15-M: los indignados 'made in spain' que cambiaron la forma de hacer política en medio mundo
Quisimos cambiar el mundo sin banderas, ni símbolos, enarbolando la paz, reivindicándonos como seres humanos que se reconocen como iguales.
Aquel domingo, 15 de mayo de 2011, a las 17:30 horas en la calle Alcalá, a la altura de Cibeles, apenas había gente suficiente para cubrir el ancho de la vía. Apenas 100 personas con chalecos —que nos pidiera la Delegación del Gobierno— tras una pancarta: “Democracia Real ¡YA! no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Unos 500 metros y dos horas después, la multitud que abarrotaba la calle era incapaz de entrar en la Puerta del Sol, por la multitud que esperaba dentro.
En el resto de España, ocurrió lo mismo. Sin partidos, ni sindicatos, sin estructuras orgánicas, sin patrocinadores, más de 50 ciudades salieron juntas a la calle, a protestar contra políticos y banqueros. Yo entonces era portavoz de Democracia Real ¡YA! en el nodo de Madrid. Había ayudado a preparar todo aquello.
La protesta finalizó y mientras la organización nos dimos el respiro de tomar una caña y comentar el éxito, la gente siguió en la calle. Hubo cargas policiales tras una sentada pacífica en Callao, con varios detenidos, que aumentaron la indignación. Lo recuerdo como si lo tuviera delante. Salimos del bar a ver qué había sucedido. El silencio. Una Puerta del Sol vacía tras todo lo de antes. El reloj daba las doce y unas 40 personas que entraban agotadas en la plaza, por la calle Preciados, decidían sentarse a dormir, sobre los adoquines del suelo.
A la tarde siguiente, una pequeña carpa contenía montones de comida llevados por la gente para apoyar aquello. En la segunda noche, llegadas las cinco de la mañana de aquel martes 17 de mayo, las cámaras de la Puerta del Sol se apagaron. Jamás vimos las imágenes. No hubo heridos, ni detenidos, ni siquiera multados, pero la policía los había desalojado.
La desconocida Twitter echaba humo a mediodía de aquel martes, pidiendo acudir a Sol por la tarde. Fue la primera manifestación de la historia de nuestro país convocada por Twitter. No había una plataforma, ni siglas, ni un nombre propio que la reivindicara.
Volvió a convocarse una concentración otra vez al día siguiente, y otra vez al otro, que ya era jueves… y pasó que llovió. Llovió a mares, aquel jueves 19 de mayo, a eso de las seis de la tarde. La gente aguantó como pudo desplegando una pequeña lona, que sería una carpa, que sería un campamento, que se extendió por toda España.
Quisimos cambiar el mundo sin banderas, ni símbolos, enarbolando la paz, reivindicándonos como seres humanos que se reconocen como iguales y necesarios, sin importar el color de la piel, género, tendencia sexual o lugar de nacimiento.
El grito mudo a media noche. El cascabeleo de las llaves reivindicando el derecho a la vivienda. Los cientos de entrevistas. Los miles de lemas, los millones de esperanzas.
Nos echamos a las plazas en asambleas multitudinarias, donde el mundo entero era bienvenido. Se repartía comida, agua y, para no quemarse con el sol, hasta sombreros. Todo había sido donado por la propia gente. La única norma era el respeto. Se montó una biblioteca con libros donados, una cocina donde siempre había comida y hasta una guardería. Comisión de mantas y abrigos, para el fresco de la noche. Aquella plaza se convirtió en una ciudad dentro de la ciudad.
Había elecciones municipales y autonómicas y una sentencia judicial obligaba al desalojo. Las presiones empezaron a ser insoportables. Tras una entrevista para la radio, uno de los periodistas me decía: “¿Sabes lo que sería la hostia? Que el domingo amaneciera la plaza desierta. Sin nadie, todo desmontado”. Y como ese, otros tantos.
Esperanza Aguirre inventó que nos mandaba Rubalcaba y nos exhortaba a marcharnos a Moncloa. La asociación de comerciantes de Sol se puso, nada más hacerlo la presidenta de la Comunidad de Madrid, en nuestra contra. La maquinaria mediática empezó a arremeter con su ariete, una y otra vez, contra las puertas del campamento. Pero no nos fuimos. Nos quedamos. Ni sentencia judicial, ni medios. El campamento aguantó y la noche electoral hubo protesta. Enorme. Sol se cuajó hasta las calles aledañas.
Tan legales fuimos, que tuvieron que inventar una ley mordaza para poder contenernos. La #SpanishRevolution triunfó. Fuera y dentro. En Londres y en Nueva York se protestaba frente a las embajadas. En Siberia, el único español que había acampó frente al consulado de España. Como una ola, con los Real Democracy Now empezó a correr el hermanamiento entre los pueblos.
El 17 de septiembre, Occupy Wall Street se manifestó frente a la Bolsa de Nueva York. Los Real Democracy Now, que habían sido el germen, se convirtieron en los Occupy de medio mundo. La comisión de internacional funcionaba a toda máquina intercambiando tuits y correos, haciendo videollamadas y elaborando documentos colectivos en diferentes idiomas llamando a la movilización para el 15 de octubre. Aquel 15 de octubre, el MUNDO —con mayúsculas— salió a la calle “for a global change” que decían las pancartas.
Sin aquello, hoy no sería presidente Sánchez, no existiría Podemos, ni Más Madrid, no habría cambiado el Gobierno de la Junta de Andalucía, ni el del Ayuntamiento de Cádiz. No habría primarias en muchos de nuestros partidos y los candidatos seguirían eligiéndose en un despacho.
Sin aquello, no habría dación en pago, ni habría conseguido tanta repercusión el movimiento anti desahucios. Sin aquella ola, seguramente no habrían salido los Papeles de Panamá, ni seguramente se habría juzgado a Rodrigo Rato y una parte importante de la corrupción institucional se habría tapado. Sin el 15-M, seguramente hoy no sería lo que es el día 8 de marzo.
Sin el 15M, no habría habido movimientos Occupy. Sin ellos, en Estados Unidos, no habría tenido repercusión Bernie Sanders, que tanto ha influido en las actuales políticas de Joe Biden.
Quedan pendientes las soluciones a una juventud desangrada, cuyo vacío ha sido aprovechado por nacionalismos y fake news. El hueco que dejó el 15-M y el inmovilismo institucional hacia las demandas de las protestas, fue ocupado en Estados Unidos por Trump; en Brasil por Bolsonaro; sus ecos ayudaron al Brexit; y en España, por un nacionalismo catalán y una extrema derecha, en sentido inverso al primero y exacerbado.
Hay un antes y un después de aquel 15 de mayo. Si el siglo XX fue el de las grandes guerras, el siglo XXI será el de las grandes crisis. Empezó con una crisis económica, siguió con una crisis sanitaria que generará una nueva crisis económica, que se agravará con una crisis energética y todo, mientras nos llega el cambio climático.
Si no conseguimos reconocernos nuevamente como seres humanos iguales y necesarios. Si no conseguimos dejar de lado las etiquetas. Si no conseguimos colaborar entre nosotros, frente a los retos que vienen, estamos acabados.