Auge del nacionalismo sanitario, fases de desescalada y cuñado epidemiólogo
2020 ha sido de todas formas un año que, a falta de otras cosas, al final se ha dejado claro que lo importante es opinar, aunque no se sea experto
La pandemia sigue, amaina en ciertos lugares y en otros muchos sigue creciendo sin nadie que la pare.
Al vivir en mi caso en otro país y seguir las noticias de España y Reino Unido a la vez, junto a las conversaciones con familia en un sitio y trabajo y amigos en otro, vemos como hay maneras muy distintas de convivir con el protagonista de 2020, el coronavirus.
La semana pasada en el grupo de Whatsapp familiar enviaban horrorizados una foto de la vallisoletana calle Santiago llena de transeúntes, y horas después iban apareciendo en la prensa nacional más fotos con la misma tónica en Madrid, Málaga, el norte, el sur, el este y el oeste.
En redes sociales la gente venía a decir: “¿cómo no vamos a estar como estamos con toda esta gente comportándose como si nada?”.
En Reino Unido ayer se abrió otra vez toda la maquinaria de las tiendas, las familias mezclándose y la mayoría del país estará en fase de nivel 3 hasta probablemente el 16 de diciembre, a tiempo, que casualidad, para las festividades y con tiendas como Primark amenazando con abrir las 24 horas del día.
Todo genial si no fuera porque aquí, a diferencia de España, no hay atisbo de mejora y las cifras de Reino Unido, que hace dos o tres semanas eran parejas a las de España, ahora doblan las de nuestro país con 648 muertos anunciados el día de cambio del supuesto lockdown (encierro) al nivel 3.
Lo importante es la Navidad, y que sea todo lo más parecido a las navidades pasadas y claro si las cifras no llegan a comentarse en las noticias, o se pasa a pies juntillas, pues parece que no pasa nada.
“¿Como podemos revertir la situación?”, pensaría el rubio de 10 Downing Street, y se le ocurrió la idea más maravillosa… ahora que no dependemos de esa malvada Agencia Farmacéutica de la Unión Europea, vamos a ser los primeros en probar las vacunas de Pfizer en el mundo… así, a golpe en la mesa con el puño neoliberal, al que no le atan esas estúpidas reglas e impedimentos de los europeos.
Dicho y hecho. La semana que viene, anunciado a bombo y platillo, empezamos a vacunar a todo el mundo.
Esta frase que, parece salida de un capítulo de Little Britain, la dijo sin ruborizarse el ministro de Educación, Gavin Williamson, en la cadena de radio LBC el jueves 3 de diciembre.
Más de 600 muertos diarios y cerca de 15.000 nuevos infectados, pero no se habla más que de la vacuna.
En el maravilloso mundo de reuniones telemáticas, ayer en nuestro grupo de amigos preguntábamos a uno de nuestros médicos en el grupo por los planes para lanzar la vacunación la semana que viene… hubo silencio, pero no por confidencialidad, sino por falta de planes comunicados a los profesionales de la sanidad. Me imagino que se enterarán por la prensa.
Y esta es la primera batalla ganada por Reino Unido en plena negociación final (¡ya sí que sí!) de las condiciones de salida de la Unión Europea. El nacionalismo sanitario ha llegado, y como nos veamos envueltos en más pandemias, tendremos una escalada en ver quién compra primero, quién vacuna primero y quién, esperemos que no, dentro de unos años, ha de explicar primero posibles efectos negativos de alguna vacuna… pero ya que no ganamos mundiales de fútbol, pues pongamos vacunas los primeros.
Londres, la capital del imperio, probablemente la capital del universo para Gavin Williamson (ya sabemos que es fan de la hipérbole), comenzó en la nueva época tras el encierro en nivel 2... y no, no porque tuviera mejores números que el resto del país.
Mientras que el resto del país, casi en su totalidad, comienza en el nivel de protección más alto, pues a Boris y amigos les parece que a la capital hay que tratarla de forma diferente.
La capital de Reino Unido es como la de España, oigan. Diferentes reglas, o los que mandan le permiten diferentes condiciones por ser la capital. Los bares ya podrán abrir si sirven comida. Y tendremos a John, Will y Ian sentados en la mesa del pub bebiendo sus pintas durante cuatro horas mientras comparten una ración de patatas fritas. Hecha la ley, hecha la trampa.
Se supone que esta aplicación irregular de las medidas en Reino Unido es para favorecer que Londres pueda tener una campaña navideña lo más normal posible y puedan pasarla a fase 1 tan pronto como puedan.
Volviendo a España, ya tenemos las regiones decidiendo que número de personas de la misma familia se pueden reunir en las fiestas y poco a poco se va incrementando. Pero vamos, duda no me cabe de que habrá unas cuantas familias que reúnan a sus 56 miembros, ya que la reglas no son para ellos.
2020 ha sido de todas formas un año que, a falta de otras cosas, al final se ha dejado claro que lo importante es opinar, aunque no se sea experto. ¡Horas en casa encerrado, con un Twitter o Facebook que te gritan que opines! ¿Qué es eso de ver cómo todo el mundo opina y yo quedarme quieto sin hacer saber al resto de la humanidad lo que yo pienso (o simplemente escribo sin pensar)?
Y este sentimiento, si lo extrapolas a las fiestas navideñas, nos deja con una estampa maravillosa en la que nuestros cuñados llegarán a esa cena cargados de lo que han leído en redes sociales y su nuevo titulo oficial de la Universidad de Aravaca en Epidemiología.