Al Brexit se le atraganta el pollo
Las aves cloradas se convierten en el último obstáculo en las negociaciones para un futuro acuerdo comercial entre Reino Unido, la Unión Europea y Estados Unidos.
Desde que arrancaran las negociaciones entre Londres y Bruselas para materializar su divorcio han sido muchos los temas traídos a la mesa que ha costado digerir, pero hay uno que directamente se atraganta: el pollo clorado.
La técnica -que consiste en bañar al ave después de muerto en una solución de agua clorada para acabar con bacterias causantes de enfermedades- es uno de los últimos eslabones para llegar a acuerdos comerciales entre el ‘triángulo amoroso’ formado por Reino Unido, la UE y el futuro socio británico: Estados Unidos.
Lo cierto es que el tema lleva años enfrentando a las potencias de ambos lados del Atlántico. Por un lado, EEUU, uno de los grandes exportadores mundiales de carne avícola, asegura que la solución es inofensiva para el consumo humano. Mientras que para las autoridades europeas, este procedimiento impide que se implementen otras medidas de higiene y salubridad tanto en granjas como mataderos, motivo por el cual su importación y comercialización está prohibida dentro de la Unión.
Ahora, el asunto afecta directamente a Reino Unido, que busca por un lado conseguir un acuerdo comercial con EEUU tras el Brexit y por otro continúa su negociación con los 27.
“La reapertura de este acuerdo sería incompatible con futuras relaciones”, recalcaba recientemente el negociador de la UE, Michel Barnier, tras acusar al Gobierno de Johnson de querer reabrir la cuestión -resucitada estos días en el Parlamento británico- “en el peor momento y a pesar de lo poco acordado en materia de alimentación”.
Ley a debate
Las últimas semanas, Westminster ha reavivado el debate con la tramitación de la Ley de Agricultura -la mayor reforma prevista del sector agrícola desde 1945 en el país- y que trae de cabeza a agricultores y ganaderos que ven en Trump su gran amenaza.
Hace apenas un mes, los diputados británicos rechazaron una enmienda al proyecto de Ley, que busca proteger a los granjeros nacionales de futuras importaciones de alimentos y productos agrícolas extranjeros que hubieran sido elaborados siguiendo estándares más bajos que los aplicados en Reino Unido, como es el caso de los pollos clorados.
El principal Sindicato Nacional de Granjeros del país, el NFU -por sus siglas en inglés-, teme que un futuro pacto con terceros proporcione vía libre a la entrada de “subproductos”, cuya elaboración sería, según su portavoz, “ilegal”.
“Los granjeros serían incapaces de competir”, admite. “Hemos de considerar cuidadosamente lo que estamos dispuestos a sacrificar a fin de lograr unas ganancias modestas”, clama.
Durante el último año, numerosas asociaciones agrícolas han tratado de visibilizar el asunto y han abogado por la inclusión de cláusulas que blinden los estrictos patrones alimentarios británicos en futuros tratados de comercio.
De hecho, el NFU ha puesto en marcha una campaña de apoyo que lleva ya más de 1 millón de firmas recabadas y que pide a los ciudadanos presionar a los diputados de sus circunscripciones para evitar el “impacto adverso a largo plazo” que esto también tendría para el consumidor.
Anne Dunn, del Sindicato de Granjeros de Gales (FUW), reconoce que sería “muy triste” que el Parlamento permitiera “deliberadamente” una rebaja de estas consideraciones “en un momento en que el bienestar animal, el cambio climático y los asuntos de higiene y seguridad alimentaria lideran las agendas políticas”.
“Viendo que la pandemia de coronavirus ha dejado claro a consumidores y políticos lo rápido que las cadenas de abastecimiento y seguridad alimentaria pueden alterarse por emergencias globales, sería desacertada cualquier acción que socave a productores y granjeros británicos para favorecer importaciones de menor estándar”, advierte.
“Práctica preocupante: solución rápida”
En Bruselas, la incertidumbre preocupa. “Hay miedo de que ahora Reino Unido se ponga a importar de EEUU estos pollos y acaben teniendo una repercusión en el entorno de la Unión Europea, teniendo en cuenta que está expresamente prohibido en su legislación”, reconoce a El HuffPost la eurodiputada del PSOE y vicepresidenta de la Comisión de Agricultura y Desarrollo Rural en Bruselas, Clara Aguilera. “Realmente, todavía no sabemos qué van a hacer”, confiesa.
“Además, la población de Reino Unido se opone ampliamente a comer aves con cloro”, añade Anna Cavazzini, miembro del Comité de Comercio Internacional y eurodiputada del Grupo Verde. “Pero el Gobierno de Reino Unido no está en una posición en la que pueda enfrentarse a EEUU”, explica. “Un acuerdo comercial a día de hoy es la prioridad de Johnson y el hecho de abandonar la UE está debilitando su propio poder de negociación”.
“Les deseo la mejor de las suertes, pero, en cualquier caso, no podemos permitir que socaven las normas y a nuestros agricultores europeos por mantener las puertas abiertas”, apunta.
Una opinión que comparte el reconocido periodista y activista ambiental británico George Monbiot, quien señala que la polémica en torno al pollo clorado es la colisión de dos filosofías sobre cómo abordar la seguridad alimentaria.
“Por un lado, las reglas europeas, que abordan esta regulación desde la precaución, permitiendo solo productos y procesos que se ha demostrado que son seguros; y por otro, la perspectiva providencial de Estados Unidos, que permite cualquier cosa que no se haya demostrado peligrosa”.
La directora general de la Organización Europea de Consumidores, Monique Goyens, resalta en la misma línea que, en materia de salubridad, más que la sustancia química en sí “lo preocupante de esta práctica es el riesgo de que estos tratamientos se vean como una ‘solución rápida’ para limpiar carne sucia”.
Continúan las negociaciones
La situación ha encendido especialmente a un sector de Reino Unido en el que el apoyo al divorcio con la UE fue mayoritario y que ahora ve en los planes de Johnson toda una traición. Mientras que las autoridades europeas recalcan que esta práctica choca con los principios sociales, medioambientales y del consumidor que tanto ha costado construir en la Unión.
Quedan escasos seis meses para que Reino Unido oficialice su salida del bloque y todavía Londres y Bruselas continúan negociando su futuro, ya que sin pacto, a partir del 1 de enero será únicamente la Organización Mundial del Comercio quien regirá su relación.
A pesar de que el tiempo se agota, según las últimas informaciones, Michelle Barnier volverá a reunirse en una nueva ronda con el negociador británico David Frost la semana del 20 de julio tras un repetido intento fallido para lograr un acuerdo.
¿Brexit?: el gran pollo aún sin resolver.