dossier con 476 testimonios de abusos, acoso, persecución y encubrimiento en centros católicos de todo el país. 50 años de horror. La mayoría habían tenido lugar en los años 50 del pasado siglo, con un repunte importante en los 60, para ir descendiendo y prácticamente desaparecer en los 80. Los trabajos, liderados por el profesor Peter Adriaenssens, daban con 320 autores de agresiones. El problema es que la mitad de ellos ya habían fallecido y no podrían afrontar con la justicia de los hombres. Se calcula que apenas una quincena han sido condenados. También había algunas víctimas a las que no se iba a poder resarcir: 13 de ellas se habían suicidado; seis más lo habían intentado.
Toca actuar
En 2011, el Parlamento belga puso en marcha una investigación, a cargo de una comisión cuyo fin era, dicen sus documentos, “transformar la injusticia del pasado en el derecho por un futuro”. También creó un centro de arbitraje, independiente, para recabar denuncias de pederastia. Podían llegar no sólo por esta vía civil, sino por la decena de puntos de contacto, como los llamó la Iglesia, situados en centros religiosos, a los que los afectados podían acudir a contar su caso. Estábamos ya en 2012.
Desde entonces, las personas víctimas de abusos de religiosos podían iniciar dos caminos: el policial y legal, con una denuncia, y el de la compensación, en el caso de abusadores muertos o casos prescritos. En ambos casos, se les provee en estos puntos de asesoramiento legal gratuito. Existe hasta un protocolo establecido por la Administración belga, tras negociaciones con la Iglesia, por el que se establecen distintos niveles de ayudas, que van desde los 5.000 euros para los casos de “atentados al pudor” pero sin violencia hasta los 25.000 euros para los casos de abusos más graves. Es un arbitraje único en Europa.
Tras la puesta en marcha de estas actuaciones, se han contabilizado 1.054 denuncias, 628 ante el centro de arbitraje y 426 ante la Iglesia, según datos del parlamento belga. De las primeras, fueron admitidas y se entregó indemnización en el 80,5% de los casos; en las segundas, el porcentaje llegó al 81,9. En total, 855 víctimas fueron indemnizadas con 4,6 millones de euros, lo que viene a ser unos 5.300 por cabeza, un dinero pagado por una fundación que adelanta los pagos mientras trata de que los culpables hagan el desembolso.
En el proceso también ha habido lugar para el escándalo, de denunciados huidos a tumbas de cardenales abiertas para tomar muestras, pasando por un ordenador particular de otro purpurado tomado por un juez, lo que no gustó nada a Rima y acabó en queja diplomática formal.
El perfil
Bélgica elaboró un informe resumiendo esta experiencia, con el que ha tratado de sistematizar los fríos datos que le llegaban. Abusos sexuales a menores en una relación pastoral en la Iglesia de Bélgica (más de 400 páginas de horror), vio la luz en febrero de 2019, como compilación para enviar al Vaticano de cara a la cumbre de obispos contra la pederastia que impulsó el papa Francisco. El dossier detalla que el 73% de las víctimas belgas tenían entre 10 y 18 años cuando fueron atacadas, y el 19% eran menores de 10 años. El momento en el que más agresiones se producían era hacia los 12 años, y bajaban cuando los menores llegaban a la adolescencia. El 71% de las víctimas eran varones y el 95% de los pedófilos, hombres.
Sobre el lugar de los abusos, el 43% se produjeron en escuelas, y el 28% en parroquias (sobre todo en grupos de catequesis, ensayos de coros, confesiones y hasta misas), pero también se da cuenta de casos en convivencias y retiros espirituales y excursiones. Hay referencias en el texto a la dolorosa cercanía que muchas familias de afectados tenían con los religiosos abusadores, como guía de fe y persona de buena referencia para comunidades enteras.
Recuerdo permanente
Dura es la historia belga con los abusos, por eso no se debe olvidar. De ahí que el 8 de abril se haya declarado día nacional en memoria de las víctimas de abusos sexuales, con especial enfoque en los casos de religiosos, y se han instalado esculturas y placas de recuerdo en diferentes ciudades, como las obras Esse est percipi, “Ser es ser percibido”, las esculturas que lucen dentro de las propias iglesias.
Linda Opdebeeck, presidenta del grupo de Derechos Humanos en la Iglesia (De Werkgroep Mensenrechten en Kerk), agradece los gestos y el interés, aunque asume que no siempre se hace de buena gana, pero la “justicia está por encima”, como ha enfatizado en numerosas declaraciones públicas. Suyos han sido los discursos ante los jerarcas de la Iglesia belga cuando han acudido a los templos a inaugurar esas esculturas blancas que deberían significar esperanza aunque tengan aires de mortaja, y que recuerdan a los fieles que el infierno ha pasado por entre sus feligreses, y aún dura.
“Ha habido un desarrollo positivo en los líderes de la iglesia. Hemos notado una buena evolución. Sin embargo, el dolor permanece”, afirma una mujer que fue abusada a los 13 años por un cura marista que le daba francés en su colegio de Auderghem, y que la mantuvo sometida hasta los 17. “Sigo culpando a los obispos porque ninguno de ellos dio el primer paso y somos nosotros, como víctimas, las que hacemos el trabajo pesado. Al final, sólo reaccionaron en el momento en que tuvieron la espalda contra la pared”, denunció públicamente ante el Parlamento.
“Al daño de cualquier acoso se suma el de que te lo infringía una persona que, además, te estaba traicionando, porque confiabas en su compromiso con la fe y con Dios y la Iglesia. Aún tenemos que gritar que nos duele y no renunciar a ese derecho hasta que los culpables paguen y los que sufrieron sean escuchados y compensados”, indica.
El cardenal Jozef de Kesel ha sido uno de los que han tenido que ver a Opdebeeck, firme, y decirle a los ojos: “Hubo silencio. Hubo encubrimiento. Pero el silencio se ha roto. Nos enfrentamos a hechos innegables. Las víctimas han hablado y por eso quiero darles las gracias a ellos y a quienes les ayudaron con esto, que estaban claramente más alerta que nosotros”. Eso afirmó en 2017, cuando el vestido de bautismo se instaló en la basílica de Koekelberg, en Bruselas.
Un acto, como los previos, en los que se entonó una oración nueva, devastadora: “El que hiere a un niño lo carga con la carga más pesada que jamás haya existido / Nunca permitas que pisoteen a un niño en la tierra / que se apague la luz de su alma, que nunca se deshonre su cuerpo (...). Bendice, señor, la vida de aquellos que eran frágiles, insignificantes y fueron quebrantados / Si Tú no nos haces florecer nuevamente, ¿quién lo hará?”.
¿Se oirá algo así, alguna vez, en las iglesias españolas?