Entre mascarillas y hambre: así es un día en el Banco de Alimentos en plena segunda ola
Más de un millón y medio de personas reciben alimentos en toda España. "Y la situación va a ir a peor", advierten sus responsables.
Seis de la mañana del viernes. En el interior del viejo colegio San Fernando en el barrio de El Goloso, Madrid, a nadie le importa si se puede salir de puente o no. Los voluntarios del Banco de Alimentos bastante tienen con organizarse para cargar una hilera de camiones con miles de kilos de alimentos que servirán de sustento a miles de personas. La escena se repite, día tras día, y centro tras centro, por todo el país. Así, hasta ayudar a más de un millón y medio de ciudadanos superados por los embates del virus. La segunda ola de la pandemia no solo deja un repunte de contagios; el hambre y la necesidad también se han disparado.
“Esperábamos esa segunda ola en diciembre y ha llegado en septiembre”, se resigna Ángel Franco, portavoz de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL). Reconoce que las cifras le asustan: “Actualmente atendemos a millón y medio de usuarios en toda España cuando antes de la pandemia teníamos poco más de un millón. La previsión es ir a peor, hasta nuestro peor registro, en 2013 y 2014, cuando a consecuencia de la crisis económica llegamos a hacernos cargo de 1,7 millones”.
Al igual que ocurre con los datos epidemiológicos, cuando se habla de hambre el virus ha herido a toda España, pero Madrid y Barcelona son los puntos críticos. Solo en la región madrileña el número de atenciones ha subido “un 40%”, confiesa Mila Benito, directora de comunicación del Banco de Alimentos de Madrid.
“Aquí pasamos de golpe de 150.000 a casi 200.000 personas”. No hay edad que se libre: jóvenes, adultos, ancianos, pero sobresale un detalle que impresiona más si cabe: “De esos casi 200.000, 33.000 son niños”. “Y la curva no solo no ha bajado sino que en este pico actual hay unas 5.000 solicitudes más que en marzo-abril”, analiza.
Se colapsan los centros de ayuda para hacerse cargo de tanta demanda. Entre ellos está la Asociación MIRA, en el distrito de Vallecas, uno de los ‘puntos negros’ del virus en toda España. Se encargan, en la actualidad, de atender a 400 familias, unas 1.200 personas “y esto va a ir a peor, tememos subir a 500 familias, porque cuando acaben los ERTE, por ejemplo, se dispararán las necesidades”, explican.
Dos de sus representantes son Sandy y Eydi, que llevan años de voluntarias y han querido acompañar a El HuffPost en su visita a la institución benéfica. A ambas se les intuye de inmediato una sonrisa debajo de la mascarilla cuando hablan de por qué participan en estas labores. “Ayudar a los demás es muy gratificante; la alegría de un niño que hoy va a comerse un yogur, el gesto de cariño de una familia... Eso llena”.
Pero su espíritu positivo no evita que cambien el gesto cuando vislumbran la fotografía que está dejando esta segunda ola. Por un lado, el agravamiento de quien ya sufre la crisis, lo que Sandy define como “la trampa de la pobreza, de la que salir es muy difícil”.
Y, por otro, añade Eydi, “cierta inmunización ante los efectos sociales del virus”. “La sociedad se está acostumbrando a ver noticias del covid y, más allá del empeoramiento económico, se nota en que las donaciones han bajado mucho tras el pico muy fuerte en marzo-abril”.
“La situación es tal, que hemos llegado a atender a personas que nos han confesado ‘soy positivo en coronavirus ahora mismo, pero no tengo a nadie que pueda coger la comida por mí’. ¿Cómo actuar? “Organizamos de inmediato un protocolo especial de seguridad, separando su entrega del resto de usuarios. Asusta, pero entiendo su situación. Si están solos, qué pueden hacer”, se preguntan, casi a coro las dos.
Son las historias extremas de una crisis económica que está dejando un paisaje novedoso, la aparición en los centros de beneficencia de perfiles hasta ahora desconocidos. “Muchos autónomos que ya no ingresan, la gravedad de la economía sumergida, que la crisis ha hecho aflorar como un problema estructural (vendedores ambulantes, empleadas de hogar...) y especialmente, familias monoparentales; hemos notado un fuerte incremento de este grupo en nuestra red. Esta crisis no afecta solo a los que se llaman “pobres” en situación extrema, aunque sea un término que no me gusta”, reflexiona Mila Benito.
La urgencia del hambre y el abuso del sistema
La acuciante necesidad ha dado pie a fallos en el sistema de ayuda, especialmente “por parte de asociaciones que con buena voluntad, pero sin conocimiento, se pusieron a repartir comida por su cuenta”, confiesa Ángel Franco, portavoz de FESBAL. “En condiciones normales se hace un estudio del solicitante sobre su unidad familiar, situación laboral... El apuro por responder con celeridad ha imposibilitado en ocasiones esa comprobación, sobre todo cuando asociaciones que nunca habían trabajado en esto quisieron ayudar por su cuenta. Donar sin saber cómo ni a quién ha generado cierto abuso del sistema”.
La figura del “visitador” juega un papel crucial en esta tarea de control. Juan Mirabet es uno de ellos. Su labor consiste en “conocer cómo realiza el reparto la institución; que sea siempre gratuito, sin pedir siquiera donativos, y que nunca haya la más mínima discriminación”. No son meros detalles. “No, son principios marcados a fuego en el Banco. De hecho, hacemos algunas visitas sorpresas para comprobar cómo trabajan las oenegés con las que colaboramos. Y, en muy contadas ocasiones, nos hemos llevado alguna sorpresa negativa de la que hemos tomado nota para dejar de trabajar con ellas”.
“Algunos vecinos nos han dicho eso de ‘aquí cogen comida y luego la tiran o la revenden’. Esa reventa de comida de gente que cogía de varias partes ha existido, pero ha sido mínima. El problema de esos casos es el ruido bestial, y con razón, que provocan. Contando cerca de 200.000 personas bajo ayuda, podemos hablar de 1 o 2 casos. Es un milagro cómo funciona el Banco, aunque ha sido imposible asegurar que nadie engañó en plena emergencia sanitaria. Ahora, con nuestro sistema más estabilizado ejercemos una vigilancia mayor”, confiesa Juan.
“Está muy medido quién y cómo necesita la ayuda; en el Banco de Alimentos hay un control estricto con nuestra red de visitadores”, explica Mila Benito, un trabajo que va más allá de estudiar a los solicitantes: “Hay que coordinarse con el Ayuntamiento y la Comunidad para evitar duplicidades”. Recuerda que “en verano surgieron asociaciones que recogían y entregaban comida; a muchas les ayudamos porque era una situación de suma emergencia, pero ahora volvemos a la normalidad para evitar que haya mal uso de esos alimentos”.
Necesidades especiales
Los almacenes del banco están poblados de palés con alimentos no perecederos. Igualmente se pueden ver ingentes cantidades de frutas y verduras que salen de inmediato por su rápida caducidad. Pero el artículo más demandado es la leche. “Hay una petición tremenda de leche en general y también de productos para lactantes”, detalla Benito. “Leche, pañales... Es que son productos muy caros y hay tanta gente que no puede afrontarlos...”, añaden desde la Asociación MIRA.
La portavoz regional observa con preocupación el futuro a nivel logístico: “Antes de la pandemia entregábamos 1,7 millones de kilos por mes; ahora damos 2,2. Necesitamos tener un fondo de dos meses para no romper el stock y el problema es que las donaciones van bajando. De momento provisiones no faltan, entre aportaciones de fondos europeos y nacionales, públicos y privados, pero tener alimentos para dos meses no te garantiza tener para un tercer mes si no aseguras la reposición de suministros”.
Ese escenario se ve lejano aún, pese a que la evolución de la pandemia planea constantemente sobre los voluntarios del Banco de Alimentos y sus 7.000 entidades colaboradoras. Pero no hay tiempo para el lamento: pasadas las 10 de la mañana los camiones de reparto ya se dirigen a sus puntos de destino, mientras en las instalaciones del colegio San Fernando se apilan los palés vacíos. Queda mucho trabajo por hacer.