Quince años del 11-M: mirando al futuro
Cuando sucedieron los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid –hace hoy exactamente quince años–, aún el mayor ataque terrorista perpetrado en suelo europeo, pocos españoles eran conscientes de que tres años antes, en septiembre de 2001, días después del 11-S, se había desarticulado en nuestro país una célula de Al Qaeda que operaba en Madrid y Granada. Algunos de sus miembros –posteriormente implicados en el 11-M– se habían reunido aquel verano con miembros de la célula de Hamburgo, responsable del 11-S, en una pequeña localidad costera catalana. Para muchos compatriotas, los atentados de Madrid pusieron el foco sobre una realidad que, en cambio, había arraigado en nuestro país aproximadamente una década antes, cuando, aparte de la célula del Al Qaeda antes mencionada, otros individuos relacionados con el Grupo Islámico Armado (GIA) habían sido ya detenidos y condenados por sus actividades terroristas de naturaleza yihadista.
A lo largo de la década y media transcurrida desde aquel 2004, la movilización yihadista y su amenaza consustancial están lejos de haber desaparecido en nuestro país –buena prueba de ello fueron los atentados de Barcelona y Cambrils en 2017, relacionados ya no con Al Qaeda sino con Estado Islámico (EI)–, aunque sí se han transformado, siendo 2012 el año que marca el punto de inflexión. Y es que cuando estalló la guerra civil en Siria, el movimiento yihadista global atravesaba un momento de cierto declive, agravado por la muerte de su líder carismático, Osama Bin Laden, en 2011. Sin embargo, el conflicto sirio, que posteriormente se extendería al vecino Irak, supuso un revulsivo al convertirse en escenario de yihad y atraer a unos 30.000 individuos de más de 130 países que se unieron a las filas de, fundamentalmente, el EI.
Esta movilización sin precedentes afectó especialmente a Europa Occidental, de donde se calcula partieron más de 5.000 Foreign Terrorist Fighters (FTF), incluidos más de 200 desde España, lo que marca un antes y un después en la evolución del terrorismo yihadista, en el que debemos detenernos para analizar las mutaciones del yihadismo en España. Uno de dichos cambios –el principal– nos interesa particularmente en este artículo. ¿Cuál? Para responder a esta pregunta es esencial referirnos a la evolución de las características sociodemográficas de los yihadistas en España.
Según los datos del Programa sobre Radicalización Violenta y Terrorismo Global del Real Instituto Elcano referidos a los individuos condenados o muertos como consecuencia de su actividad yihadista en España entre 2004 y 2018, recogidos en un libro presentado hace pocos días en Madrid, la totalidad de los individuos detenidos o fallecidos antes de 2012 eran hombres, inmigrantes de primera generación procedentes de países con poblaciones mayoritariamente musulmanas (como Argelia, Pakistán o Siria, pero, muy en especial de Marruecos). Por tanto, hablábamos de una amenaza de carácter foráneo. Ese es el caso de los individuos implicados en los atentados de Madrid: de los 25 individuos que integraron la red, todos eran extranjeros y solo uno podía considerarse de segunda generación, al haber llegado a España cuando contaba con menos de 14 años.
'El Cordobés', un yihadista de origen español que apareció en un vídeo amenazando a España.
A partir de 2012, encontramos importantes novedades en la caracterización de los yihadistas, empezando por la incorporación de las mujeres a la misma. Hasta esa fecha, no hubo ninguna mujer implicada en este tipo de actividades en nuestro país condenada o muerta a raíz de su implicación terrorista, mientras que, en el segundo período marcado, estas suponían casi del 15% del total. Sin embargo, la mayor transformación del yihadismo en nuestro país en los últimos quince años se refiere al hecho de que a partir de 2012 seis de cada diez sujetos a los que nos referimos pertenecían ya a segundas generaciones, esto es, eran descendientes de inmigrantes musulmanes pero habían nacido o crecido en España, al margen de que tuviesen la nacionalidad española o no. Si a estos le sumamos el 10% de individuos que carecían de ascendientes migratorios (conversos fundamentalmente), siete de cada diez de los yihadistas en España en la actualidad son homegrown. Así, la amenaza inherente a la movilización yihadista en nuestro país es hoy de naturaleza endógena, local. Y, de hecho, nueve de los diez terroristas implicados en los ataques de Barcelona y Cambrils –todos menos el imán Es Satty– eran de segunda generación.
Abdelbaki Es Satty, el imán de Ripoll y cabecilla de la célula catalana.
Son, pues, las segundas generaciones, chicos y chicas musulmanes jóvenes, las que se han mostrado más vulnerables a la acción de los agentes y la propaganda yihadistas a partir de 2012. Estos suelen atravesar crisis de identidad relacionadas con su pertenencia a dos culturas –la propia y la de sus padres– que, como señalaba una joven musulmana española de ascendencia marroquí en un reportaje publicado en Verne, les hacen sentir que no son de "aquí" ni de "allí". Los agravios, reales o percibidos, por su doble condición generan un conflicto de identidad que las organizaciones terroristas inspiradas en el salafismo yihadista llenan en ocasiones, ofreciéndoles un futuro sustentado en la pertenencia a una comunidad de creyentes solidaria por encima de cualquier nacionalidad. Prevenir que estos jóvenes realicen su proyecto vital al margen de los valores y principios inherentes a la plural sociedad democrática en la que han nacido o se han educado es responsabilidad de todos, y en ello debemos trabajar transversalmente autoridades, ámbito de la seguridad, academia y sociedad civil en general, sin una mentalidad a corto plazo, en un proyecto de sociedad verdaderamente inclusiva y cohesionada.