Os presentamos el Proyecto Comer en la Escuela
Los chicos estadounidenses no son los únicos que no hacen suficiente ejercicio físico y consumen demasiados refresos y alimentos procesados. Queremos crear un foro en el que podamos intercambiar experiencias y empezar a abordar juntos el problema, como comunidades, madres, padres, expertos y, sí, vosotros también, chicos.
Cada día, de lunes a viernes, a las 7:45 de la mañana, preparo la comida que mi hija de 11 años tomará en el colegio. Suelo quejarme por tener que hacerlo. Mi hija va a una escuela pública de Washington D.C. en la que sirven una comida caliente todos los días. Pero ella no la prueba. Yo creo que es una maniática.
Una vez al mes trae el menú en su mochila. Yo leo lo que ofrece la empresa de comidas contratada por el Departamento de Educación del Distrito de Columbia. Estamos en la era post- Michelle Obama de comida escolar, y los colegios ya no pueden hacer pasar el ketchup y las patatas fritas como "verduras". El menú es lo más parecido que he visto a un restaurante de moda:
Pollo asado, panecillo integral O espaguetis integrales con salsa marinara y mozzarella. Verduras de la huerta. Melocotones frescos.
¿Y qué me dicen de esto, que estaba en el menú de hace unos días, en una jornada declarada "Día de la Embajada de Corea del Sur"?
Pollo coreano Bibimbap marinado con arroz integral (con opción vegetariana de tofu marinado); champiñones a la coreana, ensalada de zanahoria y pepino con brócoli aderezado y una mandarina.
"¡Me encantaría comer esto!", le digo a mi hija. "¿Dónde está el problema? Tiene una pinta estupenda, desde luego mucho mejor que cualquier cosa que te pueda hacer yo".
Mi hija coge el menú y lo examina con el gesto desdeñoso de un abogado defensor antes de volver a colocarlo en el mostrador de la cocina.
"Madre", dice, "esto no tiene nada que ver con la comida. Lo ponen así para engañar a los padres".
Mi hija me recuerda que en su colegio no hay instalaciones en las que se pueda preparar y calentar la comida. En lugar de eso el almuerzo lo lleva un camión en grandes contenedores. Una empleada del comedor lo distribuye en los platos de los niños.
"Es una porquería, mamá", añade. "El pollo es una especie de carne de rata o algo así. No sé de dónde lo sacan. Seguramente es rata. La salsa es viscosa o pegajosa y siempre hay cosas flotando..."
"¿Verduras?", sugiero.
"A lo mejor son verduras. Una vez una amiga mía se encontró un insecto. Fue asqueroso. Y el otro día vi a la empleada del comedor estornudando en la sopa y..."
"¡Bueno, vale, vale! Ya me hago una idea".
Me imagino que el problema es que una vez que se deja de dar a los chicos comida como pizzas o fritos de diversas formas geométricas -incluso si se trata de rata frita-, deja de ser comida "segura" y "familiar", sin salsas o texturas desconocidas. (Y también es posible, como mi hija sugiere, que las empresas de comidas adornen las informaciones sobre lo que sirven a los niños). Ahora, el hecho de que el consumo diario de una dieta basura vaya a acabar provocándoles una enfermedad del corazón o una diabetes que algún día les pueda matar no es algo que altere sus jóvenes mentes.
Y mi hija no está sola en sus opiniones. Este otoño ha estallado una especie de guerra civil entre los escolares estadounidenses y sus cantinas, con la entrada en vigor del menú limitado a 850 calorías que aprobó el Congreso en 2010.
Resulta que a los estudiantes les encantan sus menús tan tremendamente insanos. Les fastidia la intromisión de la Primera Dama en lo que comen y las decisiones oficiales destinadas a eliminar de sus bandejas la comida basura y los refrescos. Les dan absolutamente igual los desbocados índices de obesidad infantil y juvenil y la importancia de mantener hábitos saludables de alimentación. Están encantados de decirle a Jamie Oliver que se meta las zanahorias por donde le... Bueno, ya me entienden. Y si no me entienden, un grupo de estudiantes acaba de hacer, con ese típico estilo Generación Y, un vídeo musical en YouTube con el melodramático título de "Tenemos hambre" para protestar. Ya lo han visto más de 1,1 millones de personas.
¿Qué hacer? Los estudiantes se apuntaron un tanto la semana pasada cuando el Congreso flexibilizó el límite de calorías, permitiendo que "los que elaboran los menús escolares utilicen los cereales y la carne que deseen".
Los políticos y los colegios de EE UU no son los únicos que están lidiando con este asunto. Según recientes estudios de la OCDE entre su 34 países miembros:
Estos países también están sufriendo vuelcos en sus dietas, en su forma de vida, en sus hábitos alimentarios. Los chicos estadounidenses no son los únicos que no hacen suficiente ejercicio físico y consumen demasiados refresos y alimentos procesados.
De ahí la idea de lanzar el Proyecto Comer en la Escuela: queremos crear un foro en el que podamos intercambiar experiencias, compartir ideas y empezar a abordar juntos el problema, no solo desde las "sociedades" o los "gobiernos", sino como comunidades, madres, padres, expertos y, sí, vosotros también, chicos. Este proyecto se desarrollará en los sitios internacionales del HuffPost -Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Italia, Francia y España- donde confiamos en que se entable también un debate local, en cualquiera de los idiomas que se hablen.
Para ponerlo en marcha, HuffPost ha trabajado con una empresa de investigación con el fin de elaborar el primer Índice de Comidas de Instituto, en el que se sondean las opiniones de los estudiantes de bachillerato sobre sus almuerzos en seis países distintos.
Y si se están preguntando qué es lo que DE VERDAD suelen encontrarse los estudiantes de esos países en las cafeterías de sus centros cada día, vean la galería de fotos que presentamos.