Anna Ancher y la dignidad del trabajo doméstico
La artista danesa pintó todos los trabajos domésticos realizados por jóvenes, madres y abuelas de su entorno. Las convirtió en protagonistas absolutas de sus obras.
La pintora danesa Anna Ancher no tiene una biografía deslumbrante. Su vida transcurrió sin grandes tragedias y, pese a ello, sus obras siempre han gozado de prestigio. Este comentario está basado en el hecho de que durante siglos el descubrimiento de la producción artística de muchas mujeres se derivaba del interés que provocaban sus biografías.
Una vida digna de una fantasía novelesca siempre es apetecible, especialmente si la protagonista es una mujer agraviada. Este son los casos de Artemisia Gentileschi, que fue violada por su maestro, el pintor Agostino Tassi; de Camille Claudel y Ángeles Santos, ambas internadas en centros psiquiátricos, y de Margaret Keane, desposeída de la autoría de sus obras por parte de su marido, por citar solo a algunas de ellas.
En 1880, Anna se casó con el pintor Michael Ancher y, aunque la cultura imperante dictaba que las casadas debían dedicarse a las tareas domésticas, no fue su caso. La pareja vivía en una colonia de artistas, en una época y un lugar que no eran precisamente modelos de igualdad entre géneros. Anna no estaba dispuesta a hacer lo que le dictaba la sociedad. Su idea fue pintar esas tareas que le habían sido designadas por su condición de mujer y así lo hizo. Pintó todos los trabajos domésticos realizados por jóvenes, madres y abuelas que estaban en su entorno. Las convirtió en protagonistas absolutas de sus obras.
En esas pinturas, Anna enalteció el trabajo en el hogar y en ellas se pueden encontrar mujeres que cosen, que cocinan, que cuidan, que leen, que nutren, que enseñan… Siempre acompañadas de maravillosos estudios de luz que convierten los espacios en escenas brillantes e íntimas que muestran la vida, tamizada por el filtro de los ojos de esta maravillosa artista.
Pasado ya el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, antes llamado Día de la Mujer Trabajadora, conviene recordar algo obvio. La mujer trabajadora no es solo la que realiza un trabajo remunerado.
Durante siglos y siglos se ha despreciado el trabajo doméstico, ese que hace que nuestra calidad de vida dependa del tiempo que se le dedique. Esa es la labor que se ha adjudicado directamente a las mujeres de la familia que han sido, y en gran parte siguen siendo, las responsables máximas de la limpieza, la alimentación y el orden en los espacios familiares. Todo ello con dedicación plena. Como todo el mundo sabe, sin restricción de horarios, es decir, durante las 24 horas del día y, además, sin remuneración, ni independencia económica, pese a ser conocidas como amas de casa.
Dentro de los empleos remunerados se encuentra el sector limpieza, que es precisamente uno de los que tienen menor retribución salarial, pese a ser considerado esencial, como es sabido. La crisis sanitaria se ha cebado de manera especial en aquellas mujeres que realizan su actividad en ese sector y en el de los cuidados. Las oficinas físicas han cedido su terreno a las virtuales con el teletrabajo. También han proliferado las mujeres —siempre mujeres— que han accedido a jubilaciones anticipadas. La crisis económica que ha conllevado la pandemia ha afectado directamente a las empleadas de hogar, siendo otro caso bien conocido el de las camareras de hotel.
Por la dignidad que Anna Ancher imprime en las tareas domésticas, por su enorme calidad y por su sensibilidad social, está considerada como una de las más brillantes pintoras danesas. Así se reconoció cuando fue galardonada con la medalla de Ingenio y de Arte en 1913 y el Tagea Brandt Rejselegat en 1924, el premio que reconoce a las mujeres que han realizado una contribución significativa en la ciencia, la literatura o el arte en Dinamarca. Ancher fue la primera en recibir este galardón.
Sirvan las representaciones de esta gran pintora como un homenaje a todas aquella mujeres que hacen, gracias a su trabajo, un mundo mejor.