¿Que sigamos como si nada? No creo que pueda
Como periodista, suelo tomar distancia de las tragedias que aparecen en las noticias. Cuando era una joven reportera hambrienta, veía el desastre como una oportunidad para brillar. Cuando llegaba la noticia de un asesinato a la redacción, era la primera en acudir a la escena. Era una cazadora de ambulancias. Recuerdo especialmente la sensación del 7 de julio de 2005 cuando me precipité de una estación de metro a otra, buscando a los viajeros habituales para hablar sobre los atroces acontecimientos de aquel día mientras se iban conociendo los detalles. Entendí la magnitud de la situación y me sentí horrorizada ante lo que estaba ocurriendo, pero también sentí un chute innegable de adrenalina cuando discutía con los demás reporteros por conseguir el mejor titular, escribir la frase más emotiva o lograr captar el gesto más impactante, para que mi luz pudiera brillar a través de todo aquel horror. Es egoísta, lo sé. Pero también cierto.
Y luego tuve hijos.
Ser periodista me hizo fuerte, independiente y bastante egoísta, para ser sincera. Ser madre me hizo la mujer que soy hoy: una mujer que se desmorona cuando escucha en la radio que más de 20 personas, muchos de ellos niños, han sido asesinados sin sentido por un psicópata pirado que actúa en el nombre de Dios sabe qué, y que busca hacer el mayor daño posible, como si eso puntuara más.
En cuanto puse las noticias esa mañana tuve claro que algo malo había ocurrido. Algo muy malo. No sólo que algún lunático se las había arreglado para provocar una matanza de la forma más despiadada y cruel posible, sino que se lo habían hecho a los niños. A niños, joder. ¿Cómo puede el criminal ser siquiera humano? Escoger un concierto al que se sabía que irían miles de jóvenes, muchos, por primera vez, sin mamá o papá. Jóvenes que se divertían, que vivían la vida, que estaban haciendo lo que todos hacemos cuando somos niños; lo que todos los niños tienen un derecho innato a hacer: pasárselo bien sin miedo.
Me crié escuchando música en directo, así que me sentí eufórica cuando con 14 años mi madre me dejó a mí y a mis colegas en Wembley para ver New Kids on the Block. Probablemente ella estaba destrozada al ver que después de años de conciertos de Eric Clapton y Rolling Stones no me había guiado por una mejor dirección musical, pero se sentía feliz por fomentar mi independencia, y el hecho de ir a un concierto por tu cuenta era lo más grande que podías hacer siendo adolescente.
A medida que pasaron los años fui acumulando cientos de entradas en la pared de mi habitación, desde aquellos días de quinceañeros de Vanilla Ice y MC Hammer hasta los rockeros indie Stone Roses y Oasis, pasando por bandas que llenaban estadios, como The Who, Kings of Leon y Guns n' Roses.
Una vez estaba en un concierto y me tuvieron que sacar los seguratas por el lado de las vallas porque una pelea en la primera fila me pilló en medio. Mi madre me recogió a las puertas de las Urgencias del Wembley Arena, con la cara pálida y llena de preocupación. Yo sólo estaba extasiada por haber visto tan de cerca a mis ídolos musicales.
De ahí en adelante, me advirtieron que tuviera más cuidado. Bebe más agua, no te quedes en mitad de 20 hombres de mediana edad desesperados por acercarse al escenario... esas cosas. Pero mi madre nunca me dijo: "Ah, y ten cuidado con los que tiran bombas". El terrorismo que conocemos hoy en día nunca ha estado en nuestro radar como ahora. Nunca ha sido tan despiadado, tan indiscriminado.
Después de dejar mis hijos en la guardería esta mañana, no ha habido un minuto en que no haya querido faltar al trabajo y quedarme con ellos en casa. Ya no hay ningún sitio que me parezca seguro. Y si esta escoria no sólo actúa indiscriminadamente, sino escogiendo lugares en los que suele haber niños, ¿cómo podremos sentirnos seguros?
Los políticos, los periodistas, los famosos y los comentaristas, todos nos dicen que seamos fuertes. Que hagamos frente al terror y que sigamos la vida como si nada. Si no, estas personas habrán ganado.
Pero, aunque entiendo su actitud, no es tan fácil. Mi hijo empieza el colegio en septiembre y ya me da pánico pensar en las excursiones escolares. Hoy tengo el corazón roto y la mente ida. Se me caen las lágrimas y esto no parará tan fácilmente.
Tenemos que ser fuertes, tenemos que estar unidos, tenemos que hacer frente a ello como país. Pero no quiero. Quiero coger a mis hijos, traerlos a casa conmigo y no dejar que vuelvan a salir de casa. Sé que tenemos que hacer como si nada, pero, la verdad, no veo cómo.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano