El diván en la barra
Iniesta sería nuestra Caipirinha: alegre, risueña, festiva, fresca. En definitiva, nuestra "samba de Albacete".
Ya sea a través de la literatura, el cine o la televisión, el imaginario común ha tendido siempre a presentarnos la figura del barman como un testigo mudo ante la vida, un espectador cómplice ante el que tácitamente era indiferente revelarnos. Ahora sería impensable que la confección de un buen cóctel no llevase implícito además el conocimiento de muchos otros campos más allá de los ingredientes y las proporciones que lo componen. En su elaboración hay también una investigación histórica: cuándo, dónde y quién lo realizó por primera vez; una labor sociológica: en qué contexto y bajo qué condiciones sociales y políticas se produjo (no hay más que pensar en la Ley Seca para hacerse una idea de hasta qué punto la sociedad y la política han estado relacionadas con la creatividad en la coctelería); antropológica: de qué modo se ha intrincado en nuestros ritos y comportamientos sociales. Y por supuesto, estética: la belleza ante todo.
Aunque las fechas y los trabajos de campo son realmente interesantes, quería centrarme por esta vez en las habilidades psicológicas de los barman. Comos sabemos, su memoria y su capacidad de observación son tan reconocidas que siempre han demostrado una gran eficacia como espías o confidentes. Recuerdo como cierto día, con un gran jaleo fuera del bar, alguien se apresuró a mí y me pidió un cóctel sin alcohol (un "Cuatro rosas", llamado así en honor a mis sobrinas). Sin levantar en ningún momento la cabeza comencé a recolectar los ingredientes hasta que acerté a decirle: "Disculpe, ¿usted es bombero, verdad?" Sorprendido, sólo se atrevió a replicarme: "Sí, cómo lo has adivinado". "Simple. Sólo he tenido que fijarme en sus manos, su timbre de voz, el casco, el hacha y la manguera".
Después, mientras éramos desalojados a causa de un fuego en el edificio aledaño, caí en la cuenta de que aunque esta vez había acertado, en otras ocasiones mis prejuicios habían quedado derretidos ante una mujer de piernas infinitas, labios rojo pasión y mirada angelical, susurrándome melosamente: "Un whisky doble, por favor".
Al igual que las personas, un cóctel tiene mucho de amalgama. Hablamos de ellos como unidades, como individuos, pero lo importante en ellos es la mezcla, todas las pequeñas sensaciones que unidas forman un todo. Un cóctel con personalidad, podríamos decir.
Para probar esta relación entre el carácter psicológico y la coctelería voy a intentar asignar a algunos de los miembros de la selección española un coctel, de modo que pudiésemos decir que este representa su forma de ser. Casi como un juego infantil.
Comenzaré por Xavi, el Dry Martini. Para mí es el rey de los tragos. El más sencillo y al mismo tiempo el más complicado de realizar. Es imposible prescindir de él en una buena carta. Suele considerarse como el más elegante y certero de los cócteles. No en vano, es conocido como "la bala de plata". Nunca falla.
Iniesta sería nuestra Caipirinha: alegre, risueña, festiva, fresca. En definitiva, nuestra "samba de Albacete".
Silva sería un Bellini: la magia de las burbujas del champán y el sabor aterciopelado de los melocotones. Este cóctel, como tantos otros, se creó en el Harry´s Bar de Venecia, donde hay colgado un Van Gogh en una de sus paredes. Lo dicho, remite al puro arte.
Por último, a nuestro mister, Don Vicente, no me lo puedo imaginar como un cóctel sino más bien como un destilado. Me evoca la sobriedad de un Brandy servido en copa de balón, con el que poder deleitarse a través de sus aromas, cultivados gracias a años de reposo y calma, mucha calma.
Pero no quisiera despedirme sin aportar mi propio sello a este experimento. Por ello vamos a elaborar una receta inspirada en Iniesta, de quien decía que podría ser nuestra Caipirinha pero al que ahora le vamos a preparar algo completamente diferente. El nombre del cóctel es: "La palidez que nos hizo soñar". El ingrediente principal, la horchata, es una bebida que me recuerda a mi infancia en el patio del colegio y por ende al juego desenfadado y lúdico de Andrés. El destilado que utilizaremos es como un lienzo en blanco dispuesto a ser teñido por una multitud de metas y frutos: un Vodka infusionado en vainilla. Y por último, daremos un toque de sirope de chocolate blanco, un buen antidepresivo que funciona igual que ver en el campo a Andrés durante un partido complicado o marcando el gol frente a Holanda en la final del Mundial.
Espero que les guste.
Tengan una vida agitada y removida.
Carlos Moreno
David Castillo
Receta de "la palidez que nos hizo soñar":
• Vodka de vainilla... 6 cl.
• Horchata... 12 cl.
• Sirope de chocolate blanco... 2 cl.
Se introduce todo en la coctelera, se agita y se sirve con una sonrisa.
P.S. Por cierto, qué gran ejemplo de la afición de Irlanda. De lo mejor de la Eurocopa hasta ahora.