Muchas gracias, señor Trump
Tal vez que Trump agote los dos años que le quedan de presidencia no sea tan malo. Desde luego, no es la mejor de las formas, pero ha conseguido —sin quererlo— algo positivo: una movilización feminista sin precedentes en Estados Unidos. El hombre que tanto odia a las mujeres ha propiciado el récord histórico de mujeres en la Cámara de representantes.
Durante los últimos años hemos vivido un auge de la ultraderecha, la xenofobia, el machismo o la lgtbfobia. Pero a su vez, desde que estalló el movimiento #Metoo en Estados Unidos por los presuntos abusos sexuales de Harvey Weinstein, el movimiento de las mujeres ha sido imparable. Nos hemos cansado de salir a gritar con pancartas, de ser las víctimas y de reclamar nuestros espacios y hemos decidido ir directas a ocuparlos. Las manifestaciones, denuncias y reivindicaciones han servido para algo: somos fuertes y capaces. Siempre lo hemos pensado pero además, ahora, nos lo creemos.
La política siempre ha sido un ámbito masculinizado. De hecho, España ha sido pionera en 2018 en formar el primer gobierno con más mujeres que hombres en la historia, lo cual no significa obligatoriamente que todo cambie y se acabe con la discriminación de género. Pero sí, se habla de medidas como aumentar los permisos de paternidad, retirar el IVA a los productos de higiene femenina, replantearse un Código Penal en el que "sólo sí es sí" en caso de acoso o violación o de aumentar el presupuesto para las víctimas de violencia de género.
¿Que haya mujeres en política lleva a que se haga política para las mujeres? Rotundamente, sí. Seguramente porque, durante toda la historia y menos en algunas excepciones, han sido los hombres los que estaban en los procesos de decisión y había ciertas cuestiones que no se llevaban a la agenda política porque no afectaba a quienes la definían, decidían y aplicaban.
Este año sienta precedentes. Desde actrices que han alzado la voz en Hollywood que claman contra el acoso hasta las trabajadoras del hogar españolas que reclaman derechos laborales dignos, pasando por casos como el de La Manada, que llevó a miles de mujeres a la calle y a todo un país a cuestionarse qué es el consentimiento y qué es la violencia sexual y a reclamar formación de género en sus instituciones.
Quizá eso sea lo único bueno que haya traído Trump: a la vez que su misoginia y xenofobia se han contagiado por el resto del mundo, reflejadas en personajes como Bolsonaro, Salvini o Orbán; puede que el ya llamado "efecto contagio" se extrapole y aplique también a los movimientos que luchan por acabar con estos fascismos. Desde el #NiUnaMenos nacido en América Latina al #YoSiTeCreo español, pasando por el #Metoo, #TimesUp o #Cuéntalo.
Porque las mujeres con el feminismo estamos haciendo revolución. Una revolución sin sangre ni violencia con la que reclamamos como nuestros uno derechos que siempre debimos tener. Ojalá estas movilizaciones que señalan a los poderosos, a las medidas racistas, al cierre de fronteras o a la desigualdad de oportunidades y de género, no desaparezcan. Y ojalá se transforme, como en otras ocasiones no hemos sabido hacer, en un cambio del sistema desde el sistema.
Un cambio que empieza con la frase "si eres famoso puedes coger por el coño a las mujeres" y que se cristaliza cuando, con todo su coño —cuánto deseaba utilizar esta palabra—, las mujeres logran un récord histórico y llegan a la política para plantar cara a personas como Trump.