Baltasar Lobo: esculturas de libertad
Su vida y milagros podrían haber sido esculpidos en yeso, bronce y mármol de silencio por un demiurgo republicano. Nacido en Cerecinos de Campos (Zamora), Baltasar Lobo (1910-1993) acumuló mucha obra de taller y fue escultor de acracias, dinamitero de estereotipos y canteras y restituidor de esencias ancestrales. No conoció autoridad, salvo la de la naturaleza, la mitología animalesca y la redondez femenina. Porque Lobo depuró en su castellanía a la mujer en su máxima desnudez estética y simbólica.
"Solo le interesaba el torso", nos explica la directora del Museo Nacional de Escultura y comisaria de la muestra, María Bolaños. Sus Ledas y faunesas se entretejen en este espectacular montaje con las reproducciones de esculturas griegas y del Partenón que duermen habitualmente en la Casa del Sol. Fue Bolaños la que desmontó el taller del maestro en París tras su muerte y cuidó en el año 2000 de que el legado de este vanguardista del primitivismo llegase en buen estado hasta el Ayuntamiento de Zamora. "Fue –asegura la investigadora e historiadora del arte– un moderno entre los antiguos en un momento en que la escultura había entrado en un proceso de enorme decadencia".
Entonces Lobo recuperó la talla directa, que había ido desapareciendo frente al avance de lo mecánico y de la técnica de puntos. "Con la talla el artista ha de tener la imagen en la mente", explica Bolaños al descubrirnos a Lobo como un neoplatónico puro. Porque el platonismo es esa ideología zigzagueante que une a los hombres y les ayuda a salvar los obstáculos, como a este tránsfuga genial y rebelde que cruzó los Pirineos lejos de los "vencedores" en busca de la libertad. El nombre del zamorano era un nombre que sonaba en aquella Castilla a anarquismo clandestino, a ilustrador gráfico de revista libertaria –como Mujeres libres, fundada por su novia– y a miliciano de la cultura, que eran los que en la guerra (in)civil enseñaban a leer y escribir a los combatientes.
Junto a su compañera Mercedes Comaposada, que creó la Asociación de Mujeres Libres, emprendió el camino del exilio y su obra escultórica en el periodo que va de 1936 a 1939 se perdió en el asedio a Madrid. Aunque querían irse a vivir a México, fueron retenidos en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer y, después de escapar, acabaron en París, donde Lobo conoció el círculo de Montparnasse: Constantin Brancusi, Henry Moore, Jean Arp y Pablo Picasso, su enlace... El genio malagueño le presentó al escultor cubista Henri Laurens, que se convirtió en su maestro. Y al acabar la II Guerra Mundial Lobo y Mercedes celebraron el fin de la contienda junto a Bonnard, Modigliani, Matisse, Braque o Léger en aquellas triunfales y exultantes exposiciones que le dieron la alternativa a la fría posguerra europea, como el Salón de Mayo antinazi en 1945 organizado por poetas, pintores, escultores, fotógrafos y periodistas. Después, dio a conocer su obra en Suecia, Noruega, Bélgica, Alemania, Japón, Suiza o Venezuela, y al entrar en la década de los años cincuenta empezó a sentirse atraído por el tema de la maternidad.
Figure d'un homme (1952), Femme assise (1952) o Figure allongée hablan de lo inacabado, lo "non finito" al estilo de Miguel Ángel. Porque Lobo sentó a que conversaran de nuevo el Mediterráneo con los clásicos olvidados de una manera más abstracta, más elemental, más sensual en definitiva. Hacia 1957 Lobo elige el camino de la abstracción depurada de Constantin Brâncusi, Jean Arp y Barbara Hepworth, que se manifiesta en su serie de "Contemplativas", torsos y cabezas femeninas –Cabeza de gitana o Selene–. Y después Lobo, huyendo siempre de lo normalizado, lo subordinado, lo sometido, siguió vendiendo su obra a particulares y galeristas. Amó España, pero no vio la ocasión de regresar, a diferencia de su amigo Jorge Semprún, brillante afrancesado y republicano clandestino que obtuvo en un acto de birlibirloque un pasaporte oficial del Ministerio de Gobernación de Franco, instituciones que Lobo no entendía. Porque a él no le interesaban los tapices de la clandestinidad, el Partido Comunista ni el combate contra el Régimen, sino los flecos del arte puro en el exilio.
Con todo, aprovechando las piezas seleccionadas de una muestra de Lobo celebrada en Venezuela que regresaba a Europa, el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid le dedicó una exposición en 1960, tal era la presencia de su obra en el escenario escultórico internacional. Pero a él le interesaba más el cincel que el oropel, actitud que aprovechó un galerista venezolano, Freites, para cambiarle a Lobo el taller de fundición de París por otro de Verona, interesado y sospechoso movimiento del marchante que nadie comprende todavía. El pragmatismo y la prosa del negociante, ese conocido y necesario enemigo del genio, nunca se ha llevado del todo bien con el creador. Los agentes de comercio secularizan el mundo de las ideas porque lo tienen que vender. Y es que el artista ha de de comer y de ahí el pesimismo, el malentendido, la pesadumbre...
En la década de los años setenta, tras su viaje a Grecia en 1977, reanuda su pasión por los mitos griegos y proliferaron sus diosas-cisne, centauresas y minotauros repensados. Ya en la etapa final de su carrera su obra se centró en dos temas principales: el sueño y el vuelo. María Bolaños es rotunda: "Vivió siempre en la misma casa, llevó siempre la misma gabardina, quiso siempre a la misma mujer y, en el fondo, esculpió siempre el mismo desnudo". La ironía del destino hizo que el hombre que esculpió la maternidad hasta la obsesión nunca tuviera hijos. El artista que se exilió para revelarnos lo que el cuerpo de la mujer tiene de lujo y exceso fecundo cuajó en las materias elementales su vocación por la vida misma: "Su ansia de humanidad fue una constante". Pensamiento figurativo en estado puro el del rebelde español emparentado estéticamente con Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Cocteau, Marinetti... padres espirituales del cubismo, el ultraísmo y el creacionismo.
De esas convicciones éticas que le impidieron regresar a España y del diálogo con la Antigüedad clásica habla esta exposición: de un artista que tenía tanto que expresar que lo atomizó y elevó a las alturas del canon de las artes plásticas. Como hicieron Henry Moore o Picasso, amantes también del capricho bruto e irracional de hombres mitológicos, determinados por el exceso plástico porque les aburría la monotonía del oficialismo artístico. Fueron la de Lobo y el grupo de París una raza de semidioses que modelaron en yeso y bronce el erotismo que nos salva y lo convirtieron en idea material, que es como lograr la cuadratura del círculo. Y entonces uno camina por entre los cuerpos y apolos de la Casa del Sol y siente que los héroes que preconizan Homero y Sófocles tienen el mismo corazón que los seres ibéricos. Y creemos ver en un rincón, cerca de la Mujer incorporándose, a una centauresa casi oblonga y políticamente incorrecta que se despereza en un movimiento detenido y sensual. Que es tanto como volver al libérrimo y ácrata nacimiento del mundo.