Abortar me permitió convertirme en una buena madre
Mis hijos nunca sentirán que nacieron por obligación del gobierno ni como una consecuencia indeseada del sexo.
Muy pocas cosas te hacen ver la realidad de tu vida como un embarazo no deseado. Cuando no estás en una situación así, es muy sencillo ignorar las alertas rojas de una relación tóxica, por ejemplo, o bromear sobre las penurias de tu cuenta corriente en vez de tratarlas como un problema serio.
Mientras sostenía ese test de embarazo en la mano ni un año después de acabar la Universidad, llegando justa a fin de mes con mi novio alcohólico, supe lo que iba a hacer. Llamé a mi mejor amiga y luego a mi madre. Finalmente, llamé a la clínica de Planned Parenthood más cercana y solicité el aborto.
Poner fin a mi embarazo no deseado era el plan inmediato e innegociable, porque tenía muchos otros planes para el futuro. Planeaba acabar con la espiral de maltrato machista que había vivido mi familia y ni por asomo iba a criar a mi hijo con una persona que me hacía sentirme como si fuera basura.
Quería conseguir mi independencia financiera, a diferencia de mi madre, que siempre dependió tanto del sueldo de mi padre que no pudo divorciarse de él. Quería ser una escritora de éxito, un plan que me sobrevolaba la mente desde niña, cuando estaba obsesionada con rellenar todas las hojas de mis cuadernos.
Y aunque nunca planeé casarme, encontré a una persona con la que compartir mi vida, una persona que me hizo sentirme segura, amada y respetada, la antítesis de lo que habían sido la mayoría de los hombres en mi vida. Quizás ese plan incluiría formar una familia, en cuyo caso me iba a esforzar para ser la madre que quería y necesitaba ser.
Gracias a que aborté, todos los demás planes de mi vida fueron posibles. Conocí a mi pareja hace ocho años tras escribir una columna en el periódico sobre las dificultades del mundo de las citas. Un año más tarde, tuvimos a nuestro primer hijo, que ahora es un jovencito de siete años con los ojos tan claros como entonces. Cuatro años más tarde, nació mi segundo hijo, un niño atolondrado e intrépido que me da sus “mejores abrazos” y los “besos más grandes”.
Y aunque he pasado mucho tiempo trabajando desde casa mientras ayudaba a mis hijos con el colegio a distancia, enseñaba al pequeño a ir al baño y trataba de gestionar la ansiedad de una pandemia mundial, puedo decir orgullosamente que soy la madre que siempre he querido ser, y la madre que jamás habría sido si no hubiera abortado.
Y no estoy sola.
La mayoría de las parejas que abortan son padres. Ya saben lo que supone un embarazo, superar un parto y sobrellevar la falta de descanso del postparto mientras lo dan todo para criar pequeños humanos agotadores, frustrantes y adorables.
De hecho, en una encuesta de 2004 realizada a 1209 padres que abortaron se descubrió que tres de cada cuatro padres lo habían hecho porque otro hijo les habría impedido hacerse cargo de los que ya tenían.
Los estudios también demuestran lo que les pasa a las madres cuando se les niega el acceso al aborto: tienen más probabilidades de vivir en la pobreza, más probabilidades de tener un vínculo maternal débil, y sus hijos, más probabilidades de sufrir problemas de desarrollo.
Esos mismos estudios descubrieron que cuando a una persona se le niega el acceso a al aborto, tienen más posibilidades de permanecer junto a una pareja maltratadora, como habría sido mi caso. Es más difícil que tengan aspiraciones de futuro, como me pasaba a mí.
También son más propensas a tener baja autoestima y ansiedad, un resultado inevitable que también habría sufrido yo si me hubiera visto atrapada en una relación tóxica con un hijo no buscado para el que no estaba preparada.
Que nadie se equivoque: una persona que no tiene ninguna intención de tener hijos tiene el mismo derecho a abortar que cualquier otra persona. Solo porque físicamente puedas tener un bebé no quiere decir que estés obligada a ello.
Pero la realidad es que el 66% de las mujeres que abortan tienen la intención de ser madres en el futuro, cuando sean mayores, financieramente estables y en una relación sana. Y, teniendo en cuenta lo seguros que son los abortos (tiene más riesgo una colonoscopia, quitarte las muelas del juicio o las amígdalas, es 14 veces más seguro que un parto y no afecta a tu fertilidad, como te intentan vender los antiabortistas más radicales). A menudo, es el aborto lo que posibilita que una mujer sea una buena madre en el futuro. Una madre estable y cariñosa que apoya a sus hijos.
En Estados Unidos, hay seis estados que solo cuentan con una clínica de aborto. Texas básicamente ha prohibido el aborto y el Tribunal Supremo se ha negado a intervenir. Hay hasta 7 estados que planean aprobar leyes similares contra el aborto, lo que cada vez complica más el acceso a las personas que lo necesitan.
Todas estas leyes nefastas las aprueban personas que dicen valorar la familia y honrar a las madres por el trabajo que hacemos. Se ocultan tras expresiones grandilocuentes como “valores familiares” y la “santidad de la maternidad”.
Pero si de verdad quisieran ayudarnos, lucharían por la baja por maternidad obligatoria, por una guardería gratuita, por unos salarios iguales entre hombres y mujeres y por reducir la tasa de mortalidad de las madres.
Y harían que el aborto fuera tan asequible y accesible como fuera posible.
No sería la madre atenta y cariñosa que soy hoy si no hubiera sido por los médicos, enfermeros y demás trabajadores de la clínica que lo hicieron posible. Mis hijos no habrían tenido lo que todo hijo merece: un hogar con todo el amor y la comida que necesitan, con juguetes que no necesitan ni por asomo y con las personas que quisieron que vinieran a este mundo.
Mis hijos nunca sentirán que nacieron por obligación del gobierno ni como una consecuencia indeseada del sexo. Se sentirán como a mí me habría gustado sentirme cuando era niña: valorada, respetada, amada, deseada.
Me estremezco al pensar en cómo habría sido mi vida o qué clase de madre habría sido si mi aborto no hubiera formado parte de mi plan. Gracias al aborto, tengo a mis hijos y ellos me tienen a mí como una buena madre.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.