Así viví la explosión de Beirut a 2 kilómetros del epicentro y esta es la situación ahora
La onda expansiva que surgió desde el puerto, a dos kilómetros de distancia, nos golpeó. La puerta del cristal de nuestro balcón estalló en mil pedazos y, si sobrevivimos, fue de milagro.
Estábamos convencidos de que era un terremoto.
Estaba tomándome un café en casa con mi esposa y mi hija de cuatro años y sentimos como si un gigante agarrara nuestro edificio con las manos y lo empezara a sacudir.
Un segundo después, la onda expansiva que surgió desde el puerto, a dos kilómetros de distancia, nos golpeó. La puerta del cristal de nuestro balcón estalló en mil pedazos. Si sobrevivimos, fue de milagro, porque la cortina bloqueó la metralla.
Mi reacción inicial fue una confusión absoluta. Comprobé que mi hija estaba bien y levanté a mi mujer del suelo, que había aterrizado a tres metros de distancia. Estaba dolorida, pero, por suerte, no era nada grave. Fuimos conscientes al instante que podía haber sido mucho peor.
Nos refugiamos en otra parte de la casa, lejos de las ventanas. Mi hija no dejaba de llorar, traumatizada como estaba e incapaz de comprender lo que acababa de ocurrir, pero logramos recomponernos pasados unos minutos. Cuando todo parecía hacerse calmado un poco, me atreví a asomarme afuera para ver qué había ocurrido. Todo estaba destrozado: puertas y ventanas en pedazos y cristales por todas partes. Le di agua a mi hija, mi mujer se lavó la cara y empezamos a limpiar los cristales del suelo.
La explosión en el puerto de Beirut ha sido portada en todo el mundo, pero para los libaneses es una tragedia más que añadir a estos últimos y horribles años.
La economía del país ha empeorado tanto que está en su peor momento desde nuestra independencia en 1943. El pasado mes de octubre, miles de ciudadanos tomaron las calles para protestar por la situación económica. En la organización benéfica Islamic Relief, donde trabajo como director nacional, nos vimos obligados a dejar de lado nuestra estrategia de ayuda a largo plazo para centrarnos en las necesidades más inmediatas, sobre todo la alimentación. Luego llegó la pandemia de coronavirus y agravó aún más la crisis. Los casos se han disparado en las últimas semanas.
Esta crisis ha arrastrado a casi la mitad de la población –muchos de ellos refugiados sirios y palestinos– bajo el umbral de la pobreza y disparado la tasa de desempleo hasta el 35%. Tras anunciar el Líbano a comienzos de 2020 que no podían pagar su deuda por primera vez en su historia, ahora incluso a las familias de clase media les cuesta llevar un plato a la mesa. Durante casi un año, a todo el mundo le ha rondado una preocupación por la mente: ¿voy a comer mañana?
La explosión de 2750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto de Beirut ha provocado una catástrofe humanitaria con al menos 150 fallecidos, 60 desaparecidos y 6000 heridos. Un hospital entero quedó destruido y los que aún quedan en pie están desbordados por la pandemia. Por si fuera poco, la escasez de alimentos va a acrecentarse en todo el Líbano, en un país que ya estaba pasando hambre.
Alrededor del 80% de los alimentos del país llegan a través del puerto de Beirut, que ha quedado devastado. La explosión destruyó también una enorme unidad de almacenamiento que guardaba la mayor parte de grano del país.
Buena parte de la población libanesa está compuesta por refugiados, y la tensión social lleva años en aumento, especialmente con la crisis económica. Ahora, me preocupa que esa tensión acabe estallando.
En mitad de esta catástrofe, los libeneses resistimos. Estamos acostumbrados a las adversidades. Por inconmensurable que sea este nuevo desafío, nos uniremos para superarlo juntos.
Nuestros trabajadores de Relief, que por fortuna están a salvo, repartirán agua y comida a las personas que han perdido su hogar. En unos pocos días, también empezaremos a ayudar a limpiar las calles de las secuelas de la explosión contratando a personas que han perdido su trabajo. A largo plazo, seguiremos repartiendo paquetes de comida para que este país, que lleva demasiado tiempo viviendo de rodillas, no se acabe derrumbando.
Nidal Ali es el director nacional de la organización benéfica Islamic Relief, que lleva desde 2006 en el Líbano ayudando a refugiados y a otras personas que viven en la pobreza.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.