Así es como triunfa un movimiento de resistencia
Uno de los aspectos clave de la democracia es la participación y el debate, incluido el desacuerdo. Para que sobreviva un sistema democrático saludable, deben escucharse un diverso rango de opiniones. Estar fuera de la opinión popular es tan importante como estar dentro de ella. Pero, ¿cuál es el papel de la oposición y cómo puede garantizar que sus ideas no sólo se escuchan, sino que se llevan a cabo?
En muchos casos, la oposición toma las calles. El derecho a la reunión pacífica es uno de los derechos más importantes que tiene el pueblo estadounidense. Pero una simple asamblea de individuos que piensan igual no es suficiente para obligar al partido en el poder a actuar, independientemente de los miles o millones de personas que acudan. La oposición necesita ir más allá de las manifestaciones.
Craig Calhoun, científico social de renombre y presidente del Instituto Berggruen, describe el origen decimonónico del término "movimiento social" como "la movilización popular que atrajo atención y posibles soluciones a la cuestión social". La "cuestión social" era cómo se podía abordar la desigualdad y la pobreza. Hoy, en el siglo XXI, seguimos haciéndonos esta pregunta y empleamos tácticas similares para alcanzar el mismo fin.
¿Cómo puede un movimiento atraer tanto atención como soluciones? Para que un movimiento de la oposición triunfe y sea sostenible, debe tener cuatro componentes críticos: un discurso, un plan, liderazgo y organización. Sin estos ingredientes en su núcleo, el movimiento pierde energía, credibilidad y, en el peor de los casos, lleva al caos. El caos es el mayor regalo para los partidos en el poder, especialmente para los dictadores, porque se convierte en una invitación abierta para explotar el pandemonio con la promesa de traer orden y estabilidad. Normalmente, este "orden y estabilidad" llega a costa de la libertad y el progreso social.
La ola revolucionaria de protestas en todo el mundo árabe en 2010, conocida como la Primavera Árabe, sufrió un destino similar. Los líderes de varias de estas revueltas propusieron un gobierno democrático constitucional como su principal objetivo, pero Túnez fue el único país donde se consiguió. En Egipto, la oposición nunca desarrolló un plan sobre lo que debería ocurrir una vez que se cumplieran sus exigencias. La oposición también sufrió de una ausencia de liderazgo.
La Revolución Francesa de finales del siglo XVIII es un buen ejemplo. Influida por los principios "ilustrados" de esa era, la Revolución Francesa encapsuló un potente discurso de derechos individuales y de igualdad. Pero el fervor apasionado del pueblo se sumió rápidamente en el Terror. La idea de una Constitución operativa se convirtió en un imposible. Carecían de Estado de derecho. Las divisiones ideológicas desgarraron el movimiento y destruyeron la oportunidad de impulsar una clara visión para el futuro.
El Terror se convirtió en la única fuente de orden. Como líder de los Jacobinos, Maximilien Robespierre afirmó en un discurso: "El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible". Por supuesto, Robespierre fue luego guillotinado sin juicio, destruido por la revolución que él había contribuido a crear. Tuvo que llegar Napoleón, con su fuerte liderazgo y carisma, para poner fin al caos, a costa de los ideales democráticos con los que el movimiento había comenzado.
En una entrevista con The WorldPost, el activista egipcio Wael Ghonim describió los peligros de un movimiento sin liderazgo: "En vez de tener una visión de futuro con la que estábamos de acuerdo, llegamos a un callejón sin salida de consecuencias involuntarias por culpa de unas decisiones espontáneas y reactivas". Por consiguiente, el experimento democrático de corta vida en Egipto acabó en golpe militar, detenciones en masa, una represión brutal sobre los simpatizantes del gobierno anterior y un impasse político. Otros países como Siria y Libia, cuyas revueltas contenían las mismas deficiencias que las de Egipto, acabaron en un caos aún mayor.
Pese a estar arraigada en una profunda tradición democrática con una antigua y estable Constitución, los movimientos de la oposición en Estados Unidos también son vulnerables a problemas similares. Las protestas de Occupy Wall Street surgieron de los efectos colaterales de la crisis financiera de 2008 y fueron en parte una condena a la desigualdad y a la avaricia empresarial. Pero el discurso no logró evolucionar en un plan, y creó desorganización desde dentro.
Sin un liderazgo fuerte e inspirador, no hubo manera de reunir el movimiento en torno a soluciones específicas. "El problema con el movimiento", escribe el columnista del New York Times Andrew Ross Sorkin tras visitar las protestas en el parque Zuccotti, "era que su misión siempre fue intencionadamente vaga. Era deliberadamente anárquico". Aunque algunos alaban a los manifestantes por crear un diálogo nacional sobre la desigualdad, las protestas no lograron transformar la atención de los medios y la inercia en un cambio sistémico.
¿Qué movimientos funcionaron? El movimiento americano por los derechos humanos de los años 60 fue el movimiento que definió una generación. Su potente discurso, nacido de la herencia de la esclavitud y de generaciones de opresión, proclamó que todos los hombres, independientemente de su color de piel, son creados iguales. Este discurso idealista evolucionó en planes de acción que llevaron al objetivo final de combatir la segregación racial y de aprobar leyes federales que protegían a los afroamericanos de la discriminación.
Las campañas del movimiento de la resistencia civil no violenta -boicots, sentadas y marchas- fueron efectivas porque estaban muy bien organizadas y sus objetivos se entendían ampliamente. El movimiento también tuvo la suerte de contar con un grupo de líderes únicos. Uno de los iconos de esa época, Martin Luther King Jr., impulsó ideas y palabras que inspiraron a millones de personas y todavía resuenan hoy. Cuando reunieron un discurso, un plan, una organización y un liderazgo, el resultado fue profundo: la legislación cambió el gobierno y las ideas transformaron al país para siempre.
Sin embargo, el impacto de un movimiento no implica un resultado beneficioso para la sociedad, tal y como evidenciaron los horrores de las revoluciones soviética y china. En ambos casos, las revoluciones que se apoderaron de los dos mayores países del mundo en tamaño y población, respectivamente, empezaron con un simple pero potente discurso: unir a los trabajadores y unir a los campesinos. Dos líderes con ideología pero sin piedad -Lenin y Mao- generaron un entusiasmo contagioso. Se beneficiaron de una estructura jerárquica muy organizada que fomentaba la obediencia y la disciplina.
Estas historias tienen más en común de lo que pueda parecer a simple vista. Las soluciones duraderas a los problemas sociales sólo se pueden llevar a cabo cuando un discurso potente y un plan concreto surgen de un movimiento bien organizado que tiene líderes populares y carismáticos. Estos ingredientes se pueden encontrar prácticamente en todos los movimientos que han tenido éxito en la historia de la humanidad. Sin ellos, el resultado de un movimiento es incierto, y seguro que no será el que pretendía lograr el propio movimiento.
Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano